Gustavo Petro en tarima de Sincelejo

PETRO EN SINCELEJO, CONTRA EL HAMBRE Y LA CORRUPCION.

Por ALFONSO HAMBURGER.

Para decir verdad, el 16 de febrero, al mediodía, se me había olvidado que Gustavo Petro hablaría en Sincelejo. Y era casi normal. Ya un primer intento por presentarse en la ciudad que el líder del Pacto Histórico reconoce como su ciudad , la de su origen como movimiento ardiente, había fracasado. Hubo gente despistada. Uno de ellos el maestro Guido Buelvas, que a sus 82 años sigue dando trapo y perdió su pasaje de moto. No le avisaron a tiempo de el no permiso de la Alcaldía, que le puso mas traba que a las corralejas. Además, de la famosa Plaza Olaya Herrera, con el atrio natural de la catedral, se dice que ya es histórica, porque quien la llena gana. Y extrañamente, en lo que algunos comentaristas suspicaces consideraban una argucia de la derecha caótica que manda en Sincelejo para incomodar a esa horda de salvajes que empuñan la campaña petrista. Y para colmo de males, habían preferido mandarlo a la avenida Mariscal Sucre- un bello nombre- en un lugar estrecho, paralizando el tráfico en una ciudad sin servicio público de pasajeros y que es posible que se lleve el récord de la urbe que mas desfiles tiene en sus calles rápidas, sinuosas y llenas de carretillas. Y lo peor, al escuchar al candidato, en sus primeros balbuceos, mientras grababa con su celular la multitud, me dio la sensación de que la discusión en los medios, donde quedaba muy mal parado nuestro pobre alcalde, no había pasado más allá de “La Poza del Chorro”. Petro fue el primer sorprendido, porque sé que mientras viaja lo hace distraído en su pensamiento profundo, armando mentalmente las imágenes de su discurso, mordaz y sin asco, contundente siempre. Los intelectuales son personas ausentes, ensimismadas, siempre pensando en su maldad, maldad de las buenas, contra la clase corrupta, esta vez contra Aida Merlano, que es la Julieta y victima de timadores de oficio, que han llevado la política a un negocio rastrero. Una novela para la pluma de Gustavo Bolívar.

…Y en medio de ese mundo ausente, porque creo que a veces Petro viaja como una marioneta, el jefe del pacto histórico confirmó en su discurso, que en realidad no supo de la diatriba mediática que se armó por el cambio de la plaza Olaya Herrera por una calle de doble vía, por los lados del Parque Comercial Guacarí, como si se tratase de un acto extendido, uno más, de las moribundas fiestas enerinas, convertidas en una colcha de retazos. Mientras, los otros, los azules de Barguil (quien nunca habla de su padre), con su voz arrastrada, usaba el privilegio de la plaza tradicional, la que marca el termómetro, al candidato del pueblo lo tiraban a la calle. Para un malo un malo y medio. El alcalde de la ciudad, ya conocido por su soberbia, que había impuesto las corralejas en pleno pico alto de la pandemia, contrariando al Gobernador y a una circular de la Procuraduría, estaba demostrando que es osado y que a pesar de que lo creen tarado, es un tipo que juega la cabeza, también para las buenas maldades, si es que existen maldades buenas.

Es que a veces solemos ahogarnos en un vaso de agua, sea medio lleno o medio vacío. Me dio la sensación de que Petro ni supo del verdadero origen del cambio, ni nunca se sabrá, aunque el líder Carlos Zuleta si lo sabe, pues llevar al candidato que lidera las encuestas a la presidencia de la república a cualquier plaza, no es fácil. Lo están cuidando como a pollo chiquito. Varios rifles apuntan a su cabeza. Su candidatura tiene nerviosos a quienes viven del Erario como si esta fuese su profesión, su negocio de 200 años, con un régimen de la corrupción y el hambre. Y existe una circular, un mandato legal, de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, un esquema de seguridad, con unos protocolos que deben cumplirse minuciosamente. El mundo está pendiente de esta campaña. De la cabeza de Petro. No pueden exponerlo a un tiro de balas rasas.

Pues, si antes de desarrollar lo de la tal Corte, que es un cuento muy técnico (no es nada que lo maten-a Petro-, como algunos prevén en las redes sin esconder la cara), volvamos a mi olvido de mediodía. Yo vivo en el sector donde comienzan las fiestas del Veinte de Enero, donde se empiezan a formar los primeros grupos para la cabalgata, el desfile de carrozas y comparsas, donde la gente con mochilas y caballos empiezan a empinarse el trago, mientras los músicos de vientos y piteros calientan sus gargantas. Yo estaba más interesado en el juego de Liverpool, de Luis Diaz contra Inter de Milán, cuando, a eso de la una, empezaron a pasar gentes que iban de a pie, con trapos en la cabeza, cachuchas, pancartas, y diferentes atuendos, desafiando el ardiente sol de verano, que tuesta las piedras. Y como estaba detrás de un vidrio ahumado, no veía rostros, sino figuras amorfas que pasaban en cantidades. También pasaban busetas pequeñas, algunas destartaladas, y buses de pueblo. Los buses de pueblo son suigéneris, porque llevan estampas de la Virgen del Carmen y todo tipo de calcomanías de colores o nombres rimbombantes y se nota que no son de por aquí. Fue donde me terminé de despertar. Salí afuera y presté el oído. Se escuchaba la voz de un locutor alegre. Somos tierra de locutores, de los mejores. Cualquier muchacho corroncho, que entierra su mirada en el piso, huidizo, es dueño de una potente voz que truena. Enseguida sonó una banda, después un conjunto de pito atravesado, o travesrero, como dice elegantemente Inis Amador. Y otra vez la voz del locutor que animaba, con cánticos y salmos, rezos contestatarios, especie de responsos. El sol arreciaba, pero eso no era nada, porque se dice que el negro es freso.

Yo estaba en un dilema. Por estos días cargo una flojera mona. Si prefería ver La manifestación por las redes, escucharla desde mi apartamento en la casa uno de Linares, hasta donde llegaba el sonido en vivo con la voz alegre del locutor de pueblo, asistir y ver para creer como San Francisco, o esperar el partido de Luis Diaz, pero caramba, al guajiro lo dejaron en la banca, para tristeza de sus parciales.

No podía desconocer lo que estaba pasando a quinientos metros de mi residencia. Por momentos pensé que era un buen sueño. El veinte de Enero había regresado a Sincelejo, porque la música se seguía filtrando en la brisa espesa de Febrero y se sentía la alegría de un pueblo. Salí a ver, cuando para el segundo tiempo continuaron los mismos jugadores que habían terminado el primer tiempo. Lucho seguía en la banca. ¡Que decepción! A falta de Luis Diaz, bueno era Petro.

Me le pegué a los que caminaban a la tarima. Las aceras estaban llenas de buses de pueblo. La gente seguía caminando con trapos en la cabeza, cachuchas, concha e jobos, sombreros Zenúes, banderas. Los alrededores del hotel Boston se habían llenado de motocicletas y más adelante las vallas de La Policía. Pocos agentes revisaban a quienes entraban. Con mi cara de cura ni me miraron, pase caballero. Había unos claros al principio. La tarima estaba a unos quinientos metros y a medida que se avanzaba la gente estaba más apretada. Había alegría. Había esperanza. Era imposible seguir avanzando. El sol arreciaba. Había pancartas de todos los tamaños y estilos. La mayoría era gente de pueblo. Se notaba su esperanza, una especie de ilusión en sus rostros agrietados, empapados de sudor, entonces se abrió la feria. Había guarapo de panela, bolis de cocó, de níspero con sabor a tierra, de chocolate, de limón fallo de azúcar. De piña colada, galletas, rosquitas, gaseosa, agua en botella y en bolsas- Todo a mil. Incluso, de a tres por dos mil. Estaba el hombre del algodón dulce y rosado, que Petro había reseñado días antes, había vendedores de sombrero, de cachuchas y de ponchos, como para una corraleja. Ya era imposible seguir regendiendo gente. Petro estaba de afán. No habría protocolo más allá del pito atravesao (quieren que venda mi hamaca, pero en ella es que yo duermo y no puedo venderla y dormir en el suelo como si yo fuera un perro), Petro hablaría sólo una hora, que pesar, muy corto para el esfuerzo. Cuando dijo que el avión lo esperaba hasta una hora después, hubo un murmullo de lamento. Un tipo jocoso dijo que abrieran el ojo, porque había mucho uribista colado. Bailaban mujeres con mujeres. Mujeres con ancianos, con niños. Había coros como en las huelgas, como en los estadios y tendidos, había viejitos que muy seguramente votarán por última vez, quizás esperanzados en un cambio que de pronto no verán ni llegará. Petro parece engolosinado y debe ser prudente con las alianzas. Probó el sonido. No estaba muy bien. Habló de probabilidad, que había posibilidad de llegar a la Presidencia, que había que estar pilas. Su discurso es pausado, demoledor. Calculador. Le echó una mirada larga al infinito. Se sintió satisfecho con el lleno. Tenía una guayabera blanca, como prestada, algo ajada y una cachucha bacana, con el logo del pacto. Los arboles no dejaban ver el bosque. Muy práctico Petro ordenó bajar las pancartas (una de color naranja) para que los de atrás, al infinito del sol, pudieran verlo, que lo oyeran con los ojos. Después que hubo de haberse sentido satisfecho con el lleno de la plaza, fue que se dio cuenta de que no era la de la otra vez, la Olaya Herrera. Me entusiasmé, pensé que le iba a soltar la lengua al alcalde por haberlo mandado para este lado, pero no, pasó por allí sin detenerse, entonces soltó un discurso diferente, con el novelón de Aida Merlano, los Char y Los Gearlein y una frase para la prensa nacional: “El virus Duque 19, es el mas parecido a Nicolás Maduro. Sesenta millones de latinos se acuestan sin comer y Colombia a punto de una hambruna, no obstante tener tierras fértiles. Lo dicen organismos internacionales. Hambre y corrupción, corrupción y hambre.
¡Olé, matador!, la corraleja estaba prendida, pero esta vez con un discurso que mecía a la gente, como en una ola en un estadio de fútbol, y cuando se iba el sonido, que fueron varias veces, la gente se la echaba al ingeniero, que debía ser Uribista. ¡Ojo!

Gustavo Petro había estado en San Marcos, a dos horas en auto por la mañana, para complacer al Zuletismo. Este es un joven, Carlos se llama, que desde los 18 años levanta las banderas petristas en La Perla del San Jorge, con un discurso pedagógico. La gente pensaba que era una locura poner a caminar a Petro bajo esos 42 grados cobijado en sombra, en una región ubicada en zona roja , con máximo riesgo para su bella cabeza y tan temprano. El problema era garantizar los protocolos de seguridad, ese mandato de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que es de obligatorio cumplimiento. La avanzada debía estar dos días antes. La gente del Pacto Histórico, me dicen , hacen recolectas desde los 50 mil pesos para arriba para los gastos de campaña. No son adinerados. Los escoltas necesitaban un auto blindado, pero por andar buscando uno se presentaros dos, tanqueados de gasolina y un chofer armado hasta los dientes.
Hubo un consejo de seguridad. El alcalde Arabia se puso el overol. En San Marcos las cosas no están bien. En la última semana habían ocurrido cuatro homicidios. El plomo andaba bajito. A la policía Nacional se sumó el Ejercito y el organismo de protección oficial. Un helicóptero, en el que también llegó el bacán de Benedetti, hizo levantar los techos de palma, espantó a los burros de los playones y alegró los aires de las nueve de la mañana en San Marcos. Era una locura hacer una manifestación política a esa hora de las bateas. Por seguridad no se hizo la caravana, pero en el momento que el sol mas alumbraba, unas tres mil personas oyeron al que muy seguramente va a ser el presidente de Colombia, quien acomoda el discurso perfectamente a cada región y en San Marcos, donde inicia la Mojana, no fue la excepción.

Ya algunos liberales de Sucre, que hace un mes no creían en el Pacto Histórico, están anunciando apoyo, entre ellos un gran pluma blanca, que ya envió un guiño y nadie quiere quedarse por fuera de un posible triunfo de Petro.
Algunos ya se están acercando al Barrio Ford, donde una dama de apellido García, madre de Verónica Alcocer, está recibiendo a la gente para anotarla en el libro de la vida. Como quien dice, poder busca poder. Y nadie quiere quedarse por fuera.

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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