Los hermanos Lora, profetas en San Jacinto.
Todos los días, en algún rincón de San Jacinto, suena una canción de Los Hermanos Lora. Estos jóvenes talentos, en tránsito a la juglaría, han sido unos guerreros del folclor, con una eticidad en busca de la excelencia.
Son personas realmente afortunadas. Apenas abrieron sus ojos en esa cuna grande del folclor, donde la gente no nace sino que se mece en una hamaca, los hermanos Lora oyeron aquellas voces huracanadas de los gaiteros de San Jacinto, que convertían la fiesta en un maratón. Alberto Lora Diago, el papá, por donde les llegan los torrentes musicales, legó a San Jacinto una verdadera pieza de la nostalgia, en un tema donde resalta que hasta los velatorios son trascendentes y nos ubica en la felicidad cierta a pesar de las limitaciones económicas, rememorando las carreras de caballo en la calle de Las Flores. San Jacinto, aquel paseo grabado por Adolfo Pacheco y Ramón Vargas, pese a que fue subyugado por la impronta pachequera, ya nos ubica en un antecedente contundente de la semilla que apenas empezaba a sembrar su talento.
Si el viejo Alberto, que igual que el viejo Miguel se fue pronto para Barranquilla, no prestó mucha atención a su talento, quizás porque antes era así, y aquello se hacia sin ningunas pretensiones, sus hijos, especialmente, Juan Carlos y Eduardo Luis, desde que tuvieron consciencia de quienes eran y el compromiso que les asistía como miembros de una dinastía ( Los Lora en San Jacinto son una impronta herencial), asumieron la música como un proyecto de vida.
Los lora Lentino, de una gallardía impecable, son un referente del mestizaje que se mezcla en el telar de un pueblo tan ancestral como San Jacinto. Los vástagos, según Adolfo Pacheco, eran de ascendencia negroide, pero el abuelo san jacintero casó con una mujer de los Diago de San Juan Nepomuceno, blanca, de ojos azules y pecosa, de allí la estampa de los Lora, morenos claros con ojos azules y un biotipo de artistas de novela, donde el talento no se hizo esperar. A esa mezcla principal, se suma doña Gina lentino, una mujer guapísima, de ascendencia Italiana, que terminaría por consumar aquella urdimbre, que iba a terminar irremediablemente en un producto de exportación.
Los Hermanos Lora, como se les conoce ampliamente, de niños se vieron flotando en una ambiente musical , donde no había escapatoria. En su casa San Jacintera , en el marco de la plaza ( el padre fue Alcalde), los juguetes no eran convencionales. La guitarra, los tambores y después el acordeón, sellaron un taller familiar que necesariamente iba a dar resultados
Una de aquellas noches sin luz, porque en el pueblo adolecía de buenos servicios públicos, los hijos menores ( Juan y Eduardo), se vieron tocando música propia para matar el tedio. Los mayores, Alberto, Reynaldo , eran los líderes del grupo, en donde también descolló Gina. Poco a poco se fueron decantando en el camino, hasta que los menores asumieron el peso del destino de ser músicos.
La familia Lora Lentino se mudó pronto a Barranquilla, quizás en la búsqueda de un mejor destino educativo, pero jamás perdieron el contacto con aquel imperio musical, que los iba a preparar para ubicarse a la par de quienes los habían antecedido.
En Barranquilla los iba a seguir persiguiendo el destino. Se encuentran con valores trascendentes, como Chelito de Castro y otras figuras de la música, como el mismo Adolfo Pacheco Anillo y se inmiscuyan en un movimiento que hizo furor en el carnaval de Barranquilla, liderado por Luis Betancur Arrieta, quienes crean la Fiesta de Colonia, el domingo de carnaval.
Los hermanos Lora, como todo san jacintero que carga su terruño en la mochila, añoraban las vacaciones de semana santa, mitad y final de año, para regresar al pueblo y convertir aquel patio en un maratón de felicidad, ratificado en el tema “huellas imborrables”, una canción que logró grandes niveles de apropiación del telar nativo y logró esa empatía entre artistas y el pueblo joven ( principalmente), que en medio de la tragedia de la guerra reciente y del desplazamiento, los abrazó a todos. Nos abrazó a todos. Fue el mejor elixir para el perdón, pero sin olvido.
Mientras el mundo se descomponía, la fiesta de colonias, que logró grandes niveles de convocatoria, operaba como una zona de distención, donde todas las colonias sabaneras se abrazaban sin distingo de clases, porque el sello san jacinterio fue contagiando toda la región.
Desde muy jóvenes, los Hermanos Lora se vieron metidos en la fiebre de Los Festivales y a fe que asumieron esa parte tan importante. Allí descolló Juan Carlos, quien como compositor, nos lega canciones contundentes , como sangre azul o el poder de una canción, vitoreadas en el Festival Sabanero, Tabacalero , Bolivarense de Arjona y otras de corte romántico que lo fueron posicionando entre los grandes creadores de Colombia.
Si Juan Carlos lideraba el grupo en el abordaje de la modernidad, con ventas millonarias, discos de platino, excelentes etiquetas y promociones, sin nada que envidiar a los conjuntos de moda, Eduardo Luis, desde el acordeón en el pecho, no se quedaba atrás. Vinieron muchos éxitos y Congos de oro en el Carnaval de Barranquilla, excelentes videos y giras internacionales, con etapas altas , medias y bajas, como todo proceso, hasta que, como los Zuleta, hubo separaciones y reencuentros afortunados.
GIRO A LA JUGLARIA.
Hoy, cuando ya en sus cabezas se asoman algunas canas y la frente se amplía, los hermanos Lora se hallan en un momento extraordinario, donde lo que más importa es la relación espiritual y la trascendencia del mensaje. Juan Carlos asume su rol de líder espiritual cristiano, con tremendo éxito en la música góspel. Y Eduardo asume la juglaría como un proyecto definitivo en su vida, componiendo, tocando y cantando con una exquisitez, elegancia y seguridad, que lo ubican hoy por hoy, como el artista San Jacintero de mayor proyección, sin desconocer lo que vienen haciendo otros paisanos.
Eduardo Luis sacó su casta en el festival del barrio La 19, en la tarima Ramón Vargas, donde su canción dedicada a San Jacinto ganó sobradamente, en otro himno a esa patria chica.
Posteriormente empieza los homenajes a sus antecesores, y en especial a la cumbia, interpretando a Landero, con una voz y un acordeón de gran destreza, bajo el espectro de documentales bien logrados.
Eduardo Lora Lentino se yergue grande desde su acordeón, especialmente en el reciente homenaje a Adolfo Pacheco, interpretando algunas de sus canciones con nuevos arreglos y sigue proponiendo desde su San Jacinto, donde ha vuelto, con ideas novedosas que de hecho van a ser muy útiles para el desarrollo cultural de la tierra de la hamaca, porque además de musico, Eduardo es abogado, capaz de dirigir sus propios video clic.
Y para ratificar su talento, Eduardo Luis, asumió como suyos, dos proyectos de moda, los seriales de Telecaribe, como como , como canto, de Juan Carlos Diaz y “El Gurrufero”, creando las bandas sonoras, para lograr dos piezas fenomenales dentro de la producción del canal.