Textos sabaneros (III)
LEONARDO GAMARRA, CADA QUIEN TIENE SU EGO.
Por Alfonso Hamburger .
Fotos y montaje: Marialis Hamburger Càrdenas.
Para conocer quién es Leonardo Gamarra Romero, un nombre que retumba en toda la Sabana, primero hay que pensar en Poncho Zuleta, un cantante de vallenatos que se gasta, cada vez que va a producir un CD, más de tres años para armar un buen repertorio. Lo mismo le pasa a Jorge Oñate, el jilguero de América, a quien les cuesta encontrar temas adecuados para grabar sus producciones musicales. El vallenato grueso parece agotado. También a otros de este género les cuesta trabajo renovarse, por lo que tienen que recurrir a temas viejos, que reencauchan con nuevos arreglos, introduciendo instrumentos propios de Los Corraleros de Majagual o de la sonoridad sabanera, como dice Justo Almario. La Sabana, esa porción de tierra vieja sembrada de porros, cumbias, paseítos, guarachas, paseboles, chandès y paseos emparentados con la nostalgia- quizás tristes y acompasados- que tiran al fandango o a la gaita, es una cantera inagotable de música. Y Leonardo nació, se crio y vive en ese campo alegre, en medio de una cultura que avasalla y embruja, que alegra y entristece, que permanece solemne y que no muere, con la majestad del porro a la vanguardia.
Alguien escribió en la prensa regional muy sabiamente, que el día que los vallenatos descubran a Leonardo Gamarra, un muchacho de 80 años que vive en una casa de más de un siglo en su Sincé natal, donde conversa con sus ancestros que murieron hace muchos años, la crisis innegable del vallenato tradicional, se acabará.
Quienes se encuentran- a veces por casualidad- con la colosal y casi desconocida obra de este poeta popular cuya principal característica es la humildad- el no creerse importante- lo primero que se pregunta es ¿Y usted, maestro, dónde andaba que no se dejaba ver?
Leo Gamarra, para presentarlo como a un joven, es un tipo bien plantado, alto, de ojos verdes, que por lo regular lleva puesta una cachucha de beisbolista y una canción en su cabeza, mientras canta su corazón. Es como un español habitando en la tierra del ganado. El rasgo de su poesía es netamente español, un noble extraviado en la sabana ardiente y sensual.
(ME RINDO MAJESTAD)
Video relacionado ( https://www.facebook.com/watch/?v=258187531698933)
Vive solo por estos días de verano en una finca a la orilla del camino que va a Galeras, donde contempla los arreboles de la tarde, extasiado en la poesía que necesita para respirar, observado como la suave brisa mece un callo de yuca nueva acompañado de la soledad que le permite ser quien es, un poeta natural, cuya obra habla por todos. La Sabana extensa y profunda, de centauros y corceles, de Marías que le parten el corazón.
Como a los gaiteros de San Jacinto, que empezaron a ser famosos cuando ya todos pasaban de cincuenta años, a Leo Gamarra, nacido en San Luis de Sincè- la misma tierra de Adolfo Mejía Navarro y de Epifanio Montes- y de tantos músicos de talla mundial, le está pasando lo mismo. Su fama apenas comienza. Con el maestro Adolfo Pacheco, un gallo de múltiples galleras, una verdadera pata suave sabanera, se lleva apenas veinte días de nacido. Gamarra vino al mundo el 18 de Julio de 1940 y Pacheco el 8 de Agosto de ese mismo año, 144 años después de que Antonio de La Torre Miranda refundara San Jacinto.
Adolfo Pacheco, Alfonso Hamburger y Leonardo Gamarra.
En el último año, un grupo de jóvenes sinceanos que se hacen llamar “Músicos de Mi tierra” y tres ex gobernadores de Sucre ya alejados de las contiendas políticas- Roberto Samur Esguerra, Jorge “Tuto” Barraza y Antonio el Monito Amador- han propiciado encuentros entre Leonardo Gamarra y Adolfo Pacheco, en mano a mano y conversatorios que se han vuelto virales en las redes sociales. En el primero, el 30 de Agosto de 2018, Gamarra se quiso encabritar, al verse aplaudido por más de mil de personas, al compartir sus canciones con las de su ídolo San jacintero, de quien dijo ser admirador de su “Hamaca Grande”, una pieza ancestral en la que caben todas las culturas y en la que se mece todo el folclor nacional. La hamaca san jacintera ha sido colgada en los mejores escenarios del mundo, mientras Gamarra se pasea por todas las corralejas de la sabana- en más de 260 escenarios -donde el porro en bandas de vientos es impenetrable. En esos escenarios rudos y tan controvertidos, la banda tiene su barricada para defenderse de otros aires. Gamarra, con La Garrocha en la Mano, Imágenes y el barroso piniano, se bate como un centauro en defensa de su territorio. Ni los vallenatos se le meten al ruedo.
IMÁGENES (https://www.youtube.com/watch?reload=9&v=auve92NQsN8)
Pasado el aturdimiento del inicio y al tomarse confianza- ambos tenían cachuchas en sus sienes- Leo Gamarra empezó a soltar su magnífico repertorio a petición de sus parciales, con la garrocha en la mano, un porro que narra la historia completa de Manuelito Rodríguez, en un suceso de la corraleja en su tierra, que data de 1937, tres años antes que naciera. En ese porro de vientos, que ya es obligado en toda corraleja que se respete, Gamarra funge como un historiador, que recrea un suceso ya olvidado por sus paisanos, pero que revive en cada sonada.
Cuando se pensaba que Leonardo Gamarra, al igual que muchos compositores del viejo Bolívar Grande- donde las corralejas aún tienen millones de seguidores – apuntaba su fusil solo en esa temática tan controvertida desde la caídas de los palcos de Sincelejo en 1980- sacó su guardado de paseos vallenatos, salsas, boleros, cumbias, merengues, pasajes y tonadas modernas, hasta tal punto que Adolfo Pacheco se terminó haciendo la misma pregunta. ¿Aja y este tipo donde andaba?
La tertulia en el veinte de enero de Sincelejo.
“La batalla de flores”- en el afán de que Leonardo sea escuchado por Colombia al lado de Pacheco a manera de buey- se repitió en las pasadas fiestas del Veinte de Enero de Sincelejo, donde los dos maestros trajeron noticias. Allí se vieron las caras de nuevo, alternando éxitos nuevos y viejos. Adolfo estrenó la última canción que está haciendo, en defensa de la tradición del gallo fino, para complacer a su amigo de lidias Bayo Espinosa, en cuya temática tiene un merengue en estilo vallenato, el Cordobés, el de bella estampa y brioso pico estirador, considerado entre los clásicos de ese género con El Viejo Miguel y El Pintor, los mejores. Entonces Leonardo no se quedó corto batiendo pico y espuela con “Diluvina”, una canción apenas salida del horno, como emergiendo del espacio mágico de la Mojana, donde se recrea la obra de Gabito. Y lo mejor, la envasó en una melodía española aterrizada en la sonoridad sabanera. Una especie de pasaje o danzòn.
Tímido, pero quizás un muerde callado, a quien todavía le cuesta contar la historia de su repertorio sin ponerse colorado, Gamarra se vio obligado a soltar la lengua, azuzado por el diabetòlogo Gustavo Márquez Salom, quien narró la historia de “Magia Negra”, una canción de corte vallenato, entre los estilos de Rafael Escalona y Alejo Duran, salpicada por un aureola de misterio y olvido, aparición de querubines, que cuenta la tristeza que le dejó una aventura amorosa una tarde en Sincelejo. Se trataba de una muchacha negra que llegó con su madre y se varó en la estación de buses de la capital de Sucre. Madre e hija provenían de Cartagena con rumbo al Urabá, pero a esa hora no había transporte para aquellas lejuras, quedando abandonadas en la vía. Gamarra, que apenas tenía 45 años y abundante plata en el bolsillo, no temía, de modo que al ver a la joven que atravesaba en audaz carrera la avenida troncal, con aquellos senos erectos que vibraban bajo una blusa mojada, no resistió enamorarla y se le lanzó de frente. Terminó llevándoselas para su natal Sincè, donde las vistió de ropas nuevas, prodigó de cariño y atenciones, hospedándolas en una mansión familiar y alojándolas para siempre en su corazón. Fueron por una sola noche, mientras conseguían transporte a su destino inicial, pero se gastaron una semana en la tierra de la pollera colorà. El romance no se hizo esperar. La despedida fue por lo alto. Él las envió en un auto expreso y al mes recibió una carta, donde Katherine, nombre de aquella Diosa de Ébano, lo mandaba a buscar para vivir juntos hasta la eternidad, pintando sus labios rojos en el papel. Gamarra no se atrevió a moverse de su natal Sincè, donde pastorea un rebaño de vacas parideras y donde vive y habla con sus antepasados en una casa antigua de más de casi doscientos años. Para matar el guayabo hizo “Magia Negra”, uno de sus éxitos inéditos, porque aún no ha sido interpretado por un cantor de talla nacional, más allá de las bandas de vientos sabaneras, que la tienen montada. Ahora combina su vida entre la casa antigua del casco urbano y una choza pequeña de palma en el camino que va a la Villa de San Benito Abad, con un cultivo de yuca enveranada, en espera de la brisa de la tarde, que nunca falla.
Alfonso Hamburger y Leonardo Gamarra, parque comercial Guacai, Sincelejo.
“Caribe Triste”, un paseo; “Ana María”, un pasaje interpretado por el rey Sabanero Felipe Paternina y Carlos Pérez; “Diluvina” ( inédita) , “Mojana No 11” e “Imágenes” ( cazadora de esperanzas y de cuentos) son sólo algunas de las canciones que se salen de los lugares comunes, sustentadas por la leyenda de los toros que han marcado la discografía sabanera. También tiene un bolero, Maria, con el que fue sepultada la cantante Gina Atencia, el pasado fin de semana. Mientras entonaban esta canción en el sepelio, una lámpara de la iglesia empezó a moverse, sin que brisa alguna la empujara. Gina había cantado 17 veces esa canción en la liturgia de la iglesia natividad de Maria.
Leonardo Gamarra, descendiente de españoles y ganaderos,– uno de sus parientes Gamarra fue el primer alcalde del Carmen de Bolívar-, donde estudió su bachillerato, alentado por los influjos poéticos de Lucho Bermúdez y Néstor Montes, no tuvo escapatoria de ser un galán de pronto más peligroso que Diomedes Díaz. Y esto último lo dijo, pero no autorizó para escribirlo, porque le da vergüenza. Su padre, Miguel Gamarra Escudero, quien montaba el mejor caballo fino de su tierra, tenía una finca- aún existe- a una legua del casco urbano, después de la ye que bifurca en el camino que va al corregimiento de Moralito, donde tuvo que mudarse la familia a petición del médico que los atendía, hacia 1944. Sara Romero Atencia, madre de Leonardo, sufría una alergia muy delicada producto de haberse bañado sofocada y tuvieron que llevarla a aquella finca por sanidad, en silla de ruedas. Tenían una criada negra, de 18 años, con porte de reina. La muchacha se bañaba a totumadas todas las tardes al aire libre al lado del pozo de la ceiba, sustrayendo el agua en una troja de madera, con el vestido puesto, pero era peor que si se bañara desnuda, porque la tela se le empapaba, marcando los atributos de aquel cuerpo de diosa. El viejo Miguel, que estaba en sus papeles intactos, no se aguantó como Leonardo no se aguantaría años después con la morenita Urabareña en Sincelejo, la enamoró y la conquistó.
Adolfo Pacheco, Alfonso Hamburger y Leonardo Gamarra.
Aquellos ojos lujuriosos de conquista fue lo que Leonardo vio en sus primeros años. Transcurrirá la revuelta `por El Bogotazo, el ambiente se enrarecía. Para evitar aquella relación, la familia de la muchacha la envió a Magangué.
Miguel Gamarra Escudero, el gamonal, padre de Leonardo, se inventaba viajes a Magangué, con el pretexto de verla a escondidas, pero la ofendida esposa, salpicada por el escándalo, le daba permiso pero si se llevaba a Leonardo, de ocho años. El viejo se lo llevaba, pero lo sobornaba con paletas y regalos. Doña Sara Romero lo interrogaba al regreso, pero el niño ya estaba aliado con el papá, de quien heredó su estirpe enamoradiza y altiva. Fueron mujeriegos empedernidos en sus años mejores.
Miguel Gamarra Escudero tenía el caballo más rápido de la región, llamado el Nuca Tuerta, porque tiraba para un solo lado( tenia tijera, como dicen en forma castiza los caballistas ),un corcel muy fiel al amo, que no aceptaba vara ni fuete, menos espuela, un tordillo avispado, guía de las fincas El Cairo y El Hatillo, donde se mudaron por la enfermedad de Sara Romero.
Los hermanos de la joven nunca aprobaron aquella relación y orquestaron una venganza. En las fiestas de Sincé nadie se ganaba a Gamarra Escudero en una carrera de caballos. En la fiesta del Socorro de 1948 no fue la excepción. Después del triunfo vino el festejo, con bandas de vientos y trago. Borracho en el caballo, de regreso a la finca, los hermanos de la muchacha, armados con filosos cuchillos, lo esperaron en la soledad y sombras del camino. Gamarra no se podía defender ante el alevoso y sorpresivo ataque, máxime cuando los asaltantes se habían apoderado de las riendas del corcel, le dieron más de diez puñaladas, pero ninguna mortal, porque el caballo lo defendió de los agresores, con relinchidos y patadas. Ninguna de las heridas fue profunda. El gamonal murió joven, más tarde, de 56 años. Tuvo con Sara ocho hijos, entre ellos Leonardo y una sola mujer.
De esas historias mágicas, con centauros, corceles que bailan y toman trago, querubines, toros bravos, garrochas y mujeres que hacen volver locos a los hombres y tejedoras de sueños, Leonardo Gamarra construyó una de las obras musicales más grandes del Caribe Colombiano, pero nadie lo sabía. Ya usted lo sabe.
Excelente relato de tres grandes hoy más que nunca me siento más sabanero la inmensa llanura del caribe
Motivado por el espléndido relato en donde se categorizan las sanas expresiones escritas con arraigo ancestral iberico, labradas en cánticos, alegorías y versos , expreso mi total identificacion del Tipo Sabanero. Nos antecedieron con lujo de vida a emular , reto presente.