EL MEDICO QUE ESPERA AL CORONAVIRAS PARA DERROTARLO.
– Dice que el Covid -19 es un invento.
Por ALFONSO HAMBURGER.
Habiendo vencido a la muerte muchas veces, a los 81 años, Manuel Rivera espera con cierta risita al coronavirus, para comérselo vivo. Lo espera sin impaciencia, mientras se soba las manos y vuelve a reírse. Lo espera tranquilo en Tenerife, Magdalena, un pueblo levantado por los españoles a su imagen y semejanza al lado de una ciénaga y el rio Magdalena, donde vivió Simón Bolívar con Manuelita Sáenz. Es un pueblo famoso por la batalla del mismo nombre y por ser una desconocida cuna de la gaita.
Manuel Rivera es un tipo valiente, de cuyas batalles de vida le queda un plomo incrustado en la cabeza, que nunca pudieron sacarle. Es un hombre terco que no come de cuento. Es un médico de los de antes, formado en Cuba, que forcejaba de cuerpo a cuerpo con las enfermedades, sabían diagnosticarlas y sabían ponerle sus remedios. Así como no confía en los glucómetros ni en algunas enfermedades modernas, Rivera no cree que el coronavirus exista como lo pintan. Tampoco cree en las maquinas que diagnostican. Está seguro de que esta pandemia no existe y que es más bien una sugestión colectiva para meter cosas que vendrán después.
“Ahora todos se mueren de coronavirus, y de las otras enfermedades, qué?”, sostiene Rivera, quien advierte que todos los días se mueren miles de personas en el mundo, incluso del hambre, como pasó con los niños, en la Guajira. Colombia tiene miles de desaparecidos, millones de contagiados con el dengue, y nada pasa. En este sentido, Rivera sospecha que al malo todos le caen. Nadie muere por estos días de cáncer sino de Covid-19. A quienes tienen fama de malos les atribuyen todos los muertos. Al político Álvaro García, condenado por parapolítica- según el mismo- le atribuían hasta la muerte de Eduardo Lora, el que se mató en un Jeep en la loma La Venera, cuando aun García no había nacido.
El periodista Alfonso Hamburger, en visita al medico Manuel Rivera, en Plato, Magdalena.
Coleccionista de música vieja, poco amante del acordeón y la charlatanería, Rivera no come cuento y sostiene que no está de acuerdo de las vacunas, porque el mismo cuerpo humano tiene sus propias defensas o anticuerpos.
Del hospital militar de Bogotá le enviaron alguna vez un paciente desahuciado por un mal diagnóstico. Los médicos decían que tenía cáncer pulmonar. Ya lo tenían en su casa, en Canta Gallo, sur de Bolívar, cuando la mujer del enfermo lo llamó para pedirle ayuda, porque le habían dicho que su marido no tenía pulmones. Imposible, pensó Rivera, una persona no vive sin los pulmones. Como la esposa no le supo explicar muy bien, Rivera le pidió que le pasara al enfermo para hablar con él. La mujer le dijo que ni siquiera podía hablar. Estaba mudo. Viajó a verlo, lo examinó y descubrió que el tipo lo que tenía era una bronquitis aguda. A los quince días estaban bebiendo ron y riéndose de la muerte. Así está pasando con el coronavirus, sostiene.
Subraya que una persona que tenga un virus (sean viruela, sarampión o varicela), no se le puede poner antibiótico porque el virus está en el cuerpo y busca salir. Nunca estuvo de acuerdo con las vacunas, que son un invento de la comercialización de la salud.
SUS GRANDES CURACIONES.
En Sincelejo Rivera curó hace 30 años al comerciante Samuel Fernández, quien tenía el azúcar en mil grados. Precisamente un día que fue a visitarlo, hace quince años, Samuel le dijo que fuera a visitar a un vecino, a quien habían desahuciado y ya lo tenían en la casa en espera de la muerte. El tipo estaba en los huesos, después de diez meses de hospital en hospital. Habían quedado en las tablas y no tenían ni para pagar la consulta. Samuel le pidió a Rivera que una vez lo diagnosticara le llevara la fórmula para regalársela.
Rivera llegó a aquella casa, donde ya las mujeres estaban vestidas de negro para el velorio, en espera de que el gallinazo se parara en el caballete del rancho. Los goleros ya volaban en círculos sobre el rancho, oliendo la mortecina. Lo tenía en una cama de tijera al aire libre, en el patio. No fue necesario revisarlo, apenas lo vio supo de qué se trataba. Tenía varicela. Y lo estaban tratando por cáncer. A los quince días ya el tipo estaba curado. Su nombre es Eduardo Montes Yepes.
Monumento al hombre caimán ( Plato, Mag)
Los niños de plato.
Hacia 1977 el municipio de Plato, Magdalena, era presa de una epidemia de gastroenteritis. Morían niños a la lata. Rivera se enterró prácticamente en ese Municipio y logro salvar miles. No sabían tratar esa enfermedad.
De allí se fue a pie para Ciénaga, hasta llegar a la Alta Guajira, antes que se descubriera El Cerrejón. Allá curó a tanta gente que lo eligieron concejal de un Municipio. A enfermo que sacaban de la región lo traían de regreso en su ataúd. Había mucha plata por lo de la bonanza de la mariguana, pero también había ignorancia . La gente era cobarde, dice, pero se dejaba morir por la sugestión. Hasta se morían por el roce de una bala.
Antes, en sus tiempos, había medicina para todo. Dice que su éxito radica en que conoce las enfermedades y qué ponerle a cada uno la cura adecuada, para lo cual hay que estar muy pendientes de los farmacéuticos, que muchas veces venden lo que no es. Los diagnósticos en estos casos son la clave.
Y ese- subraya- es el problema del coronavirus. Nadie sabe qué es ni cómo tratarlo.
En Tenerife, Rivera asegura haber curado a Natividad Torres, una octogenaria a quien habían llevado a su casa de regreso, porque si la operaban se moría y si no la operaban, también. Sus hijos lo consultaron. La mujer lo que tenía era una hidropesía, agua en el hígado, por mucho liquido acumulado. Tenía un tumor debajo del hígado. La llevaron a Santa Marta y después a Bogotá. Tenía el vaso inflamado, el hígado graso y se le estaban destruyendo los riñones. A los quince días, la mujer estaba barriendo el patio. Murió ya casi a los cien años, de otras cosas.
El problema de China, argumenta, es que allá se especializaron en la tecnología electrónica y ésta jamás reemplaza al hombre. Se les olvidó la medicina humana.
Rivera espera vivir hasta los 120 años, porque el mismo se hace sus rehabilitaciones, como quien repara un auto. Vive con una joven de 18 años y quienes quieran consultarlo, pueden llamarlo al celular 3116928243.
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