Por ALFONSO HAMBURGER.
Añoro a los médicos de antes, aquellos que con razón se comían la mejor gallina. Y se las daban con gusto. Eran éticos, comprometidos, dinámicos, respetados. Si era preciso atender un parto de madrugada bajo un diluvio o atravesar el rio en el lomo de un caimán para salvar una vida en los caños de La Mojana, no había excusas. Recuerdo en San Jacinto a Nicolacito Reyes y Augusto Sierra, por sólo mencionar dos. En Sincelejo al paisano Aníbal Nicolás Mendoza Guette., con su risa a flor de labios, de los mejores.
Es posible que la Ley Cien, que convirtió la salud en un negocio que gira en torno de la administración de los recursos estatales, con subsidios para 23 millones de colombianos, donde opera la oferta y la demanda( rentabilidad) más no en el médico o el enfermero, volvió al profesional de la medicina ( no todos) en hombres y mujeres taciturnos, fríos, que atienden al paciente sin la calidez y humanismo que se requieren. Todo se reduce a cifras. Algunas enfermeras que trabajan en la aplicación de pruebas Covid 19 y otros que trabajan haciendo encuestas en el sector ( éstas las pagan a 500 pesos por encuestado), se ven sometidas a cumplir determinados planes de desempeño. Todo es cifras y más cifras. Existe una competencia de tipo político, a ver qué municipio lleva mayor cobertura en la aplicación de las vacunas contra la Covid 19, como si se tratase de los numeritos de un partido de beisbol. Lo único que falta es que el carnet de vacunación sea un requisito para votar el trece de marzo.
En el otro lado, como si fuese la pelea del toro y el torero, está el paciente ( mejor dicho, cliente), que ha luchado por una cita, que madruga a hacer colas largas, sometido a regímenes de bioseguridad exasperantes, que busca la salud a ciegas, y que se estrella con un médico que a duras penas lo examina. El show se lo gana el portero. No vivimos en un estado de salud, sino de enfermedad. Y si abren mañana una clínica con cinco mil cupos, se llena como si fuese a cantar Ana del Castillo.
Soy observador. Ese es mi oficio y cada que voy a control por mi diabetes, opero como un conejillo de indias. El médico ya no tiene tiempo para hacer chanza con el paciente, como hacia el doctor Luis Haut, mi primer ortopedista, quien me puso una varilla de acero intramedular en el tercio superior de mi fémur izquierdo a mis veinte años, que me ponía a desfilar en el proceso de recuperación, o que se chanceaba con mi apellido, pasamos a un sistema donde el médico se dedica a escribir en el computador algunos datos y ya. Le ordena al cliente que se suba en la camilla para tomarle la presión arterial y después que se pare en el peso para pesarlo. Cuando mucho lo ponen a uno en la pared para ver cuánto mide. En este ejercicio veo que voy para abajo. En la cédula dice 1.67 centímetros, la estatura de Maradona o de Álvaro Uribe, pero ahora dizque sólo son 1.64 centímetros. Soy como un ñame, que crece para abajo.
Si no llevas los exámenes de laboratorio, que son lo que certifican todo, el médico de hoy( deben haber excepciones), que no te mira el ojo, ni te examina los oídos, ni te hace sacar la lengua ni te da golpecitos en la barriga ni te pone un foquito para ver mejor, se limita a contar los pacientes y que el tiempo corra , mientras los operadores del sistema se quedan con las ganancias, las más jugosas de todos los tiempos, debido a la pandemia.