Por: Alfonso Hamburger

Y cuando uno conoce en persona a Aniceto de Jesús Molina Aguirre, ya no tiene escapatoria de sentirse orgulloso de ser sabanero.Aniceto tiene una historia formidable. Aniceto reclama su grandeza y lo hace con dolor de patria, con autoridad sublime, con la convicción de un hombre con los pies bien puestos sobre la tierra. Los amigos de Aniceto están pidiendo vía para un homenaje nacional como embajador mundial de la cumbia.
Nuestras autoridades gubernamentales han estado sordas a este clamor tan necesario. Ni siquiera han tenido en cuenta las palabras de Alfredo Gutiérrez al recibir el homenaje que le brindó el Conservatorio de Música de Sincelejo al designarlo socio honorario de esta institución: “Yo no merezco este homenaje, este debe ser para Aniceto Molina, quien viene cumpliendo una labor a favor de la cumbia a escala mundial”.
He estado sacándole el cuerpo a esta invitación porque temo meterme en esos tubos que son los aviones y por otros compromisos que me he trazado en esta tierra.
Después de aquella entrevista de apuros para mi libro en el hotel Marsella, hace cuatro años, puedo decir que allí no está ni siquiera un cinco por ciento de la grandeza de este hombre nuestro, que tiene la nobleza de los grandes y el desprendimiento de los santos. Aniceto es pura cumbia. Aniceto es puro porro. Aniceto es la Sabana misma. Esa Sabana bondadosa que se explaya en cada verso y es grata al nuestro y al forastero.
El acento mexicano que ha adquirido (también la disciplina), no le impide transpirar esa sencillez sabanera que carga en su empaquetadura de un metro con setenta de estatura. Sus amigos siguen siendo sus amigos de siempre. Aniceto en cada canción le hace un homenaje a la cumbia y en cada ida al Campano le hace un homenaje a sus padres y a sus paisanos, reconstruyendo el solar natal, donde aspira regresar en algunos años. Allí está La Florida, finca donde nació ,con sus recuerdos intactos. Puede bajar la lomita de los cerdos encajonada sobre yerbabuena cerrando los ojos bajo el resplandor de la luna llena que asoma esplendorosa entre los cocoteros del bosque.
Viajando a Montería, Aniceto, su sobrino Orlando, Hernando, el chofer y yo, nos bajamos en la Ye, que ya no parece una ye, sino una equis, donde el artista rompió la dieta y agarró dos chicharrones con yuca y los saboreó a mano pelada. Era el desayuno, que tomaba a esa hora ( 3 de la tarde), porque no le había alcanzado la mañana para atender visitas de periodistas y amigos en el hotel de Sincelejo.
Ahora, rumbo a Montería, iba contento, echando chistes, pero lo que más lo contentaba era poder volver al Campano. Después de la Ye ( o la X) entró una llamada a su celular. Se trataba de una periodista del diario La Opinión de Los Angeles, que quería saber de su paradero y de su presentación del 14 de febrero en esa metrópoli. También le preguntaba sobre el lanzamiento de su último trabajo. La comunicación no era buena, los cerros cercanos a Ciénaga de Oro parecían obstaculizar la señal celular con la periodista.
Molina alcanzó a comentar que estaba en Colombia, que iba de Sincelejo- Sucre hacia Montería- Córdoba, a una entrevista en una emisora llamada La Vallenata. “Acá a los estados les dicen departamentos”, explicó. La comunicación era débil, entonces Aniceto pidió que le llamara en diez minutos, calculando que habría mejor señal más adelante, en la llanura del Sinú.