Crónicas urbanas
CORNDORITO, ¡EL DE LOS CRUCES BACANOS!
Por Alfonso Hamburger
Entre el oscuro y claro del día que muere, mientras baja esa oleada de calor que sacude Sincelejo, una figura alta y delgada, que lleva un pantalón subido hasta lo más alto de su cintura, camina para aquí, camina para allá, se rasca la cabeza de pelo entrecano y erguida, como si estuviera perdido. Sus ojos pequeños obnubilados por una nata, pero de águila, y su nariz de loro, hacen juego en una frente larga que termina en unas entradas tramposas. Sobre la cabeza lleva unas gafas oscuras, Rayaban originales, que usa de día. Se le ve desesperado. Es el momento en que las culebras se atraviesan por los caminos y los vendedores ambulantes y en especial los estacionarios que se ubican al frente del antiguo LEY y Olímpica, en la plaza Olaya Herrera, empiezan a rematar sus productos. Los moto taxistas ofrecen sus servicios desde la esquina del semáforo, hay bullicio de remate, ruidos de cosa que se apaga, las amas de casa salen con sus bolsas plásticas llenas y todos parecen decir “calabaza, calabaza, todos para sus casas”. Sincelejo muere rápido de noche. Es la hora de las putas y de los hombres de la calle.
La figura que camina como perdida parece ser el único convencido de que no irá a casa tan pronto. Tuvo un día de perros. Le salió un solo cruce, por el que le dieron cinco mil pesos y le ofrecieron unos tragos de whisky. Nada más. Su agite es normal. Hay días buenos, malos y pésimos. Hoy no ha sido el suyo.
II
Muere enero en Sincelejo y después de unas fiestas largas y malas, la gente vive en la espera y esperar siempre duele, esperan de todo y nada, viven del empeño, de la palabra y del dolor, en tertulias eternas que descomponen el mundo y después lo dejan donde lo encontraron. En medio de todo hay gente para todo, como los parranderos que le dieron cinco mil pesos por un mandado al hombre que parece perdido, Ricardo Manuel Parejo Guerra, más conocido como “Condorito”, quien ahora arriba a la oficina de Silvio Cohen, al aire libre , en el Centro Comercial el Parque. El periodista le ofrece una cerveza, pero prefiere un tinto. Parejo había despreciado también a los amigos del único cruce del día, quienes le mandaron a comprar tres botellas de Whiskies en el SAO de la Pajuela, le regalaron los cinco mil pesos que llevaba en el bolsillo y le pidieron que se quedara tomando con ellos.
– Ni para el putas iba a llegar a mi casa borracho y sin un peso en el bolsillo, dice Ricardo, quien tiene 59 años y una historia de cruces y presunciones de delitos no comprobados.
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Su profesión es hacer cruces de todo tipo. Nació en Barranquilla, es sobrino de Enrique Parejo González, uno de los juristas más notables del país, ex ministro de justicia a quien una bomba le destrozó parte de su rostro, en la guerra contra el narcotráfico y el cartel de Medellín. También fue embajador en Budapest, hasta donde fueron a matarlo. Los Parejo provienen de Ciénaga, Magdalena. Allí donde lo ven, siempre bien vestido y encajado hasta más arriba de la cintura, buscando un cruce, Ricardo proviene de buena familia. Su padre, Gustavo Parejo Gonzalez fue un prestante comerciante que llegó a Sincelejo proveniente de Maicao y siempre mantuvo buenas relaciones. Fue socio de William Qussep en Surticarnes, que quedaba en la parte baja del edificio donde hoy está La Fiscalía.
Los Parejo Guerra, con sus siete hijos, Vivian en el barrio La Palma de Barranquilla. Ricardo vino por primera vez a Sincelejo en 1969, cuando tenia once. Salía de Barranquilla a las once de la noche de los viernes y llegaba a Sincelejo en las primeras horas del sábado. Su misión era llevar la plata que su padre enviaba para toda la Semana. Se iba el sábado por la noche y llegaba a Barranquilla el domingo, para prepararse para el colegio. Entre viaje y viaje se fue enamorando de Sincelejo y a trabajar de noche, hasta que a mediados de los años 70, se vinieron del todo y se hospedaron en el veinte de Julio. Con su padre, que era el gerente, el hoy famoso “Condorito”, fue contador de una flota de lanchas en Magangue.
Pero Condorito, como se le conoce en medio del “cruce bacano ”, en determinado momento extravió su rumbo, fue retenido alguna vez, salió retratado en la primera página de El Meridiano de Sucre y fue libre ese otro día, por lo que el diario tuvo que rectificar. Pero alguna vez no se salvó de un carcelazo más largo, salió libre también, demandó y le ganó una buena suma al Estado. Obvio, que aquella cantidad se la gastó en amigos, ron y mujeres, porque dice que el día que muera no se llevará más que lo que gozó en la vida. Ahora espera el fruto de una demanda contra el Estado por la muerte de un hijo suyo que era Policía. Y obvio, espera que cuando le llegue el dinero, hacer lo mismo que hizo con la primera suma.
Con este personaje, de risa extraña, entrecortada (parece que se ahogara cuando se ríe a carcajadas estruendosas), se cometieron injusticias. Siendo una persona buena y bien relacionada, su nombre se confundió con el hampa criolla. Su profesión es única. Hace todo tipo de cruces. Es un experto en consignar o cobrar cheques en bancos y casas de cambio, hacer mandados o vender objetos usados. En uno de esos cruces, lo detuvieron por unos cheques chimbos, de lo que salió bien librado. Solo hacia un mandado.
– Yo no soy nada de lo que la gente dice, ni administrador de cabaret, ni coime ni chofer de plaza, esos son oficios de chirrete, lo mio es otra cosa distinta. Hago mi trabajo bien y punto.
Ricardo se levanta tarde, porque es como un gato que no duerme casi de noche, pero a las diez de la mañana ya está en los alrededores del parque, vestido como un oficinista, donde cumple su “profesión” de hacer cruces de todo tipo, desde cobrar deudas casi impagables o mandar a arreglar una nevera que ya estaba para la chatarrera. Su principal instrumento es un celular de baja gama, el que siempre suena, para pedirle que lleve hasta una medicina para la diabetes a Caimito, proveniente de Barranquilla. Siempre es atento, brioso y audaz para resolver cualquier problema. Se le mide a todo. Ricardo es una empresa personal especializada en solucionar asuntos de todo tipo. Hacer mandados.
ESTO ESTA MALO.
Después de diciembre, las fiestas de enero y la emergencia que vive el país por la sequía todos se quejan. Ricardo no es la excepción. El miércoles, después de un día con un solo cruce, a las cuatro de la tarde, no había hecho nada. Lo único que le ofrecían era cerveza. Todas las rechazaba, mientras mostraba una natilla en el ojo derecho, por el que ve muy poco. Tenía en las manos un arrume de papeles. Las diligencias para él mismo lo llevaban trajinado y de mal genio. Había ido tres veces a cobrar un libro, pero el deudor no estaba. Ese día lo salvó un cruce a la Gobernación de Sucre, donde le iban a entregar millón y medio de pesos para un amigo periodista. El trámite salió a última hora, cuando ya iban a cerrar la entrada a particulares. Tomó una moto en el Centro porque son más agiles. Una mujer lo esperaba en el antedespacho del Gobernador, pero en la puerta del edificio administrativo quien lo recibió le preguntó que si él era Pedro.
– Yo no soy Pedro, pero si me pongo a aclarar que mi nombre es Ricardo, no me iban a dejar entrar, dice, mientras se ajusta las gafas.
Entró. Ya era de noche. Salían los últimos trabajadores de la Gobernación. En la Oficina de Prensa una mujer lo esperaba con un sobre. Lo abrió. Contó uno a uno el millón y medio de pesos. Leyó el papel que iba a firmar detenidamente. Su padre- recuerda- le dijo que no firmara nada sin antes percatarse de qué era, porque podría ir preso.
Afuera la misma moto que lo llevó lo esperaba. Y ahora estaba engreído porque había cumplido. La gente le tiene confianza. Y además, esa noche llevaba una buena cantidad a su mujer, que también estuvo enferma. Al mediodía, porque su jornada en el centro es continua, se había tomado un plato de sopa que le ofreció un amigo. Cuando se levantó de la mesa de los festejos, había salvado su día, pero se dio cuenta que veía opaco por uno de sus ojos. La cara le ardía, pero iba feliz.
El jueves no hubo cruces, porque se dedicó a sacar papeles para la operación de las cataratas del ojo. No quiere quedar ciego.
El viernes fue macabro. Cuando llegó a la oficina de Silvio Cohen, con el mismo arrume de papeles del miércoles en un sobre de manila, estaba que echaba chispas. Eran las cinco de la tarde. Desde las doce empezó a hacer cola en la IPS donde lo iban a examinar. Su cita era a la una, pero cuando logró entrar, había tres personas coladas que no respetaron su turno. Manoteó. Forcejeó, pero nada. Entonces pidió sus papeles y se vino al Centro el Parque, a contar su drama.
Es el clima de una ciudad donde el más avispado dice marica el último. Es el sálvese quien pueda. Todos tratan de aventajar al resto. En medio de la situación, alguien recordó que el Mago de la Registraduría, ahora preso en Bogotá, cuando aspiraba a un cargo de elección, al arrancar las votaciones ya llevaba diez mil votos de ventaja.
A Condorito le pasó lo mismo, cuando logró entrar a la antesala del laboratorio, ya habían tres esperando turno. No hicieron cola. Se manó.
Lo único que le quedaba, el último viernes, después del chasco, era el sentido del humor.
Esa tarde, mientras se le pasaba la rabia, se lamentaba que a gente ño confundiera con chofer de plaza, coime de un billar, administrador de un cabaré, traficante en la época de la bonanza marimbera, guardaespaldas y hasta con comisionista de ganado. Mentira, Ricardo solo es miembro de la comunidad de bacanalidades deL Caribe. No volverá a Barraquilla ni a recoger los pasos.
Enrique Parejo, el ministro que no pudo matar Pablo Escobar, tio de Condorito, personaje de esta crónica. Tiene 89 años.
EL PEOR CRUCE.
Antes de irse, narró que el peor cruce de su vida fue una nevera vieja que le regaló Silvio Cohen. La cargó en una camioneta y la llevó donde su hermano, Gustavo Parejo Guerra, calificado como uno de los mejores técnicos en refrigeración de Sucre. Cuando llegaron, al ver la nevera, su hermano le dijo que allí no era la chatarrería. Sin embargo la bajaron.
Al mes, con la insistencia de Silvio, Parejo volvió donde su hermano para que le mostrara la nevera. Estaba intacta en un rincón. No tenía arreglo. Estaba era para botarla. Se notaba que quien se la dio no lo estimaba, le habían regalado un problema.
Fue donde Ricardo se desesperó, porque de pronto Silvio no le iba a creer.
– ¿Entonces que le digo a Silvio?, preguntó Condorito.
– Dile que no sirve.
– Qué hago con esa nevera entonces?
El hermano no se tomó mucho tiempo para responderle:
– Métetela por el culo.
Ahora, mientras se arregla los ojos, espera que le lleguen mejores cruces que el recauche de una nevera vieja.
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