Así soy yo, el periodista.
No quiero ser bueno ni el mejor, porque otros creerán que uno está en pos de ellos o del cargo que ocupan. Aún estoy libre de esa ambición. No quiero llegar lejos, sino a mí mismo, al ser humano que quiero ser para estar a la altura de las demás personas. ( JRC)
Por Alfonso Hamburger
Mi padre, un alemán de 180 centímetros de estatura, de rostro cuadrado y actitud militar, me dijo cuándo niño que yo no iba a servir ni para policía. Y tenía razón. Cuando me mandaban a la tienda de la esquina por café y panela, botaba los vueltos. Si me despertaban a las cuatro de la mañana para ordeñar las vacas en el traspatio de la casa, fingía que tenía dolor de cabeza. Cierta vez me enviaron de Bajo Grande a San Jacinto a culminar la primaria pero fue tanta la tristeza que me operaron de una apendicitis ficticia, entonces mi padre me devolvió al monte, que fue mío con todos sus arrestos. El castigo fue escuchar radio. Mientras los demás niños jugaban en la calle bajo el fulgor de la luna , que la chimarra, que el ven tu voy yo y la mata de plátano, yo escuchaba el bachillerato por radio Sutatensa. Esas lecciones y las historias que contaba mi abuelo materno, Albertico Fernández, mientras atravesaba los caminos reales, me fueron emparentando con el periodismo y con la crónica, que suelo hacer con la misma facilidad que un niño eleva un barrilete o alguien se bebe una totuma de agua.
Soy salvado por el periodismo. Quien lo haya inventado hizo una obra de misericordia conmigo. Pura caridad. Si el periodismo es el mejor oficio del mundo, la crónica es la mejor forma de burlarse de uno mismo, entretejiendo lo bello de la literatura con la crudeza de la realidad para pasar por este mundo sin dejar la camisa en el alambre. A veces dejándola. No dejar la camisa en la cerca es un acto poético , quizás como el del futbolista que se deshace de cuatro adversarios es una baldosa Es un mundo real bajo el lente subjetivo de la poesía. Es el trastrocamiento poético de la realidad. El lenguaje canta, tiene ritmo como si fuera porro y nos hace bailar con la plasticidad de la cumbia. Sin embargo, una gota de ficción puede contaminar todo un océano de realidad, de allí que siempre hay que pisar con mucho cuidado, sobre todo cuando atravesamos los campos minados de la guerra.
Esa ha sido mi gracia. Soy medio loco y alguna vez fui bohemio, antes del azúcar. Soy mal administrador, pero responsable en mi trabajo. A veces vivo en las nubes y por eso, cierta vez me fui de RCN radio Cartagena un viernes por la noche, dejando el aire acondicionado prendido. Era puente de Emiliani, de modo que el martes, cuando Carlos Mouthón regresó de vacaciones, las cortinas chorreaban agua helada. No me echaron porque ya me había venido para acá. Las Sabanas del Caribe me atraparon como atrapan las mojanas al forastero en Sucre- Sucre.
Me picó el bicho de la política, aspiré a la alcaldía de mi Municipio, perdí por un voto y el 20 de enero de 1993 irrumpí en Sincelejo. Aquí me atrapó la música sabanera y el ambiente. Todo estaba por inventar. Sólo traje una mochila para caminar con libertad, pero El Heraldo insistió en amarrarme. Allí hice unas buenas crónicas y otras no tan buenas, pero al menos servían para que el fotógrafo se ganara la vida. Acá nacieron mis prioridades máximas de existencia, Orieta y Marialis. En Cartagena había quedado Melissa, quienes son mi razón de ser. Mis alas.
Con mi llegada llegó la suerte. Crearon por esos años los premios de periodismo Alcaldía de Sincelejo y el Mariscal Sucre. Ya en Cartagena, había ganado dos veces el premio municipal y el Diana Turbay. Sin estos premios mi destino sería incierto. Han sido un proceso maravilloso para sustentar todo un proyecto de vida, porque han operado como una cadena de valores que hoy sustenta un mejor resultado: 500 programas en Tele Caribe, doce libros publicados, siete por publicar y más de 40 reconocimientos.
A mi llegada, acá editaban el periódico Orbicosta, donde publiqué una entrevista con la banderillera de a pie, Carmen Mendoza, protagonista del porro “El Arrancateta”, que me reportó el primer Premio Alcaldía de Sincelejo, en 1994. Al año siguiente, con un reportaje sobre La Mojana, gané el Primer Premio Mariscal Sucre, en el que hoy acumulo 9 preseas doradas en radio, prensa y televisión. Al quinto premio mi promedio iba con un 66 por ciento de efectividad, de 5-3. Después todo fue más duro. La gente empezó a competir y hoy tenemos en Sucre uno de los mejores periodismos del Caribe. Mis colegas sucreños son realmente buenos.
Mis crónicas son cerebrales, pensamientos y emociones que se pintan en el papel. Ideas que caminan. Muchas veces ando sin papel y no cargo libreta de apuntes. Recuerda mi colega Blanca Brunal, desde México, que en Montería (1987), cubrí la final de un campeonato nacional de béisbol, en el que Córdoba dejó a Bolívar manilla en mano, con un palo de Jorge “El Piporro” Hawasly entre pitcher y tercera. Fue la locura. Hice la crónica de memoria, pero cuando la fui a mandar por un Tandy 2000 se fue la luz y tuve que dictarla por teléfono. Los méritos fueron para Oswaldo Bustamante, quien no omitió una sola coma.
Sin prestarle atención a la plata nunca pensé que los premios y proyectos iban a ser la salvación para una persona que como yo, no goza de relaciones políticas y no acostumbro a trabajar con publicidad oficial, de modo que las únicas cuentas que han pasado por esos entes oficiales han sido por estos concursos, en los que ha habido de todo. Me he divertido de lo lindo con ellos. Algunos colegas que compitieron conmigo me cortaron el servicio del saludo y otros me cambiaron el nombre. Uno de ellos me dice calvo, pero no por cariño, sino para recordarme que tengo la cabeza destazada. Se me ven los pensamientos. En mi primer premio de televisión, con una crónica de 46 minutos sobre la historia de un acordeón olvidado, perdí a una colega.
Por todos, han sido por lo menos 40 reconocimientos, entre ellos 9 mariscal Sucre, siete Alcaldía de Sincelejo, cinco convocatorias de Trópicos de Telecaribe, una beca regional de cultura, premio nacional de cine y audiovisual colombiano, premio Ernesto Mc Causland a la mejor crónica del Carnaval de Barranquilla ( dos veces), premio Diana Turbay, Premio Alcaldía de Cartagena, premio Energía Caribe, beca FNPI para la crónica “Bajo Grande, pena y Dolor”, finalista en el premio Semana cuatro veces, igual finalista en este premio como mejor medio comunitario con Unisucre y mejor aporte a la radio y el premio Nacional de Literatura Manuel Zapata Olivella. Igual, el Internet llegó como un relevo necesario a la censura de algunos medios tradicionales y por allí hemos podido colgar crónicas que fueron reconocidas en el premio Investigar, patrocinado por la Universidad del Norte de Barranquilla, Consejo de Redacción y DW de Alemania.
Algunas crónicas de mi predilección, sencillamente, no ganaron, como la que le hice al mundialista Isaac Villeros, quien pasó sus últimos días bajo las gradas del estadio 20 de enero, donde vivía con afiches de modelos casi desnudas y un picogordo. O la que le hice a dos colosos del castellano, José Elías Curí Lambraño y al profesor German Bustillo, teniendo como testigo al entonces senador, Jorge Tuto Barraza.
La crónica más difícil, en las labores de campo, fue una serie de cinco entregas sobre la fallida zona de rehabilitación en los Montes de María, pues en Colosó nos detuvo la guerrilla y estuve a punto de devolverme. Esas crónicas, publicadas en El Meridiano, fueron contundentes para ganar el premio Mariscal en el 2003. Tuve la suerte de que en el cementerio, antes de llegar a Colosó, hallé al maestro que hacía los bastones y en una comunidad donde los jóvenes estaban escondidos, fue un ingrediente para crear la atmosfera del relato.
Ya no corro tanto gracias a que la Universidad de Sucre y su rector Vicente Periñan, me brindaron la oportunidad de dirigir su buena emisora y allí he podido sacar tiempo al tiempo para poder desarrollar mi faceta de escritor.
A los jóvenes les recomiendo leer y desfarandulizar el periodismo. Hay que caminar más para vivir mejor. Con ello el arbolito les hará el milagrito, como a la colega Rosa Márquez.