Ensayo crítico
Por: Orieta Hamburger
En los últimos años, el planeta tierra se ha enfrentado a una difícil problemática asociada a la sobreexplotación de los recursos naturales, con el fin de satisfacer la incesante demanda a causa del incremento de la densidad demográfica, esto ha ejercido una presión sobre los ecosistemas, a tal punto que pone en riesgo la disponibilidad de recursos con los que se cuenta actualmente, por lo tanto, surge un problema global que afecta directamente el desarrollo económico, ambiental y social. “Un mundo finito puede sostener solamente a una población finita; por lo tanto, el crecimiento poblacional debe eventualmente igualar a cero” (Hardin 1967).
La demanda de recursos para el desarrollo económico de los diferentes sectores, están generando un agotamiento expedito de lo que se puede tardar el planeta en regenerarlos. El ser humano emplea o extrae, hoy en día un 50% mas de los recursos que hace 30 años, aproximadamente 60 millones de toneladas de materias primas al año (Belda 2018, p.20).
Aunado a esta realidad, es inevitable resaltar que en la actualidad términos como “cambio climático” o “calentamiento global” retumban en los oídos y conciencia de una humanidad que no desconoce, pero que es completamente indiferente y concibe estas problemáticas como lejanas e intangibles. Muy a pesar de lo vivido y experimentado a través de la pandemia ocasionada por el virus del COVID-19, que sacudió, sin discriminar, a todos a su paso; una emergencia sanitaria que cambió el patrón comportamental, psicológico, socio-económico y ambiental, y que ocurrió de forma inesperada. De esta misma manera, se relaciona, analiza y se estudia la naturaleza humana, a través de la teoría de la tragedia de los bienes comunes del autor Garret Hardin, en la cual se expresa el principio de que recursos que están en un espacio común (accesibles a todos) siempre van a sufrir un deterioro debido a su sobreuso, bajo la premisa de que: “la libertad de los recursos comunes, resulta la ruina para todos” (Hardin 1967). Lo cual al igual que el cambio climático y la pandemia, se concibe como una realidad lejana dado los patrones de egoísmo, conveniencia y beneficio individual del hombre.
Sin embargo, las consecuencias son cada vez más cercanas, notorias y palpables: La escasez de los recursos, se verá reflejada en el decrecimiento de la producción de bienes y servicios de una manera acelerada, afectando directamente la economía y así mismo, en efecto dominó, múltiples sectores que se encuentran interconectados, generando conflictos sociales por la disputa de los llamados bienes comunes, esos que cualquier individuo puede aprovechar para satisfacer sus propias necesidades sin restricción alguna. La ansiedad que generará la búsqueda activa de recursos en lo poco que queda, agravará por sobreexplotación y el colapso total de los ecosistemas, provocando un caos global y hasta la extinción de la raza humana en el planeta tierra.
El simple hecho de continuar sobrepoblando el planeta y colapsando el sistema de supervivencia puede llevar a la humanidad a una muerte lenta premeditada de la cual no será posible escapar. No existe un límite que permita controlar el consumo desmedido, ya que la comodidad y satisfacción es lo que conlleva al aplazamiento de realizar un análisis para resolver y encontrar alternativas que permita tener una justicia social en búsqueda de una forma de vida.
Existe el pleno conocimiento del estado actual en el que se encuentra la humanidad y el planeta, sin embargo, no se explora más allá de un corto a mediano plazo, asumiendo que el agotamiento de los recursos aún no se materializa y que por lo tanto las actuaciones no se reflejaran inmediatamente frente a esta contrariedad, asumiendo que con lo poco que queda es suficiente para todos y que se podría continuar con el normal desarrollo de las actividades de subsistencia, sin medir lo necesario para lograrlo.
Este inconveniente podría darse por resuelto si los que viven de dichos bienes, son razonables con las actuaciones propias y las consecuencias inevitables que puede traer el uso incontrolado y excesivo, adaptándose a cambios beneficiosos bajo una metodología acertada, justa y veraz para la autorregulación de los recursos disponibles pero agotables en el tiempo.
Las comodidades y lujos que muchas personas disfrutan actualmente, las mantiene en su “zona de confort” y alejan la idea de la necesidad de considerar el consumo y reflexionar ante los efectos que este está generando actualmente, no obstante, el hombre si duda que las pequeñas acciones que realiza desde su individualidad, realmente sean relevantes para ocasionar un cambio determinante. Sin caer en cuenta que los grandes cambios, son los resultados de las sumas de pequeñas acciones individuales, es decir, cada acción y pensamiento cuenta.
Parte del problema del manejo inadecuado de los bienes comunes, radica no solamente en su agotamiento sino en el impacto ambiental negativo que permanece después de su desmedido aprovechamiento. El hombre razonable encuentra que su parte de los costos de los desperdicios que descarga en los recursos comunes es mucho menor que el costo de purificar sus desperdicios antes de deshacerse de ellos (Hardin 1967).
En contexto de lo anterior, surge la discusión sobre si existe o no una posible solución, estrategia o plan de acción para enfrentar dicha teoría de la tragedia de los comunes y consolidar un modelo socio- económico, político y ambiental encaminado al desarrollo sostenible de la humanidad.
Por un lado, se puede realizar el ejercicio de comparar cómo funciona el ejercicio de la limitación de los recursos comunes, a través de la privatización de los espacios y procesos, es decir, cuando los intereses no son comunitarios, si no que se expresan a través de diferentes dolientes, se observa que la planificación estratégica del uso y explotación de los recursos naturales se da de forma organizacional. Un ejemplo claro, se da en la consolidación de actividades piscícolas a grandes escalas, realizadas a través de procesos agroindustriales y pecuarios, de manera tecnificada en granjas autosostenibles o lagos que pertenecen a un privado. El resultado sería la explotación sensata de peces para el consumo humano, sin generar estrés o presión sobre el sistema. Caso contrario, si la granja no perteneciera a un privado, si no que fuera un espacio o bien común, el resultado sería la extinción de las especies y el daño de las condiciones ecosistémicas. Dado que las personas tendrían utilidades significativas sobre la explotación de peces en un corto plazo.
Esto resulta una solución llamativa, sin embargo, es sólo aplicable a una cantidad finita de bienes o espacios comunes; pero no palpable sobre otros, tales como la atmósfera, los océanos, entre otros.
Por otro lado, el autor plantea las regulaciones normativas y el replanteamiento de los sistemas económicos, legislativos y sociales de los países. En definitiva, implantar normas para impedir el uso masivo de los recursos naturales suena a una gran idea. Pero desafortunadamente la realidad es otra, dado que las leyes están diseñadas de manera general y no bajo condiciones específicas para cada situación. Por ende, la interpretación de las mismas se convierte en una actividad subjetiva, que se presta para dejar aspectos en el vacío.
Las leyes que prohíben la explotación de recursos y la preservación de espacios comunes, constituyen una de las más concretas y aplicables en la realidad. Sin embargo, no son del todo sostenibles. Lo que nos lleva a pensar en normas que, en vez de prohibir, regulen o limiten la explotación de los recursos. Pero en la práctica la moderación es inmedible y difícil de vigilar o regular. Quedando sujeto a la interpretación normativa por parte de cada individuo.
se considera que las regulaciones existentes son tan limitadas para controlar la conservación y protección de los recursos comunes, ya que por ser incalculables es imposible realizar una distribución equivalente para resarcir la demanda demográfica que alberga el planeta hoy en día. Las leyes de nuestra sociedad siguen el patrón de la ética antigua, y por tanto, se adaptan pobremente para gobernar un mundo complejo, altamente poblado y cambiante (Hardin 1967).
Es irrisorio pretender cambiar el comportamiento destructivo irracional de un individuo frente a una cultura hipotética de derroche de la disponibilidad de los recursos simultáneos o esperar que exista una reacción de pensamiento sostenible frente a las acciones desfavorables que se cometen hoy en día para el beneficio de unos cuantos y el perjuicio de otros.
En este sentido, podemos concluir que la realidad a la que nos enfrentamos hoy en día obedece a patrones comportamentales, psicológicos, socio-culturales de la naturaleza humana, enmarcadas en la teoría de la tragedia de los comunes. El ser humano es egoísta e individualista, y en la búsqueda constante de su propio beneficio se aleja de la búsqueda de la sostenibilidad social, económica y ambiental. La problemática por la sobreexplotación de recursos naturales es una realidad y es cada vez más palpable, tal como lo es el cambio climático y los estragos que dejó una pandemia a nivel mundial. Es por tanto, que nos encontramos en la generación del cambio, de las pequeñas acciones, de la búsqueda del anhelado desarrollo sostenible, por ende debemos ser consciente de la responsabilidad de tener libertad sobre los recursos comunes, saber administrar dichas libertades y enfocar modelos que permita que las futuras generaciones puedan gozar de las riquezas y biodiversidad que nuestros ojos hoy pueden palpar.
Excelente