El músico que descubrió la cumbia en Francia

 

ZUMAQUE, EL SUMUN DE LA TRADICIÓN

  • Esta crónica duró guardada veinte años.

Por Alfonso Ramón Hamburger

 

Zumaqué, en acción.

Según el ritual del santoral católico que me trae el Almanaque Bristol y la tradición familiar, el niño que fue llevado a la pila bautismal de la Iglesia de Cereté se iba a llamar Camilo de Lellys Cuantoriente Zumaque Gómez.

Y claro, el menor, que era inocente de todo lo que estaba pasando a su alrededor, heredero de más de quinientos años de tradición musical caribeña, tendría un gran tropiezo con semejante nombre para un artista que irremediablemente tendría que abrirse paso en la fama por los designios de su sangre, o al menos la cosa iba a ser más difícil, si el cura no actúa. Estaba casi condenado a llevar ese largo y pesado nombre de santo, si no es porque el cura,–casto y prudente, como el propio Javier Cirujano Arjona– que en San Jacinto de Duanga, Bolívar, tenía una dictadura  censora en defensa del castellano puro, se percató del pesado fardo que llevaría el  bebé.

–¿Cómo se llama el papá?, Preguntó el cura, indignado.

–Francisco Zumaquè, gritó alguno de la comitiva.

–Pongámosle así, sentenció el cura. Y así lo puso.

Han pasado treinta, cuarenta, quizás cincuenta años desde aquella gesta bautismal y Francisco Zumaquè Gómez no recuerda el nombre del cura ni de quiénes fueron los padrinos. Se compromete averiguarlo para cuando lo entrevisten nuevamente. Lo que sabe es que el   sacerdote acertó como un puntal en arena seca, porque llevar la sangre y la gracia de Francisco Zumaquè, se convirtió  en  la impronta, en un nombre jerárquico de la música colombiana. El torbellino musical de su sangre ha sido tan frenético que muchas veces lo confunden con su padre, Francisco Zumaqué Novoa, creador de la “Macumbia” y fallecido en Montería en 1992. Toda una autoridad musical, quizás el Peyo Torres de Montería.

“No sé como se llamaba aquel cura casto y prudente, pero donde quiera que se encuentre quiero agradecerle ese control”, dice Zumaquè, mientras busca en el recuerdo y se encuentra en el patio, ese principio de libertad, en el que hizo el pre escolar de aquellos tiempos, entre cantos de pájaros.

 SUEÑO EN EL PATIO.

Zumaquè cierra los ojos y sueña. Se ve en el inmenso patio tejido de árboles frondosos y animales mansos entre los cuales circulaba con la libertad del viento que estremecía los cocoteros en aquel Cereté  bonito de mediados del siglo XX.

“Si mi hubiesen dejado escoger el nombre me llamaría Francisco de Cereté, en homenaje a mi pueblo, pero el del cura fue exacto”, aclara, mientras sigue buscando en los recuerdos. Vuelve a entrecerrar los ojos y se encuentra con la figura de su padre, rodeado de músicos, a quienes les transmitía con paciencia su sapiencia musical.

En aquel ambiente, el tejido de su una sangre que venía por la vena torrencial de sus ancestros, quizás de más de quinientos años,  Francisco Zumaqué, no tenía más escapatoria que convertirse en una especie de prolongación de su raza y de su padre, receptor musical del mundo. Por eso los confunden. Y él, que sabe lo que eso pesa y vale, guarda un silencio cómplice y sagrado, que se convierte en un guiño de aprobación a su legado herencial .

REMOVIENDO LOS RECUERDOS.

Ahora que hace el ejercicio frente al periodista ( se pregunta el porqué nunca se había detenido en esas cosas de su heredad , de su sangre), se ve en la inmensa sala de la casa techada en paja y de pisos batidos en boñiga de vaca donde los juguetes de navidad eran una guitarra, un piano, un saxo o una trompeta. Su padre enseñaba solfeo a un hombre de duro oído y no caía en la nota. El niño, que podría tener cuatro años, se puso de pies y en un dos por tres atinó exactamente en lo que el padre quería. En la nota exacta. Desde entonces fue músico. O al menos se le empezó a regar la fama de niño prodigio en toda la tierra del Sinú, abonada por ese corazón de mango con los que maduraba sus versos Raúl Gómez Jattin.

Ahora que el periodista lo toma desprevenido sobre sus ancestros y sus primeros pasos en la música ( pues siempre le habían preguntado por otras cosas), Francisco Zumaquè sigue buscando en el recuerdo. Sí, alguna vez quiso volver al solar natal de Cereté y estuvo a punto de llorar. Sufrió una gran desilusión cuando en el lugar en que estaba aquella casa inmensa de palma con patio y traspatio, repleta de instrumentos musicales, ahora aparecía una construcción impersonal. De esas que llaman de material.  Había cometido un gran error. Era mejor  seguir en los recuerdos cuando la realidad era tan distinta. Es tan distinta y atrabiliaria.

ZUMAQUè ENGUAYABADO.

 

Francisco Zumaqué ha engrandecido el  Primer Festival Corralero de Sincelejo, donde ofició como jurado. Un jurado cuchilla que cortó la falta de disciplina y de profesionalismo de algunos músicos que se presentaron a cantar con una hoja donde llevaban escritas sus canciones. Sus charlas, sus conversaciones y entrevistas no dejaron títere con cabeza. Su taller en el Teatro Municipal fue una invitación a pellizcarnos, a pulir los talentos, a redescubrir la música sabanera. A unirse en torno de ella. En medio del celo que se despierta entre compositores, músicos y cantantes, Zumaqué halló que pocos caían en el tono de su piano. Todos eran buenos, diamantes en bruto, pero sin actitud para vencer en un mundo tan competido.

Quizás duro, quizás muy académico, una tarde después del Festival, Zumaqué probó a quienes ofician de cantantes o desean serlo y la mayoría se rajaron. Otros en el afán de integrar una banda municipal mataron su timidez y se arriesgaron a probarse en su piano de cola. En fin… mucho talento, pero poco estudio. Materia desordenada. Una mujer de estirpe musical no pudo convencer a nadie que ella era la cumbia. Escuché su charla y esperé para abordarlo. Acordamos vernos en el hotel.  Desayunar . Hablar. 7: 30 de la mañana siguiente. Convenimos la entrevista. Zumaqué partió presuroso a una cena donde escucharía a un novel acordeonero de Morroa, con Luis González  Anaya –presidente del festival– y Jaime Torregrosa,  director del Teatro de Sincelejo, quienes fungían de anfitriones.

LA ENTREVISTA.

Ese otro día, una grabadora, dos casetes, un cuaderno de primaria, dos pilas nuevas y un mototaxi fueron la previa antes de anunciarme en el hotel. Eran las 7 y 15 A.M del primero de diciembre de 2004. Me había adelantado en 15 minutos.

El teléfono de su habitación repicó varias veces antes de escuchar su voz gruesa y severa (creí que nunca lo iban a contestar). Me identifiqué. Me preguntó la hora. 7:15, le dije. Llegaste antes de lo acordado, me dijo. Claro, es que llegar antes de las citas es ser impuntual, le recordé, a modo de disculpa.

Se había trasnochado en una fogata sabanera, en la que siguió probando nuevos talentos, estirando un poco sus huesos sin el rigor de la academia. Le dije que se tomara el tiempo que quisiera.

Zumaqué bajó 45 minutos después, los que me sirvieron para pedir un fotógrafo y ordenar un poco mi habitual desorden en las entrevistas, en las que ha sido más importante la percepción personal que la entrevista misma. Allí, trasnochado, con visible guayabo, observé a un hombre más humano que la misma música que le ha dado la fama.  Su figura es mediana y sin panza, como si a la actividad musical le agregara una dieta rigurosa de ejercicios físicos en la orilla del Sinú. Viste sencillo. Su piel es morena y sus cabellos son negros lisos semi ensortijados, una especie de mezcla entre el indio y el africano. Sus ojos negros miran de frente y su personalidad es fuerte. Es serio y riguroso. Le gusta ir al grano y es de poco reír. No sé si era por su trasnochada, pero había un dejo de tristeza en el maestro que tomó asiento a mi lado, en una habitación con ruidoso ventilador de pesadas aspas y una mesa forrada con un mantel blanco y sin florero, como mandada a poner para le entrevista.  Me pidió disculpa por la demora. Por el guayabo, deduje. Elogió al acordeonero que le habían presentado ( Eris Puente, supe después), pedimos dos tintos, apagó el ventilador y comenzamos.

LOS ZUMAQUE, PURA MUSICA.

–Empecemos por Zumaquè. Ese apellido es sonoro. Raro. Poco común, le digo.

 

–Personalmente, no he estado trabajando sobre los orígenes de mi apellido. En la familia corre la versión de que el tatarabuelo provino de la Isla de Yucatán. Era un marino mercante que se introdujo a Colombia por Barranquilla, luego fue bajando, hasta llegar a Montería, donde sentó su cede, fundó una familia, que es la única Zumaquè que existe, la original, porque no existe otra. Es un tronco patrón sin grandes ramificaciones, pero con una sonoridad impresionante. Todos, absolutamente todos, hombre y mujeres, en lo que concierta a los Zumaque Gómez, somos músicos.

Así es, son once hermanos. Once músicos, siendo Francisco el mayor. Tiene hermanas que tocan batería, el bajo, el oboe, el trombón, guitarra y timbales.  Otras cantan. Su hermano Alfredo, que vive en Montería, toca la guitarra, otro que vive en Valledupar toca bajo, guitarra, es arreglista  y  profesor. Tiene algunos hermanos que son profesores, pero en el campo de la pedagogía musical. Otro es pianista. En fin, es una familia que vive y transpira a través de la música.

Hemos conocido que la vena musical de Francisco Zumaqué no sólo proviene del lado de su padre, sino de su madre, de los Gómez, entre ellos un hombre genial que amansó el bombardino, tan de moda en los grupos vallenatos, porque lo puso a mugir diferente, sacándolo de la estricta marcación, para llevarlo al jugueteo, al vaivén, a entrar y salir…

— ¿Cómo se llamaba su tatarabuelo?

– Tengo entendido que Antonio. La verdad es que con tu pregunta avivas mi curiosidad sobre esos aspectos y estaré atento a dialogar con una tía que vive en Cartagena para empezar a recoger esos datos, que en realidad son interesantes.

MUSICA POR PUNTA Y PUNTA

La vida de Francisco Zumaque — considerado como uno de los cien personajes del siglo XX en Colombia — ha sido música por todos los costados. Su madre se llama Gilma Gómez, hija de Gil Gómez, nieta de la bailarina Blasina Jaraba,  todos músicos y folcloristas del Sinú. En esa isla sanguínea no tenía escapatoria de ser músico. Gil Gómez –su abuelo materno–  era maestro de obra y su arte era construir casas, pero haber aprendido a tocar el bombardino de forma distinta le daba jerarquía ante los otros músicos de Cereté. Además, tocaba la guitarra como los dioses. Le encanta recordarlo como un hombre divertido, bello. Tenía una chispa genuina, con una frase inteligente  y humorística en el diálogo. Su vida la compartía con todos, construyendo casas y tocando de vez en cuando. Dicen que era un músico muy inventivo. La parte de su vida que más le encanta y que le gusta repetir era cuando estaba en la banda del pueblo y empezaba a jugar con el bombardino y jugaba tanto, que se iba y se iba solo, como un jazzista. Llegaba un momento que empezaba a crear melodías que se superponían a todo el juego melódico  de  toda banda tradicional, creando unas cosas raras. Tanto, que algunos músicos muy tonales, muy tradicionales, lo consideraban genio y otros creían que el tipo estaba loco porque se salía de los linderos tradicionales, dividiendo las opiniones.

.“Yo creo que era una manera muy suya de empujar la carreta de las bandas por otros aires renovados, de aportar una visión nueva de cómo debía introducirse el bombardino dentro de eso”, piensa Zumaque.

En aquella época  el bombardino no era tan expresivo. No cantaba tanto. Más bien era un instrumento acompañante regido siempre por esos elementos del acompañamiento  a los otros instrumentos. Gil Gómez era un lírico en ese sentido, de modo que lo desató de los  parámetros rígidos que lo ataban a siglos de olvido y mansedumbre. El bombardino, que con el tiempo sería vital en el ensamblaje de la música sabanera, así como andaba, de segundón en las bandas, no tenía futuro.

 RAMALES MUSICALES.

Francisco Zumaqué no tenía escapatoria para ser lo que es hoy, el músico más importante de Colombia en el siglo XX y el más adelantado en el inicio del siglo XXI, el único colombiano que dirigió hasta el momento la sinfónica de Alemania. Su abuelo paterno, a quien alcanzó a conocer, se llamaba Roque Zumaqué. Tocaba la guitarra y cantaba. Era un talentoso abogado que oficiaba en Montería y que alguna vez ocupó posiciones claves en el marco del gobierno local. No era músico de oficio, pero hacía música con la tranquilidad que se tomaba un vaso de agua.

También tuvo un tío, de nombre Roque Zumaqué que siempre vivió de la construcción de guitarras en Montería. Su tía Ana Zumaqué era cantante profesional. Nació bajo el abrigado, sin duda, de una familia eminentemente musical. Surgió bajo el cobijo de una sombra frondosa, alimentada por la sabia y la nutria del majestuoso río Sinú. Allí sembró sus tentáculos vitales.

DATOS BIOGRFICOS.

Francisco Zumaque Novoa, el padre, fue un hombre disciplinado, o al menos así lo indica el resultado de su matrimonio feliz, sin  datos a la vista  de veredas y corregimientos al contabilizar a su equipo de fútbol conformado por  once Zumaque Gómez. No hubo hijos callejeros.

–¿No veo en estas cuentas hijos por la calle. Fue su padre muy fiel a su madre?. Cosa rara en nuestros juglares…

–Sin duda. Mi papá fue, por lo menos ordenado en ese sentido y también era ordenado con relación a la  bebida. Yo no vi nunca a mi papá borracho, aunque si sé que podía socialmente tomarse unos tragos. La familia estuvo muy cohesionada. Mis hermanos todos viven y estamos muy cohesionados alrededor de mi mamá, que reside en Montería. Y de la abuela Lucía, que es la mamá de mi mamá, que aún vive. De verdad me siento muy feliz de que mi papá haya sido muy ordenado en ese sentido, aunque te digo, que si tuvo alguna aventura o alguna cosa, que no lo dudo como músico que era, haciendo giras, no se conoce un resultado de esas aventuras.

–¿ De dónde sale su nombre?

Mi nombre inicial iba a ser Camilo De Lellys Cuantoriente Zumaqué Gómez. El cura cuando oyó Camilo de Lellys Cuatoriente, no le pareció, no le sonó y decidió que no  iba, que ese nombre no iba y que si no cambiaban el nombre no bautizaba el pelao. Inclusive, sugirió que porqué no le ponían el nombre del papá. Entonces allí, en ese momento ya yo dejo de llamarme Camilo de Lellys, porque yo estuve moro hasta ya entradito en mi niñez y allí cambia mi nombre. El Camilo de Lellys Cuantoriente no era muy usado en la familia y más bien me decían De Lellys o Lellys. No me decían Camilo. Me llamaban Lellys, inclusive, hoy día, mis hermanas, sobre todo las mayores, me llaman Lellys o De Lellys.

–¿ Usted hubiera preferido que le hubiesen puesto Francisco de Cereté?

-Claro, porque lo que quiere decir De Lellys, es de la ciudad de Lellys, es como Francisco de Asís, que es el santo que es de la ciudad de Asís o del pueblo de Asís. Entonces yo quería ser de Cereté, porque allí nací, aunque la cédula dice que soy de Montería.

-¿Quiénes fueron sus padrinos?

–Bueno, tengo una vaga idea, creo que se llamaban Francisco Otero y Teresita Gómez.

–¿Qué recuerda de la niñez?

-Lo que me parece muy bello es el hecho de que yo nací en Cereté, en la calle Cartagenita, en la casa de mi bisabuela Blasina Jaraba, que era una casa de tierra pisada, de bahareque y de palma, muy bonita, con un patio grandísimo, detrás de la cual había otra casa. Había una casa al frente, se pasaba un pedazo de tierra y venía otra casa detrás donde  estaba la cocina y pegada a la cocina otra casa a continuación de ese mismo bloque, en donde dormían cuando llegaban mis tíos abuelos, que también conocí y que eran los hermanos de Blasina Jaraba. Uno se llamaba Eustaquio Jaraba y el otro Prisciliano, gente muy bella, muy linda. También vivía una hermana que tenía mi abuela  Blasina que se llamaba Mariquita Jaraba. A mí me encantaba estar en esa casa, porque era una casa llena de árboles frutales. Me acuerdo que había un árbol de frutas de pan. Había papayos. Había mangos y uno podía correr por ese patio tan enorme  y tanto Mariquita como los tíos y mi bisabuela Blasina, eran muy queridos, muy amables, muy linda gente, con una sonrisa siempre, que me llenaban de afecto y de cariño. Eso fue extraordinario para mí. En ese ambiente me levanté yo.

–¿Existe esa casa?

–Recientemente fui a mirar qué pasaba con esa casa, porque mi bisabuela murió y mi abuelo también murió y desafortunadamente ya no existe más la casa, han construido una casa fea de material, en vez de la casa bonita de bahareque, que me parecía divina. Ese día no tenía mucho tiempo, pero prometí volver para ver si el patio lo tiene de la misma manera y que por lo menos me permitan recorrer ese lugar en el que fui tan feliz.

DEL PATIO A LA DICTADURA.

El patio es el escenario de la libertad. Ese pulmón de la casa en que se desenvuelve el espíritu real de la familia. En el patio se vive, se goza y se muere. Es como la hamaca eterna. Como el quiosco de palma en que nos refugiamos a compartir las nostalgias, en el que nos sustraemos del material suntuoso. En ese patio transcurría el pre-escolar. Allí éramos libres y transitábamos sin zapatos. Nos subíamos en los árboles. Hacíamos las necesidades fisiológicas sin tanto protocolo, ante la presencia de las gallinas y el asedio de los cerdos. Era el pre-escolar. De allí nos arrebataban la vida el día que nos anunciaban el colegio, el uniforme, el baño, los zapatos, las filas y las composturas de santos. Pasábamos de la libertad a la dictadura de la tiza y el tablero.

Ahora que lo tengo allí, atornillado a mi grabadora, con unos ojos brillantes de la emoción removida por las preguntas del padre, del pueblo, del nombre, del patio y del colegio, Zumaqué cae en la nota. También se levantó en el patio.

— La convivencia es dura todo el tiempo. Recuerdo que mi papá de niño decide,– siendo un músico trabajador y todo, con recursos modestos–,  que vaya al colegio del profesor Jaime Esbrayat, que era un colegio de franceses y lógicamente se enseñaba el francés, pero no desde la primaria, pero había una disciplina y un nivel escolar interesante. Era, en ese momento, el mejor colegio que tenía  Montería. Y allí pasé parte de mi niñez, con recuerdos buenos y otros menos buenos, sobre todo porque fui allí muy niño y los otros niños eran  muy represivos, un poco violentos, burlones y no me gustaba tanto estar allí. Tengo  recuerdos mixtos de ese colegio, pero sí recuerdo que me preparaban bien y que esos primeros años fueron fundamentales para el éxito de mis estudios posteriores.

 

LA EDAD.

Zumaque viste sencillo, de overol y camisa mangas cortas, sin la pompa de un maestro de fama. ¿Cuántos años tiene? Habrá que adivinarlo. Su fama habla de un hombre de 500 años de formación. Su  nombre es como la prolongación musical de su padre. Aventurándose se podría decir que Zumaqué no llega a los cincuenta. Aunque por los datos que ha ido suministrando se calcula que pueden ser 55. O de pronto 60.

Para  Zumaquè la edad no es importante. Lo que importa es la mentalidad. Su recorrido por el mundo, a través de países con culturas muy desarrolladas, especialmente Alemania, donde lo hicieron nacional, le ha  dado una visión diferente. Las empresas no contratan personas mayores a los 35 años, no importa su experiencia y los aportes que puedan brindarle. La situación es cruel. En algunos de esos países se han incrementado los suicidios de personas mayores a los cuarenta años. A esta edad, cuarenta años, los hombres que no han logrado enganche, son considerados unos desechos humanos. Zumaqué lucha contra ello y lo hace con argumentos.

 

Nota. No sé por qué razón mantuve inédita esta entrevista, hasta ahora que la encuentro. Claro, alguna vez se la regalé a un colega que quería ganarse un premio. Así hacían antes los viejos juglares, se regalaban cancones.

 

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Previous Story

Análisis de EN AGOSTO NOS VEMOS

Next Story

El retorno a la tierra! (Crónica sobre la tiranía del olvido)