Los amores frustrados de Edgar Perea

Besar a una despampanante rubia, el sueño frustrado de Edgar Perea.

-“Mi novia virtual habla con los muertos”, libro inédito de Alfonso Hamburger, tiene un capituto dedicado a Edgar Perea. El las prefería rubias.

Que Dios lo perdone como mi novia virtual lo hizo. Para mí fue un gran relator, pero no un buen comentarista, inventándose cosas que de pronto ni él mismo entendía, pero que se volvían ciertas, virales,  un solo radio, por la fuerza emotiva que les imprimía, como aquello de que Junior tu papá jugaba un fútbol al que había que ponerle mística  ovalada. ¿Mística ovalada? ¿Qué motivador desarrolló esa tesis? Quizás trataba de decir que los jugadores del Junior tenían un buen predicamento sobre el campo de juego, porque Dios es redondo, nada más.

De pronto nos identificábamos en la defensa regional, desde el patriotismo ñero, hasta llegar al bajo Don Juan. Eso hay que reconocérselo. Distanciándose de  la filosofía de los buenos jugadores, no se retiró a tiempo. Lo vi deslucido y desencajado en sus últimas apariciones en televisión, donde hermosas e inteligentes modelos juegan futbol con tacones. La televisión lo iba dejando, sin que se le cumplieran sus cuatro sueños: morir en Barranquilla, el Ministerio del Deporte, transmitir nuevamente desde el estadio  Metropolitano y besar a mi novia platónica.

Figuro  en el pequeño Club de quienes no se rindieron a sus pretensiones de inmortal. Como el maestro Chelo de Castro C. fui uno de los que jamás le tuvo miedo, ni rencor, ni envidia. Sencillamente me fue indiferente. O me era indiferente, hasta que mi novia de toda la vida, aquel amor platónico de la universidad, ese amor sublime al que solo le hace falta el sexo, me confesó, tratando de rescatar nuestra historia casi perdida, que el negro Perea trató de basarla. Al narrador le gustaban las rubias, al igual que a Lenin Bueno Suarez, uno de sus colegas y amigos. Hacían maldades de las buenas en sus mejores tiempos. Y mi novia platónica, con un amor remozado por las redes sociales, aun es una mujer despampanante, finísima, que a los 50 años, conserva esa figura juvenil, atlética, mientras recorre a Barranquilla en una moto coqueta. Ella, de ojos miel y piel canela, luce una sonrisa de luz y un lunar en la barbilla, que es como un guiño de poesía, mientras cuida a sus animales.

Todos en el salón la pretendíamos y se la disputábamos al novio de toda la vida, que se las daba de narcotraficante. Llovía en  aquella excursión a ciudad perdida donde me le declaré de la forma más infantil  pero sincera. Le dije que si se casaba conmigo le iba a regalar una hamaca grande, más grande que el cerro de Maco, cuando la canción de Adolfo Pacheco aun no salía de San Jacinto. Y ella, obvio, al oír mi súplica de amor se murió de la risa.  Y como jamás había dormido en hamaca, siendo de la la tierra de Carlos Vives, acostumbrada a  dormir en camas pulman  con varillas  de oro, respondió que era la propuesta más corroncha que le habían hecho.

Me vine perdido de amor a administrar una finca en medio de la guerra, mientras  ella se  iba a Bogotá a estudiar actuación en la academia de Ronald Ayazo , cansándose pronto  de que para conseguir aunque fuese un puesto de extra  en una telenovela todos se la quisieran comer, desde el “carga cable” de producción hasta el director del cuento.  Se vino a Barranquilla después de nueve años en Bogotá, se casó y solo le aguantó tres años al novio de toda la vida. Se separó. Ahora vive con tres perros y once gatos.

Fue inevitable que un amor al que solo le faltó el sexo, el más sublime y platónico del mundo, se reeditara. Y obvio, fue por las redes sociales que nos reencontramos y hasta creamos un grupo para juntarnos todos los de aquella  generación perdida para celebrar la vida. Casi todos nos habíamos equivocado al escoger la comunicación social, sacándoles el cuerpo a las matemáticas, pero ahí estábamos, más vivos y apasionados que nunca por el periodismo. Empezamos el proyecto- ya casi terminado- de escribir un libro a cuatro manos, intercambiando frases y anécdotas por el Facebook, para reconstruir los recuerdos. El título tentativo, “mi novia virtual habla con los muertos”. Y por supuesto, el capítulo más llamativo, es el de su relación laboral con Edgar Perea Arias, quien acaba de morir. El hombre, como yo se enamoró de ella. Fue lo único en que coincidimos. Ah, y el gusto por el Caribe.

A su regreso de Bogotá, recaló en Radio Mar Caribe, donde el campeón la aceptó como conductora del magazín de variedades que iba a continuación del programa deportivo más escuchado en Barranquilla. La responsabilidad era grande para mi novia virtual, porque le quedaba una inmensa sintonía para sostener. Y no era cosa fácil mantenerla.

Apenas la vio, el negro le caminó. Se le declaró ferozmente, pero mi novia virtual, que se había venido de Bogotá huyéndole precisamente al acoso, lo paró en seco. Y ella, que cuando se ponía una pinta para el frio, con guantes de seda y botas altas, paralizaba el tráfico, lo abofeteó, cuando trató de besarla. Aquella vez el denominado campeón la halló sola y trató de besarla a la fuerza, pero ella, que es diminuta y despierta, se la escabulló por debajo de las piernas. No fue más a trabajar. Ella amenazó con delatarlo, pero él bien sabía que patada de yegua no mata caballo, y  siguió insistiendo.

El gavilán siguió volando bajito por aquellos patios Caribes. Insistía, no yéndole tan bien como al Turco Assa y A Manuel Lora, inmortalizados por Calixto Ochoa en un paseo. Cuando fue senador, se encontraron en Bogotá, le ofreció un puesto, pero con el tiempo aquella pasión se le fue pasando, y el gavilán negro murió llevándose ese sueño a la eternidad.

De todos modos, lo siento por el club de sus amigos, que en este país del unanimismo, son muchos. Era, según el mismo, Perea el bueno, el malo jugaba en el Nacional.

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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