Sábado de Gloria, pretexto para narrar el posconflicto.
Por Pantaleón Narváez Arrieta
Alfonso me puso en aprietos al pedirme que, en no más de ocho minutos, presentara “Sábado de Gloria”, su reciente libro, cuyo prólogo, a diferencia de lo que suele ocurrir, lo escribió una lectora que ni siquiera tiene la pretensión de convertirse crítica literaria. Sin embargo, ella, con objetividad e imparcialidad, recalcó, el que para mí es el rasgo que identifica e identificará a Alfonso Hamburger: un fisgón que sueña con transformar todo lo que ve, oye y siente en cuentos para compartir, a la usanza de los tiempos de los mechones de petróleo. De ahí su afán para encontrar los cómplices que se dejen entretener por él o le incrementen su repertorio.
El libro contiene diecinueve historias, de las que no se sabe si son crónicas, ficciones o una combinación de ambas, desdibujando, con deliberación, los límites que antes, por imposiciones sin fundamento, separaron la literatura del periodismo. Además, la temporalidad no está enmarcada dentro del calendario, sino en la era de las lagartijas quejumbrosas, en la que coexisten la ruralidad atada al feudalismo que intenta perpetuarse y la era digital en la que el universo se integra por efectos de la inmediatez de la información.
Esas ambigüedades desconciertan. Sin embargo, a medida que nos adentramos en ellas se descubre la hondura con la que su autor se empecina en rescatar no solo acontecimientos que antaño cohesionaron el tejido social de la gran región de los montes de María y las planicies en las que desaguan sus corrientes, sino, también, los que en el pasado reciente lo desintegraron, dando paso la exaltación de los éxitos que se obtienen a través de artimañas y con la rapidez de quienes andan por los atajos y a una multitud de seres indefensos y vulnerables a los que atormenta el desarraigo y la incertidumbre, pero que se consuelan y alientan con la música de unos cantores que, la mayoría de las ocasiones, exaltaron las banalidades.
En la mesa directiva, Jorge del Río, presidente de la UES, Pantaleón Narvaez, presentador; Alfonso Hamburger, autor; Luz Helena Turcios, presidente de la ACPS y Fausto Perez Villarreal, expositor, en la presentación de SABADO DE GLORIA.
Por eso a menudo, en estas narraciones, que a veces con vértigo y otras válido de sosiego, se suceden las agonías, paradojas, ruindades, exaltaciones, desesperanzas, pasiones y risas. En fin, el amasijo de la cotidianidad, en medio del que, a trompicones o en plenitud de formas, aplaudimos, denostamos o nos afligimos tanto frente a lo cómico y lo absurdo, como ante lo supersticioso y lo científico, lo cierto y lo inasible.
Todo ello queda patentizado en eventos en los que la recuperación de salud depende de la intuición de una mujer que osa adivinar una patología y prescribe el medicamento, valiéndose de un vademécum; rugían (o roncaban como anota el autor) tigres de otros ámbitos que desatan temores en unos y envalentonamientos en otros; a los intelectuales se les menosprecia y se les somete a vejámenes; los moradores de un pueblo repudiaron al profesor que, por difundir la tesis de que la desigualdad del bienestar podía sustituirse por una simetría del mismo, provocó iras, rencores y vindictas que desquiciaron el orden que Dios había establecido, hasta desembocar en la desolación y la destrucción; se mide la hombría por la cantidad de vientres fecundados; las desconfianzas que llevaban a contener un disgusto para que no se tergiversara el sentido de la queja, no solo al interior del hogar, sino frente a quienes se asumieron como mesías y preconizaron el aniquilamiento de aquellos que aspiraban a una compensación, al equilibrio y a la tolerancia.
Pero a las remembranzas y las transgresiones que valorizan el libro, hay que añadirles la intención del autor por ponernos a reflexionar sobre la miríada de eventos que nos escarnecen. En efecto, subyace en los textos la solicitud para que superemos los desconsuelos del desarraigo, reconstruyamos los afectos y abandonemos todas las prácticas que fomentan la prevalencia de la fuerza, en especial la de los juzgamientos a priori desencadenan linchamientos, ejecuciones y marginamientos. En suma, propone que la igualdad no la midamos por la cantidad y el valor de los bienes que poseamos, sino por la posibilidad de instaurar la armonía a partir del respeto y la comprensión. Algo utópico, pero, como dije al principio, el autor se empecina en contar todo lo que ha padecido o disfrutado.