¡MORIRÁS MILLONARIO!
Yo soy rapidito para abandonar mujeres. He dejado tantas, no ando con vueltas, que ya perdí la cuenta. Pero no es de eso que quiero hablarles, sino de la vez que mi última mujer que abandoné se ganó la lotería. No creo en brujos, pero en el año 1976 vivía en Barranquilla, donde estudiaba mi bachillerato. Andaba en una motocicleta donde me rebuscaba como hacedor de mandados, por la mañana, y a la una de la tarde tenía que estar en el colegio. Tenía una prima que le gustaba leerse la suerte, de modo que me pidió el favor que la fuera a recoger a casa del brujo, en el barrio Las Nieves. Lo que más me sorprendió al llegar fue la gran cantidad de gente haciendo la fila para entrar al consultorio, eso era un rebullicio de gente, con vendedores de todo tipo de chucherías, como en las corralejas sabaneras.
Cuando llegué pregunté por ella, en voz alta. Y ella, que estaba en las manos del brujo, oyó mi voz fuerte y pidió que entrara. Entré tras cruzar un cortinaje mugroso, receloso. Tenía afán, porque ya era tarde, pero ella insistió y le puse mi mano derecha a aquel hombre extraño, para que adivinara mi suerte. De las tantas cosas que me dijo la que más me llamó la atención fue que yo iba a morir millonario.
Terminé mi bachillerato y después hice mi licenciatura. Me casé y me descasé. Me vine a Sincelejo, donde me comprometí y me descomprometí varias veces, hasta que me estabilicé un poco con Rosalba, la mujer con la que más duré: unos quince años. Cuando cumplí cuarenta años- en el mismo lugar del festejo- empecé a preocuparme por la profecía del brujo. Yo trabajaba y trabajaba, hacia negocios, enredaba la pita por aquí, la enredaba por allá, pero no había pasado nada conmigo. Andaba en una moto vieja y alcanzado con las mensualidades. Fue donde decidí contar mi mala suerte a Julio Abel Fontalvo, en la misma parranda de celebración, donde también estaba mi concuñado Pedro Pérez Flórez.
Le hablé de mi preocupación y de la profecía del brujo. Julio, que era muy avispado, se arregló su pulido bigote, se sirvió el trago y no desaprovechó la ocasión para lucirse. Me dijo: tú te vas a ganar la lotería, pero cuando tengas ochenta años. Te la vas a ganar en pleno, el premio mayor, y cuando en la lotería te estén entregando las tulas, vas a caer redondito de la impresión. Claro que morirás millonario.
Todos soltaron la risa, burlándose de mi mala suerte, pero sucedió que al mes, mi mujer se ganó el premio mayor de la Lotería La Sabanera, que era un dineral entonces. Obvio que fui a acompañarla a recibir el bolín, en efectivo. Cuando pusieron esas tulas sobre el mostrador y empezaron a contarla, me acordé del brujo y de la profecía de Julio Fontalvo. En la medida que contaba el dinero yo iba sintiendo que me moría, entonces salí corriendo para la calle, dejando a mi mujer con el botín. No estaba dispuesto a morirme todavía. Prefería seguir siendo pobre y no un millonario difunto. Ese otro día, tomé mi maleta, monté mi moto y abandoné a Rosalba.