Crónicas de la salud en Sucre (2)
EL DESPLAZADO QUE LLEGÓ EN SILLA DE RUEDAS.
José Matías Cárdenas, su compañero, fue excluido de la ley de víctimas. Ambos llegaron a Sincelejo en los años ochenta, huyendo de la violencia. No han necesitado de los programas oficiales para surgir. El 30 de octubre de 1981 fundaron la Asociación de Minusválidos de Sucre, o de discapacitados de Sincelejo. Este año entregaron la sede en comodato a la clínica del dolor, porque la Asociación no recibió un solo contrato.
Por Alfonso Hamburger
Abel Velásquez Escobar no entró a Sucre por la puerta grande. Tenía apenas veinte años, se desplazaba en una silla de ruedas hechiza (hecha a pedazos, manualmente) y su mamá estaba loca. Aquella puerta estrecha fue el corregimiento de El Piñal, entonces jurisdicción de Corozal, hoy de Los Palmitos, donde había un brujo famoso, que curaba con vegetales y remedios con patentes. Allí mismo había nacido un rey sin corona: Lisandro Meza, en un caserío tan pequeño, que su única calle era la carretera Troncal de Occidente, convertido por esos tiempos en un pueblo próspero, por la gran cantidad de pacientes que llegaban de todas partes del mundo, tras la cura de Luis Palencia, un botánico oriundo de Sincé, cuya fama había trascendido fronteras y que había sido motivo de cantos populares.
Dos años antes, Abel Velázquez se había caído de un caballo, mientras participaba en una carrera popular, completamente hebreo, en su tierra natal, Córdoba, Bolívar, donde su padre se dedicaba a la ganadería. Después se terminó de dislocar la columna al caerse- también borrachito por el ron- de una bicicleta, quedando parapléjico de por vida, pero no invalido de la mente.
-“Esto del ron no lo vayas a poner, porque me da pena”, me advierte y yo le prometo no decirlo. Y no puedo delatarlo, ahora menos, que es un líder popular.
“Yo no estaba dispuesto a pedir limosna y sabía que a pesar de mi invalidez física, debía ser útil para mi familia y la sociedad”, dice Velásquez, mientras abre el álbum bellamente empastado por el mismo, donde cuenta gran parte de su historia, al frente de la Asociación de Limitados Físicos de Sincelejo. Cuando inició la gesta, se hablaba de invalidez, hoy se dice personas en situación de discapacidad. La legislación colombiana apenas habla de la atención a los discapacitados a partir de 1971. Paradójicamente, este tipo de personas aumentan en el mundo, debido a que la ciencia ha avanzado y son muchas las personas rescatadas de accidentes casi muertas que quedan parapléjicas, iniciándose allí verdaderas batallas para subsistir, en un medio que a veces ha sido osco para el discapacitado. Antes, a este tipo de personas las escondían hasta tal punto que sólo los sacaban al sol en las elecciones para aprovecharse de su voto.
Velázquez Escobar cumplió 74 años el pasado 14 de Julio, en cuyos festejos recordó que fue un niño nervioso, que le cogió fobia al colegio, aterrado por un profesor que le daba cantazos. “Lo que aprendía en la casa se me olvidaba cuando veía al profesor”, afirma, mientras se desplaza por las calles de Sincelejo en una silla de ruedas, vendiendo lotería, actividad con la que levantó toda una prole, en la que figuró su madre, hasta hace tres años, cuando murió a los 99 abriles. Dios no le dio hijos, pero sí sobrinos e hijastros, que lo ayudan a estar menos solo en su lucha.
Rasira Escobar, como era la gracia de su madre, tenía solo ocho días de parida cuando la pulga se le subió a la cabeza. Andaban tiempos en que la mujer parida era sometida a la tradicional cuarentena, la bañaban con yerbas de montes especiales y no le permitían en ese tiempo ni siquiera preparar un tinto. La cuidaban como leche en verano. Tenía ocho días de haber parido a su octavo hijo cuando un hombre que acababa de matar a otro era perseguido por una turba enfurecida y no halló más refugio que esconderse en su casa. Allí se cumplió el duelo a machetazos, ante sus ojos atónicos, lo que hizo que la sangre del parto se le subiera a la cabeza. Su locura demencial era tan crítica que la menstruación le demoraba hasta un mes y como no era capaz de asearse, divagaba por las calles en dantesco espectáculo.
Con la madre amarrada de manos y él en silla de ruedas, Velásquez Escobar, en compañía de un hermano mayor que después falleció en un accidente de tránsito, irrumpió en El Piñal, en 1964, en busca de una cura. El famoso botánico no solo curó a la mujer, sino que le dio trabajo a los dos hermanos, quienes se convirtieron por diez años en los farmaceutas del pueblo y aliados del botánico, quien a la postre fue neutralizado por una mafia, muriendo más tarde por ingesta de vidrio molido (según calcula Velásquez) en Hatillo, hacia la vía a Maganguè, donde habría sido envenenado por una mujer que el brujo había hecho suya después de curarla. Algunos creen que el negocio se dañó porque al botánico le surgió una competencia desleal ( sus propios secretarios) que contrataba a los niños, quienes se apostaban en la carretera a esperar a los pacientes que llegaban a buscar al famoso médico y los llevaban a los otros que trataban de imitarlo. Al dejar de ser eficientes, el negocio fue decayendo y El Piñal pronto se vió en medio de la disputa de paras (maromeros) y guerrilleros (mochileros), los mismos que años después, propiciarían el desplazamiento de Abel a Sincelejo, donde se dedicó a vender loterías.
En medio de la prosperidad del pueblo y del médico, Velázquez fue ganando respeto en la comunidad. Su madre había sido curada en un ochenta por ciento, los dos hermanos manejaban la farmacia, donde el botánico enviaba a sus pacientes. Un tarde Abel mandó por una carga de agua a la laguna del gamonal del pueblo para bañarse, cuyo latifundio cercaba al caserío. La delegación regresó vacía porque el agua estaba turbia. La gente se bañaba en el agua que consumía, incluso el propio Inspector de Policía.
Al día siguiente Velásquez viajó a Corozal y se entrevistó con el Alcalde. Quería ser el Inspector de Policía para poner orden. Tuvo que hacer un examen de aptitud física y lo pasó con la anuencia de un amigo médico del conservatismo (Siempre fue conservador mimetizado entre los liberales), así que le dio golpe de Estado al Inspector de marras. Convocó una reunión con la comunidad y le advirtió que desde ese momento quedaba prohibido bañarse en la aguada. Puso dos guardias pagados por él, con dos turnos diarios y al mes el agua había recobrado su estado incoloro, inodoro e insaboro. Solo demoró seis meses, porque hubo cambio de Alcalde, pero arregló el problema del agua. Le achacaron que no era oriundo de El Piñal y no se veían mandados por un tipo en silla de ruedas. Eran tiempos en que practicaba tiro al blanco desde su silla de ruedas, en el patio.
Eran tiempos en que cargaba una pistola al cinto. Su padre, que era militar además, le había enseñado a disparar desde los ocho años y a cargar armas de fuego. Solo podía sacarla para matar y en un acto de defensa, le decía el viejo. “Si vas a disparar es para defenderte y para matar, porque si el atacante queda vivo tienes problemas”.
Alguna vez una turba perseguía a su hermano por un barato negado en un baile. Fue donde se plantó, desde su silla de ruedas, en la entrada de su casa, y con el solo gesto que iba a sacar el arma, los agresores retrocedieron.
– Yo hacía tiros en el patio y sabían que pegaba, advierte.
Después, para evitar problemas, vendió las dos carabinas y la pistola que le había dejado su padre.
Otro problema era comunicarse. El teléfono público lo manejaba una dama encopetada e incompetente. Se fue a Tele Cartagena, en la capital de Bolívar, a pedir el cargo, pero allá se estrelló con los prejuicios: no era mujer y estaba inválido. En esos tiempos veían mal a un hombre atendiendo un teléfono.
Enrique García, un amigo de Ovejas, le sirvió de garante para que lo nombraran. Era un teléfono que trabajaba con manivela, y la comunicación se pedía con otras centrales. Por ejemplo:
– ¡Haló! , Carmen (Carmen de Bolívar), deme con El Trozo.
Y El Trozo, que no era un madero, sino una población intermedia, le comunicaba con El Piñal.
El minuto costaba diez chivos ( centavos), ideándose una forma de atraer clientela. Se alió al conocido locutor Juan Severiche Vergara, de Radio Sincelejo, quien tenía dos programas de complacencias. Puso el minuto a veinte centavos, incluyendo atractivos saludos. En los días de las madres y otras celebraciones especiales la gente hacía cola para llamar a la emisora y saludar a sus seres queridos. Al final del mes contaba 18 pesos, que duplicaban los recaudos de todos los pueblos a la redonda, incluidos El Carmen y El Trozo, que eran mucho más importantes.
Pero un día empezaron a utilizar el servicio los guerrilleros que ya llegaban a la zona y fue amenazado de muerte, radicándose desde entonces en Sincelejo. Para esa época el teléfono ya era automatizado y la sobrina a la que le dejó el cargo, no tenía que moler el sonido.
Su madre, curada por el botánico, murió hace tres años en Sincelejo, cuando le faltaban solo unos meses para cumplir los cien años. Aquí fundó el 31 de octubre de 1981, la Asociación de Inválidos de Sucre, cuyo nombre fue cambiado atendiendo a la nueva terminología de personas en situación de discapacidad física.
Comenzando la década de los 80, con la caída de las corralejas de Sincelejo, que causaron más de 500 muertos, Sucre se convirtió en una comunidad de lisiados físicos, de modo que Abel creó la Asociación con la ayuda de otras personas afectadas, entre quienes sobresale José Matías Cárdenas, otro limitado físico y desplazado, quien había sido atacado a tiros por unos asaltantes de caminos en el municipio de Colosò, en una tarde del 15 de febrero de 1981.
Ambos, en silla de ruedas, haciendo tómbolas y vendiendo boletas, compraron un lote en una finca, donde había unas montañas y pasaba un arroyo, hoy Barrio Santafé. Un buldócer de la Secretaria de Obras Publicas niveló el terreno, donde hoy se levanta una moderna sede, cuyo valor supera los mil millones de pesos y donde funciona un colegio privado. Este año, debido a la ausencia de contratos para empastar libros de contabilidad y archivos que les daba la Alcaldía de Sincelejo, decidieron entregar la sede a La Clínica para el Dolor, que la está remodelando la edificación. Con 74 años, y achacoso, Abel está mas reposado, mientras se lamenta que de 60 socios, la asociación ahora solo tiene trece, entre ellos seis mujeres, que hacen oficios diversos. José Matías Cárdenas vende ñame en el mercado. El actual Alcalde de Sincelejo prefirió darle el contrato de empaste y anillado de libros a una empresa de Fotocopias.
En 38 años, la Asociación que preside Velásquez, ha donado cerca de mil sillas de ruedas, incluso, el famoso compositor, Adriano Salas, autor de veinte clásicos del folclor colombiano como “Panorama” y “Caño Lindo”, quien murió ciego y con las piernas cortadas, fue uno de los beneficiarios.
En una comunidad que es afable con el limitado físico, pero con pocos edificios que cumplas con la ley de fácil acceso a estas personas, y donde se hacen campañas para mejorar el trato, Abel se lamenta de la poca longevidad de estas personas. Muchos de los fundadores de la Sociedad han muerto y hasta hace dos años, Abel trabajó en encuadernación de libros con José Matías Cárdenas, atendiendo un pedido de la Alcaldía de Sincelejo.
Siendo desplazados, estos dos personajes no han recibido ayudas estatales, porque se dedicaron a sacar adelante sus proyectos con ayuda de la comunidad y de algunas embajadas.
Hace un año, José Matías Cárdenas, recibió una mala noticia del Gobierno. No fue declarado apto para ser cobijado por la Ley 1448 de 2011 o Ley de víctimas, porque el atentado que lo mantiene en silla de ruedas, ocurrió en 1981 y la norma solo cobija a las personas afectadas por el conflicto a partir de 1985.
La guerra tiende a pasar a lo que alegremente llaman “posconflicto” y la violencia en todos los flancos no da tregua. Especial la exclusión y la intolerancia. La objeción de seis puntos de la Ley de JES, justicia especial para la paz, le parece indiferente, porque la mayoría de los socios quedaron por fuera de aquel reparto.
II
Es lunes festivo en Sincelejo. El puente musical que se inició desde el viernes con el Festival de Gaitas de Ovejas ya cansa. La ciudad no tiene grandes centros de diversión. La gente vive en la modorra, buscando salir de alguna manera de la inactividad. En el barrio Santafé, que hace 38 años era un lote de montes embarbascados- una especie de finca urbana por la que atravesaba un arroyo-, hoy es uno de los más céntricos de la capital de Sucre. Y no es la excepción de la quietud. También yace solitario, con casas de puertas cerradas. Allí está la gran obra de Abel Velázquez, un hombre que no se amilanó al perder sus piernas. La sede de la Asociación que fundó el 30 de Octubre de 1981, es amplia, está pintada de azul , con un antejardín en el que hay tres matas de yuca,- quizás para recordar sus ancestros campesinos- , y cómoda zona de parqueo.
Sede de la Asociación de minusválidos de Sucre, hoy en remodelación.
Hace cinco años:
Toco en la puerta de la casa que está ubicada al frente de la obra y por momentos nadie responde. Todo parece solitario, mustio, ante la leve brisa que mece las matas de yuca en el jardín. Un vallenato ensucia el silencio. Cuando pienso volver tras mis pasos, alguien asoma. Es una de las sobrinas de Abel, después supe que es enfermera. Me indica que el personaje ya está en la sede, que se ofrece al frente, amplia, solitaria. Es solo atravesar la calle desértica y empujar la puerta del taller que está sin seguro. Allí está Abel con su eterno compañero de lucha, José Matías Cárdenas y un sobrino. Están fajados, uno delante del otro, sentados en sus sillas de rueda como si en un ritual izaran la tarde, separados por la mesa de trabajo, escuchando la radio universitaria. Los dos hombres y el joven encuadernan y empastan libros de los archivos de un cliente. Las pilas de papel le hacen marco a la jarana. El trabajo es acompasado, como si el silencio y la música vallenata que se sale por las ventanas e invade la calle, los activara en pases de valet. El joven ordena los folios y marca las carátulas en letras doradas a presión, mientras los dos hombres, maduros y rígidos, cosen y pegan los libros. El viernes ya han entregado un buen volumen, están alentados y ahora avanzan en la culminación de la tarea. Ya tienen plata en el bolsillo, lo que los hace más generosos con el visitante. Lo noto incómodo, con una risita de felicidad, quisiera darme mucho más, hasta que se le antoja una gaseosa.
– Gracias, Abel, soy diabético, le digo.
Abel, con un rictus de risa, quizás apenado, baja la cabeza.
– Prefieren ver cómo vives, planteo.
Mientras Abel termina de empastar una biblia por encargo, José Matías suelta la lengua, porque igual sueña con la fama. También es un personaje en la lucha de los limitados físicos. Se conocieron vendiendo loterías. Vivía en el sector de La Pollita, la parte más alta de la ciudad, donde está incrustado el principal tanque del acueducto, desde donde se irriga por gravedad el agua de Sincelejo, con un panorama andino, en el Norte, pero marginal y escabroso. Recuerda Cárdenas que en los inviernos, los ingenieros que instalaban la tubería de 24 pulgadas, lo bajaban en la mañanas de los cerros en una pala draga. Era un espectáculo verlo metido en una canasta, con silla de ruedas y todo, a lo largo de un kilómetro, bajando la serranía empinada. Iba al centro, vendía sus loterías y regresaba antes de las seis de la tarde, para que los operarios lo subieran a la colina del mismo modo. En un tiempo remoto lo bajaban en burro, pues la silla de rueda no funcionaba. Era tan empedrada y empinada la colina, que en uno de los viajes, el burro pisó una cepa de plátano y rodó cuesta abajo. José Matías salió disparado por los aires, cayendo sobre una alambrada de púas que lo destazó como un pescado arrollado. Estaba sangrando por todas partes, pero no dejó de asistir al trabajo, pues el día que no trabajaba no había para la comida en el hogar. Trabajaban para conseguir los alimentos. No había poder de ahorro. Fue un farmaceuta que llego a comprar la lotería, que al verlo como sangraba, le regaló una crema cicatrizante. Ya no tiene ese problema, porque la Asociación le ayudó con un lote en el barrio Bitar, que es en sector más plano, donde hizo su casa a pedazos. Allí vive con su compañera. Tiene cuatro hijos ya mayores y está criando una niña que su mujer tenía cuando se abrieron a vivir juntos. Goza de la alegría de diez nietos.
A estas alturas de la tarde, el tema son las leyes a favor del discapacitado, que en Colombia empiezan a fomentarse solo a partir de 1971, hasta la ley 1618 de 2013 (1) y (2), que reglamenta las rampas y los baños especiales en lugares públicos y de recreación para limitados físicos. Se cree que el seis por ciento de la población colombiana tiene algún problema de discapacidad.
III
Abel quiere mostrarme su casa, al frente de la sede. Tiene una sola planta y varias habitaciones, todas en el primer piso. Su habitación está hecha a su medida. Tiene aire acondicionado y abanico, que prende en las crisis de calor por el fenómeno del niño. El baño es diseñado para un limitado, sin paredes. Se baña solo, en una silla de rueda y él mismo lava su ropa. Tiene un orinal `portátil que le regalaron los alemanes, quienes le donaron muchas sillas de rueda. Igual, debajo de la cama, yace un pato diseñado por el mismo, donde hace las necesidades. En la cama tiene papel higiénico, una lámpara de baterías, el swiche de la luz al alcance de la mano, un radio y lo necesario para el aseo. Siempre está pulcramente vestido y perfumado y lleva, cuando va por las calles, un maletín de ejecutivo, digno de un presidente.
Organizado y audaz, Abel lleva el liderazgo en la familia y se mueve en su silla de ruedas con un don de mando asombroso, mientras va ordenando todo. En una ciudad como esta, donde jamás ha existido agua en el acueducto las 24 horas, Abel o Abelito, como le dicen, ordenó construir tres tanques elevados de mil litros cada uno, lo que le permite tener agua al alcance de sus manos. Así como tiene un álbum donde lleva registro fotográfico y notas de prensa de todas sus actividades como líder de los limitados físicos, carga un portafolio, en el que guarda sus papeles más preciados, como los billetes de la lotería y los documentos de la Fundación.
IV
Hoy es martes y ayer Abelito estuvo empastando libros hasta las nueve de la noche del lunes festivo. No se cansa. José Matías se fue más temprano, porque vive lejos aún. Eso no fue impedimento para levantarse temprano e ir donde el médico, porque lo tienen que operar de un fistula perianal, como producto de permanecer tanto tiempo sentado en la silla de ruedas.
Y ahora, faltando cinco minutos para las tres de la tarde, se está afeitando en la batea interna donde lava la ropa. Abre la llave a la derecha, con abundante agua fresca se quita a manotadas los últimos vestigios de la espuma. Toma la toalla para secarse la cara, se pone un amansa loco, rueda su silla con maestría, se acerca a la repisa donde tiene las lociones de hombre enamorado. Destapa el frasco con cautela, vierte líquido perfumado en sus manos, palpa su cuello, su cara y se restriega por el cuello. Vuelve a tapar el frasco, lo ubica en el lugar, entonces rueda su silla, abre el diván, toma una guayabera blanca, se la pone, recoge el portafolio de las loterías y listo.
Afuera su sobrina sale a despedirlo y el niño robusto- uno de sus sobrinos- que ha llegado hace poco, toma la silla de ruedas por detrás, lo empuja con elegancia y salen a la calle. Mientras viaja, ofreciendo la suerte, los saludos se van surtiendo. Todos lo conocen, muchos lo saludan.
Sincelejo es una ciudad caótica, enredada, donde un enjambre de motos enrarece las calles apretadas. Sin vías peatonales y con sardineles quebrados, discontinuos, el joven y su abuelo le pelean un espacio a la precaria movilidad.
Mientras le saca el zigzag a un trancón y un bus le frena a dos metros, Abelito va ordenando el tráfico, pide pares, saca la mano para doblar en la esquiva y ofrece la suerte. Tiene clientes de muchos años. Le vende al doctor Dayro Pérez Méndez, al dueño de la farmacia, al del almacén agropecuario- que se ganó un seco de $100 millones-, incluso al tipo que se robó las corralejas.
La ciudad es pequeña y ardiente. Veinte minutos más tarde atraviesa el antiguo edificio de La Caja Agraria, donde se apostó a vender durante años, hasta que un chirrete (3) lo amenazó.
– Me cambié de puesto para evitar problemas
Ahora, en la sede de otra entidad bancaria, donde se apuesta por las tardes, Abelito recibe saludos a diestra y siniestra, en espera que un día de estos, uno de sus benefactores le estalle la suerte.
- (1)Con la entrada en vigencia de la Ley 1618 de 2013 el Estado pretende garantizar y asegurar el ejercicio efectivo de los derechos de las personas con discapacidad mediante la adopción de medidas y políticas que cuenten con enfoque de inclusión lo que permitirá eliminar toda forma de discriminación en el país por cuenta de una condición.
- (2)La Ley 1618 dicta medidas específicas para garantizar los derechos de los niños y las niñas con discapacidad; el acompañamiento a las familias; el derecho a la habilitación y rehabilitación; a la salud; a la educación; a la protección social; al trabajo; al acceso y accesibilidad; al transporte; a la vivienda; a la cultura; el acceso a la justicia; entre otros.
- (3) Persona maligna, viciosa.