El último comunista de Los Montes de María.
En la orilla del camino real que conduce a los saltos un aciano espera. Sentado en una silla, con una bolsa de yuca fresca y un peso legal, espera a su clientela sin inmutarse. Está pies descalzos, está sentado y se ríe, mientras contesta el saludo de los caminantes. Tiene la camisa sucia y desbotonada. Su pantalón de campesino, del mismo color de la camisa (color de perro corriendo) está atado a su cintura por un nudo moreno y su barba es el atractivo máximo de la personalidad.
Mientras se arregla la barba- que se cortó hace un mes, porque le llegaba hasta el ombligo- y se acomoda su sombrero concho, dice:
– En los tiempos de la guerrilla las mujeres de las Farc me hacían trencitas en la barba.
Antonio José Narváez Carrascal, afirma sin tapujos y sin que se le pregunte, que tiene 97 años y que es comunista. Apenas le quedan unos dientes, pero su sonrisa es como el horizonte que se abre en la lejanía, sobre las montañas.
Confiesa que nació el 18 de febrero de 1930 a las diez y treinta de la noche, que está sano de los pies a la cabeza, que hace el amor como un mozuelo, que no sabe ni la redondez de la letra “o” pero que si hubiese sido letrado estuviera en el Caguán al frente de un grupo guerrillero.
Nació comunista. Tiene una parcela de unas quinientas hectáreas en los cerros de la Campana, esos que se alzan a la derecha, más allá de las pozas y el salto del sereno. Para ir hasta allá hay que irse bien madrugado y se gastan por lo menos tres horas. Allá tiene lo necesario para vivir, aire puro, animales de monte a granel y su cultivo de yuca. La montaña fue gran aliada para sobrevivir en la guerra, porque permanentemente se hallaba con guerrilleros, paramilitares y gente del Gobierno. Su táctica fue ser prudente y no abrir la boca. A él lo respetaban y no era mentira que las guerrilleras se divertían haciéndole trencitas en su barba, que llegó e medirle casi un metro de largo, coposa y llamativa, más larga y coposa que la de Fidel Castro.
Antonio José, como si tuviera resueltos todos los problemas del mundo, no se inmuta ante los avatares de la vida. Su mirada es serena y su charla es sabrosa, sin llegar a la charlatanería. Nunca ha votado por alcalde municipal ni por presidente de la república. Todos prometen el cambio y no hacen nada. El actual alcalde, dice, se reunía cerca de su casa con más de 500 personas a quienes prometía un cambio. Con eso los convenció para que votaran por él. Los únicos cambios que se han visto- dice y se ríe picaronamente- son los del auto, que ya lo ha cambiado varias veces y a su mujer.
Mientras vende su yuca, libra a libra, que pesa en un peso de los viejos, con el que el mismo se da en la cabeza, no se inmuta. Sentado, contestando saludos, vende su yuca. Y cuando se le acaba, sube a la montaña, que lo vuelve a surtir.
Antonio José dice ser el mejor curioso de Colosó. Es un maestro en el conocimiento de las plantas medicinales. Recibió la enseñanza desde niño por parte de un señor pequeño y sabio. Cura todo tipo de males con Diente de León y una planta fresca que jamás se calienta. Con cuatro plantas esenciales de Los Montes de María cura los maleficios y la picada de culebra.
Tiene un pariente que quiere aspirar a la Alcaldía- le dicen Chiquito Malo- y enseguida se lo dijo, que si no tiene plata que no lo haga, porque se necesita mucho dinero para aspirar a la política. Lamentablemente es así.
Este hombre sabio, de una postura franca ante la vida, se considera el último comunista de Los Montes de María, aspirando a vivir, con su cuerpo magro y macizo, por lo menos 140 años. No sufre de nada. Ni de política.