El dolor del silencio y la soledad

Los rastros de la memoria (V)

No es que tenga adicción al BlackBerry. Es que la información que aparece en la pantalla, en letras de 8 puntos, ante mis ojos expectantes, es la primera noticia, el detalle minucioso de esta historia. Son las nueve de la noche de éste Sincelejo llovido y asoleado y mientras espero que las niñas salgan de cine, absorbo los signos convencionales que servirán para amarrar esta crónica, sin bajarme y sin parquear el automóvil.

Estoy recostado en la zona de taxis para no bajar al gomoso parqueadero, hecho en el sótano, como para filmar una película de ciudad moderna. El mundo está enrarecido por los resultados extraños de un mundial extraño, que ve caer grandes tras de grandes que parecían chicos, agobiados por los resultados de la historia. Todos amenazan de empelotarse por una victoria desesperada. 07-07-10 marca la pantalla.

Alemania 0 España 1. Me pitan para que mueva el automovil, las niñas ya están en el pasillo sin que yo las vea, tampoco oigo, porque Ledis Krolikoski ha contestado mi mensaje de texto desde Miami, pero en el clímax del mensaje me para en seco, me deja viendo un chispero:

– Bueno, ya no te aburro más con mis historias. Después te escribo otra vez, ahora tengo que ir a ver mi novela de las 10:00 PM. La veo todas las noches, se llama: ¿Dónde está Eliza?
– Chao.
– Ledis.

***
Entre 1974 y 1987, Bajo Grande, el pueblo retorcido en un ensille de conejos, de 92 casas dispersas en una planicie de cascajo, donde nacimos esta generación sentimental y silenciosa, cambió de paraíso a infierno. Trato de enlazar los hechos más disientes para anudar esta historia desconocida por la gran prensa. Antes de estas fechas vitales, la escena más recurrente en mi mente atragantada de recuerdos, es la del domingo 19 de abril de 1970. Tenia diez años. Hay otras escenas de la niñez que se revelan con cierta nostalgia entre nebulosas, en ráfagas de segundos, como los aguaceros largos de las mañanas tristes- corcovaos fríos -, los barquitos de papel en el desagüe de la calle, la enfermedad de la abuela María Dolores, su frase rechazando el jugo de mango y las camas de tijeras, frías, como castigo a una travesura, con el mapa abstracto del niño meón en la lona curtida.

Aquella tarde de elecciones, a cada reporte de la radio, la muchedumbre apostada en la puerta de la casa de mi padre, vitoreaba la victoria de Gustavo Rojas Pinillas- que era el nuestro- sobre el desconocido Misael Pastrana Borrero, a quien días antes le habían lanzado pescado podrido en la plaza de San Jacinto. Nos acostamos con el sabor de la victoria, pero ese otro día ya el presidente era otro. Fue la primera derrota política, de la que quizás no nos hemos repuesto.

¡El pueblo tenía que levantarse en armas! Nació el M-19 que nos llenó de nacionalismo, especialmente cuando se roban la espada de Bolívar. Después se salen del monte al darse cuenta de que no podían volverse viejos en el intento de tomarse el poder sin poder tomàrselo. Era imposible por esa vía.

Cuatro años después, un 16 de enero- según el reporte de Ledis- Fernanda Díaz Lora, la esposa del Valiente Solitario- decide abandonar aquel pueblo sin esperanzas, perdido en el camino real, y se instala con sus cinco hijos en Barranquilla.

Sin embargo, la verdadera decadencia del pueblo, comienza meses después de aquella derrota, cuando se trastean Nelson Hamburger Herrera y Virginia Fernández Vásquez, a San Jacinto, quienes eran los pioneros de los pocos adelantos. Hubo llanto y más de diez comadres que perdieron el sentido. La pareja era el corazón del pueblo.

Años antes, agobiado por la pesada carga de cuatro hijos estudiando por fuera, Nelson Hamburger Herrera había decidido vender la planta Lister con la que le daba luz a medio pueblo. Fue un duro golpe para todos. Mi madre lloraba a cada martillazo que pretendía sacar de la base de concreto aquella planta que fue la luz y la alegría de Bajo Grande, a la que le decían La Mocha. Pese a que la operación fue de madrugada, todo el pueblo se despertó a cada martillazo, calculando quizás que se venía la oscuridad de nuevo.

***
Instalada en Barranquilla con sus hijos, Fernanda Díaz Lora buscaba fórmulas para vencer la pobreza. Se había matriculado en una academia de costura, pero en realidad nunca dio la pata. En un diciembre, le hizo unas maxis a sus hijas, nada graciosas, nada elegantes, que hoy son motivos de risas. Ledis tenía solo nueve años.
La escena la tengo en el BlackBerry y la leo mientras las niñas vienen al auto mal estacionado. La maestra aquella noche- las clases eran nocturnas- llegó con una propuesta a sus alumnas. Tenía una sobrina en Miami y necesitaba a alguien que viajara para que le ayudara en un taller. Fernanda fue la primera en levantar la mano. El problema fue adquirir la visa en el consulado Americano. Todas las noches llegaba con tremenda frustración, porque siempre faltaba un papel.

Leo, antes de mover el auto: “Fueron muchas noches de desilusión cuando ella regresaba a casa después de varias ocasiones de presentarse en el consulado Americano a buscar su visa y siempre le hacía falta un papel; ella regresaba a la casa totalmente devastada porque su esperanza de cambiar el futuro de sus hijos se desvanecía. No sé cuánto tiempo tomó pero al final le aprobaron su visa y viajó a los Estados Unidos en el 1977, si mal no recuerdo el 24 de junio, tres años y medios más tarde de haber llegado a Barranquilla. Nosotros llegamos a Barranquilla el 16 de enero de 1974”.

Ledis tenía 13 años. Su madre viaja por un año a Miami, año que se convertirían en 8 , que hoy ya son una eternidad, convirtiéndose en un viaje sin retorno. Hoy pareciera que Bajo Grande se les borró del mapa.
Es allí donde realmente comienza el viacrucis. De una vereda agreste y pacifica que empezaba a descomponerse, Fernanda se enfrentaba a una ciudad moderna y civilizada, con ese misterio y aquel mal para el provinciano. Viene entonces el dolor de la incomunicación y el sufrimiento. Todos sufrían de alguna manera la ausencia, pero nadie se comunicaba con el otro para compartir ese sufrimiento. El valiente solitario llora en silencio en Venezuela, hasta que Fernanda logra llevarse, ocho años después, a todos sus hijos.

Mientras las niñas vienen, de la mano de su madre, leo: “fue uno de los domingos más tristes de mi vida, yo no quería que ella se fuera, es un sentimiento que pocas personas puedan entender: saber que tu mamá- la única persona que se ha ocupado de ti toda la vida- te deja, se va sólo por un año, pero ese año convirtió en más de ocho. Fue una situación difícil para cada uno de nosotros, yo solía decir cuando algo malo me pasaba que si no me morí cuando mi mamá se fue no me voy a morir ahora. Tal vez porque me tomé lastima a mí misma, yo siempre sentí que entre todos mis hermanos yo fui la que más sufrí. Pero ahora escribiendo esto me doy cuenta que nadie mejor que uno mismo sabe lo que siente en su interior, y yo no estaba dentro de mis hermanos para saber qué tan intenso era el dolor de ellos.

Yo sufrí, yo extrañé muchísimo a mi madre. Yo sufrí de mucha depresión en mis años de adolescente, pero la sufrí sola, callada, yo era triste, creo que esa fue una de las cosas que más marcó mi vida. Pero jamás le reprocho a mi madre porque para mí ella es una mujer muy valiente, que también sufrió muchísimo al dejar a sus cinco hijos tan pequeños y solos. Bueno ya no te aburro más con mis historias. Después te escribo otra vez ahora tengo que ir a ver mi novela de las 10:00 p.m. La veo todas las noches se llama: Dónde está Eliza?
Chao,

Ledis

Continuará…

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