MURIÓ ÚLTIMO GAITERO DE BAJO GRANDE.

BAJO GRANDE...
En la quema de la violencia solo resistieron las casas de cinc ( Foto Semana.com)

En la foto que sigue, Avelino Escobar, sale a ver la tarde. Aquí murió, en esta casa del barrio Abajo.

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En esta iglesia de barro y piedra, construida por el padre Crijunano, bautizaron a Maximo Avelino Escobar Reyes, Kennedy,

– Avelino fue consumido por la guerra.
Las promesas del Gobierno a desplazados de Bajo Grande no se cumplieron. No llegó la luz, pero si los nuevos dueños.

Por Alfonso Hamburger

Murió Avelino Escobar y nadie me dijo nada. Ha sido un duro golpe para mí y para la gaita. Avelino, de casi cien años, era el último gaitero de Bajo Grande, machero de aquel conjunto de voces huracanadas que convertía la fiesta en un maratón. Y me dolió mucho, pero ya estoy acostumbrado a esos silencios. En San Jacinto murieron durante la guerra muchos allegados y ni siquiera me enteré. Me los escondieron para que no dijera nada, dizque porque soy muy chismoso. Yo entiendo que estábamos en guerra y la verdad es la primera víctima de un conflicto. Murieron tres Benjamines, tres Carlos y hasta Eusebio Yépez, y solo me enteré cuando ya eran polvo de olvido. Lo supe en este puente festivo, mientras departíamos en la Viña de Hamburgo.
Lo de Avelino sí que no se los perdono. Murió- me dice papá- harán unos cinco meses. La última vez que lo visité me acompañó Miguel Manrique, quien hizo las fotos, quizás las ultimas ( para un informe de la revista Semana), pues Avelino no sobrepasó la barrera del último año bisiesto y entregó los papeles. Era terco como una mula. Le decían “Allo”, diminutivo de caballo, porque dicen que era muy bien dotado, entonces no sabían si lamentarse de Elidas, diminuta mujer, o felicitarla por las complacencias de “Alllo”, quien se desquitaba con José Ángel Díaz ( el otro carpintero del pueblo), llamándolo como “Cabungo”, porque era pequeño.
Lo peor que le pudo haber pasado a mis paisanos fue el desplazamiento. Primero murió Gilberto Herrera, el peluquero, quien hacía las veces de cajero, tocando el llamador; después Joaquín, que tocaba la hembra como si ordeñara una vaca lechera, le siguió Miguel, tambor alegre y ahora Avelino, quien era muy porfiado, terco y hasta exagerado para todo. Después que le hacia el amor a una pollina, le metía un billete de cinco pesos en las orejas y como el dinero le daba cosquillas, meneaba la cabeza en forma negativa, entonces “Allo” le decía:
– ¡Estate tranquilla, que después te doy el resto!
“Hombre, Pocho, si ya estoy caduco”, me dijo aquella vez que llegue con Manrqiue. Llegamos a su casa de La Variante, antes de Hilda Lora. Y sin pedirle permiso al anciano que estaba recostado en el asiento, nos colamos a la sala. El viejo, sospechoso, nos siguió un poco rengo y rezongón hasta la cocina. El problema era que no veía casi y Elida, su esclava, su mujer de toda la vida, estaba sorda. De todos modos eso nos bastó para entender su miseria y su soledad.
Su figura quedó congelada para siempre, parado en el quicio de la tarde, sirviendo de marco el árbol seco donde jugaba domino. Miguel lo inmortalizó.
ARREMETIDA DE LAS AUC.
En la última arremetida de los paramilitares murió su hijo Deiber Escobar Reyes, más conocido como El Chino, 24 años. Aquella masacre fue un octubre de 1999. Todavía octubre era lluvioso. Mi tío Walberto llevaba una brazada de tabaco, rumbo al rancho, y cuando intentó sobarse por el alambre de púas, al levantar la mirada vio la humareda. Bajo Grande ardía. Los paramilitares, después de matar a cuatro jóvenes, entre los 22 y 24 años- su único delito era al parecer ser jóvenes- prendieron candela a las casas, las que no ardían, sino que se convertían en una sola haz de humo negro y espeso. Hasta ellas, las 80 casas de mi pueblo, se resistían a la violencia. Y como el fin era acabar con el pueblo, le metieron buldóceres para convertirlo en un mazacote, en un peladero.

Después siguió lloviendo. Los habitantes se desplazaron a Las Palmas y después a San Jacinto. Los caminos se habían perdido en medio de aquel diluvio, de modo que no entró en dos días autoridad para levantar los cadáveres, que en medio del fango, aun resistían la podredumbre. Al final entraron los del CTI en tractores, pero los perros ya habían probado la carne de sus amos. Fue la debacle.
Avelino, que enmudeció su gaita para siempre, se refugió con el resto de hijos en San Jacinto, donde vivieron de caridad casi siempre. Con la indemnización, que se duró sus años, compraron esta casita de dos piezas, más la cocina recostada a otros patios, donde el gaitero vivió sus últimos años, casi rayando los cien, pero se le había olvidado tocar.
Miguel le llevó una gaita, el viejo gaitero la sopló, pero sus aires solo vomitaron el calor de la humedad y del olvido.
En pleno destierro también murió Máximo Avelino, su segundo hijo, a quien el gaitero quiso poner el nombre de John F. Kennedy, como al malogrado presidente de los Estados Unidos. Fue Javier Ciriaco Cirujano Arjona, aquel cura casto y prudente de las canciones de Adolfo Pacheco, quien se opuso a que llevara semejante nombre.
– ¿Cómo se llama el papá? preguntó el cura.
– Máximo Avelino, respondió Elida.
– Bueno, así se llamará el varón, confirmó el cura.
Los padrinos del muchacho, largo y cabeza de pimienta como su padre, Nelson Hamburger Herrera y Virginia Fernández, aprobaron la oferta del cura. Y así aparentemente se quedó. Sin embargo, más pudo el rumor popular que aquella agua bautismal, porque nadie le dijo en su vida Máximo, sino Kennedy.
… Y así, con ese remoquete murió. Ya estaban desplazados en San Jacinto, hasta que una rara enfermedad lo fue consumiendo. Vivía con una prostituta, quien al parecer le pegó el Sida.
El hijo mayor vive muy Lejos. María Eugenia ( le gustaban nombres presidenciables), la última, se fue a trabajar a Bogotá. Y Nixon, otros de los menores, se perdió en la guerra.
La gaita, que fue el polo a tierra de esta familia, parece perdida. Solo Carlos Escobar, más conocido como “El Mono Avena”, hijo de Miguel, deambula por San Jacinto tratando de tocar acordeón y mostrado algunas canciones sin terminar, pero nadie parece prestarle atención.
Al ser desminado Bajo Grande en agosto de 2009, todo parecía listo para el retorno de las 125 familias desplazadas por la guerra. En el acto de entrega, el entonces Vicepresidente Francisco Santos prometió que a Bajo Grande lo iba a atropellar el desarrollo. Hoy, Avelino murió sin ver el retorno de la luz ni el retorno de la carretera, pero si le dijeron del hombre del carriel, quien llegó rematando la tierra de sus antepasados a 300 mil pesos la hectárea.

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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