Mi último encuentro con Aniceto Molina

Crónica Viajera
VIAJE AL PIE DEL CAMPANO
Por: Alfonso Hamburger

Aniceto-MolinaAniceto es un nombre firme. Es uno de esos nombres que cuando uno los escucha ya parece haberlos escuchado mucho antes sin saber dónde.
Cuando al nombre se le anexa el apellido Molina ya estamos en los linderos de la Leyenda con la realidad. Y si hablamos del Campano ya es el mito.

Y cuando uno conoce en persona a Aniceto de Jesús Molina Aguirre, ya no tiene escapatoria de sentirse orgulloso de ser sabanero.Aniceto tiene una historia formidable. Aniceto reclama su grandeza y lo hace con dolor de patria, con autoridad sublime, con la convicción de un hombre con los pies bien puestos sobre la tierra. Los amigos de Aniceto están pidiendo vía para un homenaje nacional como embajador mundial de la cumbia.

Nuestras autoridades gubernamentales  han estado sordas a este clamor tan necesario. Ni siquiera han tenido en cuenta las palabras de Alfredo Gutiérrez al recibir el homenaje que le brindó el Conservatorio de Música de Sincelejo al designarlo socio honorario de esta institución: “Yo no merezco este homenaje, este debe ser para Aniceto Molina, quien viene cumpliendo una labor a favor de la cumbia a escala mundial”.

Aniceto, quien reside en Estados Unidos desde 1973, es el artista colombiano de más éxito en el exterior, pero en Colombia lo desconocemos. El As del Acordeón, El Embajador de la cumbia en América o el Tigre Sabanero, son sólo algunos de los epítetos con que lo señala la prensa mundial.
Al campanero, como le dicen por ser hijo del Campano lo invitan los mejores programas de televisión  frecuentemente y lo solicitan los periodistas de todo el mundo, para indagar por sus cumbias .
Aniceto, quien figura entre los músicos reporteados en el libro En Cofre de Plata, me ha  distinguido con una invitación al exterior, para que yo sea testigo de su éxito. Aunque ha sucedido como con las Novillas que los Otero le ofrecieron en Ceretè a Leandro Díaz, el solo deseo ya es un homenaje inmerecido para mi que le tengo miedo a los aviones.

He estado sacándole el cuerpo a esta invitación porque  temo meterme en esos tubos que son los aviones y por otros compromisos que me he trazado en esta tierra.

Acepté, en cambio, acompañarlo a Montería, ante una invitación de la Emisora La Vellenata, que en esa ciudad como en Sincelejo, son  primer lugar en sintonía. También visitamos El Campano, su tierra natal, en compañía de Hernando Alvarez. Y por su puesto, su finca La Florida. 

Después de aquella entrevista de apuros para mi libro en el hotel Marsella, hace cuatro años, puedo decir que allí no está ni siquiera un cinco por ciento de la grandeza de este hombre nuestro, que tiene la nobleza de los grandes y el desprendimiento de los santos. Aniceto es pura cumbia. Aniceto es puro porro. Aniceto es la Sabana misma. Esa  Sabana bondadosa que se explaya en cada verso y es grata al nuestro y al forastero.

El acento mexicano que ha adquirido (también la disciplina), no le impide transpirar esa sencillez sabanera que carga en su empaquetadura de un metro con setenta de estatura. Sus amigos siguen siendo sus amigos de siempre. Aniceto en cada canción le hace un homenaje a la cumbia y en cada ida al Campano le hace un homenaje a sus padres y a sus paisanos, reconstruyendo el solar natal, donde aspira regresar en algunos años. Allí está La Florida, finca donde nació ,con sus recuerdos intactos. Puede bajar la lomita de los cerdos encajonada sobre yerbabuena cerrando los ojos bajo el resplandor de la luna llena que asoma esplendorosa entre los cocoteros del bosque.

Viajando a Montería, Aniceto, su sobrino Orlando, Hernando, el chofer y yo, nos bajamos en la Ye, que ya no parece una ye, sino una equis, donde el artista rompió la dieta y agarró dos chicharrones con yuca y los saboreó a mano pelada. Era el desayuno, que tomaba a esa hora ( 3 de la tarde), porque no le había alcanzado la mañana para atender visitas de periodistas y amigos en el hotel de Sincelejo.

Ahora, rumbo a Montería, iba contento, echando chistes, pero lo que más lo contentaba era poder volver al Campano. Después de la Ye ( o la X) entró una llamada a su celular. Se trataba de una periodista del diario La Opinión de Los Angeles, que quería  saber de su paradero y de su presentación  del 14 de febrero en esa metrópoli. También le preguntaba sobre el lanzamiento de su último trabajo. La comunicación no era buena, los cerros cercanos a Ciénaga de Oro  parecían obstaculizar la señal celular con la periodista.

Molina  alcanzó a comentar que estaba en Colombia, que iba de Sincelejo- Sucre hacia Montería- Córdoba, a una entrevista en una emisora llamada La Vallenata. “Acá a los estados les dicen departamentos”, explicó. La comunicación era débil, entonces Aniceto pidió que le llamara en diez minutos, calculando que habría mejor señal más adelante, en la llanura del Sinú.

El celular volvió a sonar cinco minutos más tarde, cuando estábamos llegando a Cereté, cuyo pueblo estaba inmerso en el sopor de las fiestas en corraleja. Molina ordenó detener el carro en la sombra de un Campano, a la orilla de la carretera. Desde el lugar se divisaban los algodonales y las bellas tierras cordobesas: valles y colinas. Pegaba el recuerdo de Nabo Cogollo y sus gallos patas suaves.
Molina habló con tranquilidad y soltura, mientras a quienes los observábamos se nos salían las babas. La entrevista demoró media hora. Yo me “amalayaba” de no tener grabadora. Aniceto respondió una a una las preguntas, dijo algunas frases en inglés, tuteó a la periodista, quien resultó ser mexicana. El artista habló de la cumbia, de sus once músicos en tarima, de su espectáculo, de sus apodos, de sus temas, de sus vacaciones en Colombia, del concierto próximo, de los grupos en un paquete a presentarse el 14 de febrero y terminó haciendo un recorrido por escenarios distinguidos del mundo en los que se ha presentado.
Al final, ya estabamos atrasados para la entrevista en La Vallenata.
…Y el chofer, que como nosotros, se había gozado la conversación, se quedó admirado, entonces lo único que se le ocurrió decir fue:
 ¡Y esa entrevista le ha debido costar un cojonal de plata a esa periodista!
 El Diario La Opinión tiene plata como arroz partido. Esa llamada no la paga la periodista y eso es como sacarle un pelo a un gato, dice Hernando Alvarez.
Seguimos a Montería, ya sin la rapidez que llevábamos antes de la llamada, pues de Cereté para allá la autopista es un hervidero de carros, más aún por  la presencia de la corraleja, en la orilla de la carretera.
Casi a las cinco de la tarde, con una hora de retardo, empezamos a besar la pujante Montería. Las ventas de autos de todos los estilos y modelos, los almacenes de cadena y las avenidas: el progreso se ve a lado y lado. ¡Hermosa ciudad de mis bellos recuerdos!. Monte de golondrinas eternas.
 Se me ocurre preguntarle a Aniceto el porqué arrancó del Campano a Sincelejo y no para Montería, cuando de niño salió de corredurías?
Era obvio. Montería estaba como tapada. Sincelejo siempre ha sido más musical, sin desconocer la jerarquía  de los músicos cordobeses.
Llegamos a La Vallenata y no hay un aviso que nos señale su gran sintonía. Las emisoras de Caracol siguen en el mismo lugar de siempre, en una zona deprimida por las ventas callejeras y los negocios rosa ( los prostíbulos y la influencia del comercio desmadrado de Puerto Pescado), en el segundo piso de un viejo edificio.
La amabilidad de los trabajadores contrasta con la vetustez del edificio. Carlos Martínez, Rafael Angulo y Gustavo Santiago, son excelentes periodistas y anfitriones. La Vallenata esta vez se explaya de Vallenato a Cumbia y después de cumbia plena. Entran las llamadas de insistentes oyentes que quieren comunicarse con el artista.
Teresa, una cumbia, y El Garrobero, los temas promocionales del nuevo CD de Molina, empiezan a sonar desde entonces, abriéndose entre los éxitos de este inicio de año.
Se hacen contactos para llegar a El Meridiano,  El Universal, donde El Gaba 2004, pero Molina está inquieto por llegar al Campano, que es su meta prioritaria. Aprovecha la emisora para enviar saludos a sus paisanos, que lo esperen. ¡Que me guarden el cucayo!
A las siete de la noche, la seguridad del Departamento de Córdoba nos permite partir al Campano, tierra natal del artista. En La Ye o en la X, mientras Molina compra agua destilada y dos paquetes de panela sin coco, entra una llamada de Estados Unidos. Carmen, su mujer, acaba de levantarse y lo llama para desearle buenos días. Carmen  es tan sincelejana como una tarde de corraleja. Todo está bien.
Quince minutos más tarde estamos entrando en una manga destapada y enseguida la carretera se convierte en el pueblo. Los campesinos están descamisados recibiendo las brisas de la paz cordobesa, felices, como en antaño en todos los pueblos de la Costa.
El Corazón de Molina parece estallar de júbilo, como queriendo tragarse en cada palpitación, sorbo a sorbo, cada pedazo de tierra. Todos son familiares. El pueblo se explaya a lado y lado, con casas fincas un poco dispersas, tejidas entre Molina y Aguirre o Aguirre y Molina. El  pueblo está en pie. El pueblo hace guardia. El pueblo, que escuchó la entrevista en la emisora, está en espera del artista. Y el  artista entra triunfal en su tierra y la  gente va saliendo de sus casas, alertadas por el suceso, a extenderle la  mano y estrechar un a abrazo postergado varias veces.
Algunos estaban pendientes desde hacía días. Otros no habían ido al trabajo a cuidar los rebaños y cultivos, pues sabían que Aniceto se metería en  cualquier momento.
Esta vez, por ser ya de noche, Molina no se bajó en el cementerio, que está dos kilómetros antes, en la entrada, sino que va directo a la casa de Carmen Bustamante, su cuñada. Allí la gente sobró para bajar las compras y regalos que había llevado, un espejo de cuerpo entero y un afiche grande enmarcado de su último CD.
En algunas oportunidades, cuando se ha bajado en el cementerio, ha demorado tres y cuatro horas para llegar a La Florida, la finca que era de sus padres, donde nació, hoy de su propiedad y en la que pasa parte de sus vacaciones. La demora se justifica en que el artista visita una a una las casas de sus paisanos y a todos les ha entregado regalos. Que los 40, los 50, los 100, los 500 mil pesos, para el que va para el colegio, para la operación de la señora, que para lo uno, que para lo otro.Hay muchas necesidades por todas partes.
De la casa de Carmen Bustamante, Tía de su hija Delvis Molina ( secretaria de Radio Caracolí), bajamos una empinada colina, a través de una manga iluminada por una luna llena. Y abajo, en la planicie un inmenso caney redondo, con dos casas mellas techadas en palma con paredes “encementadas”. Allí Aniceto vuelve a ser el muchacho que un día salió en un burro en busca de la fama.
Allí es un rey sencillo que recibe a sus amigos.
Allí, entre los cuentos de Nando Alvarez y la atención de sus familiares, Aniceto mantiene su imperio ancestral.
Después de la tertulia, interrumpida por una llamada de Jorge Oñate, empieza el ritual de las hamacas. Empezamos a colgar las palas de tierra entre los horcones del Caney, al aire libre.
Allí nos quedamos dormidos, en medio del frío mañanero del Campano, soñando en un mejor futuro, arropados de cumbia.
El Campano, febrero de 2004
Nota: Dos años y   nueve meses después de esta nota de afán, a Aniceto se le hace justicia y se cumple la petición de Alfredo Gutiérrez: Recibió un merecido homenaje en el III Festival Corralero de Sincelejo, del 23 al 25 de Noviembre de 2006, presidido por Luis González Anaya.
Nota de la nota. Esta crónica estaba inédita hasta hoy, cuando el Tigre sabanero acaba de morir en San Antonio Texas.
Aniceto regresa al Campano para siempre, pero con los talones adelante.

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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