SE BUSCA
Por ALFONSO HAMBURGER
Aquella mañana de noviembre a Minerva le costó trabajo levantarse de la cama, porque había hablado por celular con un desconocido o desconocida- su padre nunca lo supo- hasta entrada la madrugada de este jueves, de modo que ya eran las ocho de la mañana cuando al fin logró resucitar de su larga flojera, de esa especie de sueño pesado que la congeló ya con los últimos cantos de los gallos, cuando se quedó profunda, ante la llamada abrupta del padre, que entró a su habitación de repente, como lo había hecho en la madrugada tras oírla hablar en lo que parecía un monólogo extraño, entre sabanas.
Cuando él entró a la habitación- eran casi las dos de la madrugada- su bebé, así le decía, pese a sus 22 años- ella estaba tapada de pies a cabeza, pero hablaba por celular. La bebé se revolvió en las sabanas, perezosa, y trató de esconder el teléfono, como si la hubiesen descubierto tras una pilatuna.
—¿Con quién hablas?, le preguntó el padre, apenas visible en la penumbra de la puerta, alumbrado con el haz de luz que penetraba desde el portal del baño, donde él acababa de orinar, aquejado de prostatitis.
—Con alguien, dijo ella, un poco turbada , metiéndose en las sabanas.
—Pensé que hablabas con tu madre.
—Nada– dijo ella,–ya bajo las sabanas.
—Hasta mañana, dijo él , salió y cerró la puerta tras de sí.
Peter Langosti apenas trataba de rescatar su hogar, después de múltiples aventuras de todo tipo, que lo habían mantenido los doce últimos años en una inestabilidad nefasta, tanto emocional como económica. Adriana, que dormía en el cuarto nupcial desguarnecido de amor, apenas guardaba alguna esperanza de recomponer las cosas y pensaba más en llevar una vida cómoda, en pleno confort de una mujer burguesa, que en seguir buscándolo por tierra , mar y aire, como había hecho durante treinta años de un matrimonio irregular, en medio del cual habían nacido dos niñas hermosas e inteligentes, que trataban de ubicarse en el mercado laboral. La pandemia los había acercado un poco, en medio de los estragos propios del Covid-19, que iba dejando lisiados y locos, pero que no había sido suficiente para estabilizarlos.
La planta de arriba del apartamento, herencia de la familia, eran tres cuartos y dos baños. La habitación nupcial, en la que Adriana nadaba a sus anchas en una vida golosa- se había engordado exageradamente-, era la única que tenía baño interno. Las dos habitaciones restantes, una para las niñas, y el cuarto de huésped, donde a Peter le habían acondicionado una cama en medio de libros y chécheres en desorden, compartían el baño que quedaba exactamente en el ángulo donde confluían las tres habitaciones, al final de la escalera. A veces las puertas yacían abiertas, pero nadie violaba la intimidad de los cuartos, salvo que hubiese una conversación de madrugada, como la que anoche despertó la curiosidad de Peter, quien había pensado entre sueños, que Minerva hablaba con su esposa, sí, porque a pesar de que llevaban muchos años juntos, pero no revueltos, seguían casados. Ella, nunca quiso divorciarse, porque ante los ojos de la vecindad, eran un matrimonio consolidado.
A esas alturas, con 62 años y una enfermedad terminal de mucho cuidado, Peter quería rescatar a Minerva, con quien había tenido múltiples conflictos, porque la niña era más cercana a la madre y tenía ideas revolucionarias, no feminista, pero si asidua manifestante de las calles y de los movimientos de izquierda. De la primera línea. Repelaban porque no sólo eran iguales de carácter, sino que compartían la misma profesión. Minerva era inteligente, pero emotiva, capaz de sacarse un cinco en la universidad cuando estaba de ganas. Siempre figuraba entre los tres primeros puestos de su grupo. Sólo era cuestión de estar de ganas para ser la primera. Y Anoche estaba de ganas. Era viernes ya. La idea era que se irían a un pueblo cercano para que la bebé- así le decía Peter- se aplicara la segunda dósis de la vacuna contra la Covid-19.
Vivian en una ciudad caótica, donde los dirigentes no habían podido sacarla del atraso-con monumentos de burros e iguanas- y después de la aplicación de la primera dósis vino una escasez de vacunas que generó un desorden y mucha incertidumbre. Ya nadie se quejaba. Daba la impresión de que la vacuna la estaban aprovechando para proselitismo político. Los burgomaestres se habían convertido en periodistas de repente y ellos mismos se paraban frente al celular para difundir sus noticias falsas.
Minerva se había ido a vacunar a un pueblo cercano, azuzada por una amiga, pero ante la escasez de la segunda dósis ahora todo estaba desfazado. Y para colmo de males, en el puesto de salud a donde iban, no contestaban el teléfono. De todos modos, y en el afán de ganarse a su bordona, Peter prometió esa misma noche, llevarla al pueblo de San Juan de Ikako, por la segunda dósis. Iban a una aventura, a cazar un cupo y de pronto una noticia.
—Levántate, amor, te bañas y bajas por el desayuno, que yo me pego un baño de policía, e dijo Peter.
El viaje fue liso. Minerva era muy habladora, capaz de sostener cualquier conversación. Hablaron de feminismo y de su posición neutral en la política. Era invierno crudo, pero pegaba una brisa de verano. Pasaron el primer pueblo y después se encarrilaron por una carretera desgastada y sin señales, pasaron una venta de frutas y he allí el pueblo de San Juan de Ikako. La dirección era fácil. El auto blanco giró a la izquierda después de la primera bomba de gasolina. Dos cuadras más adelante, por un pavimento duro y también desgastado, estaba la aglomeración de gente, en pos de una vacuna. Las motocicletas parqueadas al frente, a la derecha, apenas dejaban un cupo para el auto. Una vez se apearon del automóvil blanco nunca antes visto en aquel pueblo, todas las miradas se fijaron en ellos. Por sus pintas y sus características eran forasteros. Aquello parecía una feria, donde una turba-dícese de una muchedumbre sin un líder- trataba de tumbar la puerta del Puesto de Salud. Estaba revueltos ancianos pálidos y huesudos, niños de brazos, mujeres embarazadas y muchos adolescentes sin rumbo. No había una información oficial. Todo era ruido. Minerva tenia que ponerse la segunda dósis el 29 de octubre, pero ese día cayó un aguacerazo que causó emergencias. Todo se paralizó, hubo emergencia en varios sectores. De modo que la llegada de padre e hija en plena reconciliación , era otra aventura. Habían llegado justo cuando ya se habían inscrito doce adolescentes menores de 22 años de los catorce que iban a atender aquel día. Era una situación inexplicable. Se daban el lujo de poner a sufrir a la gente, que trataba de refugiarse del calcinante sol- eran las 9 y 10 minutos de la mañana- cuando al inicio daban premios para incentivar las vacunas. Parecía un contrasentido. Una muchacha vestida de negro con una cinta roja en la cabeza, se había ofrecido como voluntaria para recibir las catorce fotocopias de las cédulas, por orden de llegada, para llevar el paquete a la EPS.
Minerva era inteligente y diligente, pero aquella mañana aún estaba dormida, porque a la hora de abordar a la muchacha, se dio cuenta de que no había llevado la cédula de ciudadanía. Peter se puso de todos los colores y ya iba a entrar en cólera, diciendo la tradicional frase de que su hija había salido pasada de raza, cuando reaccionó, sea serenó en los ánimos y atrajo a su niña a su pecho. Fue donde ella se acordó que en la memoria de su celular tenia una copia de su cédula de ciudadanía. Fueron a la tienda del frente, pero allí no prestaban ese servicio. La fotocopiadora más cercana quedaba en la avenida por donde habían entrado. Corrían el riesgo de perder los dos cupos que quedaban. Peter envió a Minerva por la copia, mientras él resguardaba el cupo con la complicidad de la muchacha voluntaria que iba recepcionando las inscripciones. Fue un gran error. Una hora después estaba circulando la noticia sobre una muchacha extraviada en San Juan de Ikako. Peter, desesperado por la desaparición de su bebé, empezó a marcarle a su celular, pero éste se iba a buzón.
Desde entonces, han pasado más de un año, y de Minerva sólo queda una foto que circula en las redes sociales: Se busca.