El que sacaba lo malo y metía lo bueno.
Por: Alfonso Hamburger
Muchos años después me encontré con Matías Moreno, aquella penca de guayacán con la que el viejo Pepe Rodríguez pretendía sacar lo malo y meter lo bueno a los estudiantes incorregibles. Le tenían pánico. Con solo escuchar sus pasos o el ruido del auto en las calles, los alumnos se recogían como si fuesen santos.
Con su presencia los diablos buscaban compostura de santos, aunque una vez se iba el viejo, volvieran a ser los mismos. Los indios siempre se salían con las suyas y vivían como les daba la gana, por ello, tantos años después, el pueblo solo vive de su fama. Nada más. Y eligen al que les da la gana, desde los pretiles donde ponen sus culos de tierra.
Cuando la hallé (me refiero Matías Moreno), hace tres días, ya iba cogiendo otro rumbo. Menos mal que quien la utiliza como pensamiento creativo en su Twitter pasó su infancia por las tierras de Colosó (Sucre)y alcanzó a oír la leyenda de aquel internado, que hoy por hoy, divide las opiniones. Hay quienes sostienes que aquella escuela lancasteriana, de la letra con sangre entra, era un salvajismo. Otros la defienden como necesaria en su época, antes que se inventaran el derecho al libre desarrollo de la personalidad. Esto se jodió, dice Hernán Villa, quien advierte no haberse atrofiado con las pencazos del viejo Pepe. ¡Que calilla!, dice. Aquella penca de guayacán, era Matías Moreno.
La penca aquella se hizo famosa. Don Pepe, que era familia de un cura padrote, a veces usaba el cinturón para corregir a sus alumnos, entonces Matías era todo un macho. El internado de San Jacinto fue famoso, más aun cuando muchos egresados dicen haber logrado el éxito de sus vidas por la disciplina que les inculcò el viejo Pepe, especialmente Adolfo Pacheco, en su canción el profesor, dando fe de que el que salía de allí sabia. Lamentablemente, el tiempo no fue benigno para la familia, que fue salpicada por la tragedia.
Adolfo Pacheco Anillo y José Domingo Rodríguez- hijo mayor de Pepe- estudiaban en la friolenta Bogotá de los años sesenta, pero sus padres se quebraron. El Viejo Miguel cerrò sus negocios, entre ellos el Gurrufero, y se fue solito para Barranquilla. El Viejo Pepe enfermó y José domingo y Adolfo regresaron a San Jacinto, para enfrentar sus vidas dictando clases en el prestigioso colegio, que fue cambiando en la medida que fue cambiando la mentalidad de las gentes.
La fama le quedó como el colegio más aristocrático de los Montes de María, donde no entraba todo poeta. Pepe Rodríguez solo tuvo dos hijos, una familia muy pequeña para la época y pronto sufriría los estragos de la calamidad.
José Domingo salió bien aventajado en asuntos del amor, de modo que antes de graduarse, ya había embarazado a su novia, al parecer familia de la dueña de la pensión donde el grupo hacia las parrandas. Y esa actitud garañona, para el hijo del hombre que imprimía la disciplina y la moral en el pueblo, no estaba bien vista. Cuando descubrió la cosa, ya era abuelo. A su regreso al pueblo, Adolfo hacia canciones y José Domingo gerencia el colegio, que a mediados de los años 70 conservaba su alcurnia y su trayectoria, pero en un accidente de tránsito mueren Luz, esposa de José Domingo, y tres de sus cuatro hijos. Fue la debacle. El accidente conmovió todo San Jacinto.
El distinguido profesor volvió a levantar otra familia, pero el colegio fue decayendo, hasta quedar en manos de las políticas nefastas de las alcaldías populares, ninguna de ellas dignas del pueblo más emblemático de Los Montes de María.
De rictus nervioso y de pasos enérgicos, de caminado rápido y menudo, amante del béisbol y de una mirada penetrante, José Domingo perdió el habla años antes de morir y aunque se había licenciado, no logró que el Gobierno le reconociera una pensión. Los hijos de su segundo matrimonio, son sin duda, la mejor herencia del nombre.
El otro hijo del viejo Pepe, Enrique, fue un aventurero. Murió en una barriada popular de Puerto Rico y lamentablemente, su cuerpo estuvo en un anfiteatro como NN, mucho tiempo antes de ser reconocido. Son noticias que me llegan disparas ( por que en el pueblo se volvió costumbre negarme las noticias, ante el temor de que mi pluma indiscreta los afecte) y que no dejan de ser dolorosas.
Matías Moreno, que fue el inicio de esta historia, me llegó por el Twitter de un seguidor, a quien tuve que referirle los hechos, debido a que ya iba cogiendo otros sederos.
Esa era, pues, la historia de Matías Moreno, el personaje rotundo y dictatorial, que el viejo Pepe Rodríguez se inventó para meterles la letra con sangre a sus alumnos.