En los brazos de Dios.
-
Una aventura riesgosa, pero nutritiva.
Por Alfonso Hamburger.
la cámara de Alfonso Hamburger en Talaigua Viena, capta la visita de Yaneth Álvarez, Pedro Mancera y Alfonso Herrera, de espaldas Jairo Vega.
Antes de que llegara Carlos Alberto Ramos, una de las piezas fundamentales de la posibilidad de asistir, ver, asombrarse y escribir, y por supuesto, antes de que llegase Joce Guillermo Daniels y el almuerzo ritual vestidos de blanco, no podía avanzar en este cuento sin expresar aquello que se convierte en energía, una no sé qué situación de magia, casi inexplicable, para que todo confluyera en este primer festival de escritores y tradiciones Rosmar de Talbol, versión Joce Guillermo Daniels.
En el ambiente, desde que llegamos a Santa Ana, con el zumbido en los oídos y el encuentro con Pedro Mancera Ibáñez y Alfonso Herrera Urbina, había un halito de magia y religiosidad.
En la pieza tres, con camarotes y cálida, los hombres nos despojamos de pisadas apresuradas sobre el asfalto. Cada uno fue sacando sus libros de las mochilas y sus aportes al desarrollo del Caribe. El más hablador era Herrera, que, al despojarse de la ropa, quedando apenas con una pantaloneta que le quedaba ancha, no pudo ocultar una cicatriz en la espalda. Mientras contaba su gesta como uno de los pioneros del Municipio de Talaigua Nueva, observé la oscura cuchillada en su lomo, un poco al costado derecho. Callé. Pero más adelante recordó ese momento. El mismo se delató.
En la plaza cuadrilonga de Talaigua, Jairo Vega se volvió loco con la iglesia de San Roque, mientras ¨Pedro prepara su celular.
Nos contó que el 9 de febrero de 2022, en plena campaña presidencial de Gustavo Petro, viajando para Talaigua, tuvieron un accidente después de Ovejas, bajo un torrencial aguacero. Habían salido de Cartagena a las cuatro de la tarde en una camioneta último modelo que estaba pagando a cuotas, con la decisión de pasar de día por el Carmen de Bolívar. Iban bien en los cálculos, pero a la par que se vino la noche, después de Ovejas, empezó a llover a cántaros. Alfonso, que ya tiene 76 años, al volante, pensó que debía bajar la velocidad para no resbalar en una pendiente, cuando fue impactado por un carro fantasma que iba a mil y evitó estrellarse con una tractomula que le cerraba el camino. La verja era estrecha y Alfonso tiró fuerte a la derecha para evitar el choque con la mula, entonces se fue a un precipicio bajo la lluvia. En la camioneta iban dos mujeres, una de ellas era Rosalba Martínez Panza, hoy directora de este festival.
La camioneta infractora escapó. El rescate de los heridos era muy difícil, porque la oscuridad, la lluvia y la profundidad del abismo eran un obstáculo. Muchos autos pasaban sin percatarse del accidente. Rosalba había perdido el conocimiento. Alfonso permanecía inmóvil frente al volante- no se sabe cómo la camioneta no siguió dando volteretas- , con el cinturón asegurado. Era casi imposible escalar el barranco para retornar a la carretera. Unos 17 metros. Seguía lloviendo muy fuerte. La única luz era la de los faros de la camioneta, aplastada sobre el barrizal, lo que quizás mermó el golpe y paralizó su carrera descontrolada. Llegó alguien que auxilió a Alfonso, que aún no atinaba a desabrocharse el cinturón. Hubo dos personajes extraños que sacaron a Rosalba y a otra mujer en brazos, que, así como llegaron desaparecieron como alcanfor. Eran especie de ángeles, que protegen al creyente. Todo un misterio. Alfonso fue llevado a Sincelejo, donde comprobaron la fisura de varias costillas y lo cercano que estuvieron de ser perforados sus pulmones. Su hijo que se especializa en cirugía regenerativa y reconstructiva en Cuba dialogó con sus colegas de Sincelejo y su padre fue remitido a Cartagena, donde fue intervenido. Nadie sufrió cosas más graves. La camioneta fue virtualmente desmantelada.
Dia de feria escolar en la plaza de Talaigua.
Todos los acontecimientos y otros que se dieron en medio del Primer Festival de Escritores y Tradiciones Rosmar de Talbol, versión Joce Guillermo Daniels , iban esclareciendo el destino. Dios quiso que las cosas sucedieran y que se dieran bien. Algo místico hay en el canto de la cabuya.
MIS MANERAS.
Por lo regular siempre pienso mis crónicas. Me prefiguro las cosas. Reporteo en mi imaginación. Y mientras viajaba de Sincelejo a Magangué, en un taxi de los blancos, mis compañeros de viaje no hacían otra cosa que puyar sus celulares. Poca conversación y mucha música vana en las emisoras. Nadie levantó la cabeza para ver el paisaje y las garzas de la tarde.
Quería iniciar con el viaje, especialmente en el trayecto Magangué – Talaigua Nueva, donde nos oscureció, después que nos habían tratado como mercancía barata en el terminal, en el transbordo, pero las cosas iban a cambiar. Allí nos mantuvieron, a dos pasajeros que veníamos de Sincelejo, mientras se completaba el cupo para Mompox, que nunca se completó. Por diez mil pesos por cada pasajero, el chofer que nos reclutó nos cedió a otro pirata, en un auto blanco que no tenía espejo retrovisor, tenía el cloche dañado y se le atascaban las puertas. Era un modelo viejo, conducido por un tipo de malas pulgas, que, para colmos, se detuvo a surtirse de gasolina en la última bomba, antes de que un enjambre de motos fuera atendido. Nadie se bajó, solo el chofer, mientras se surtía. Todos estábamos como corderitos, en las manos de un desconocido que se vuela las reglas de seguridad.
Atardecer en Talaigua -Hamburger-
Al igual que en el anterior trayecto, nadie levantó la vista de sus celulares. En la pasa cinta del auto- que sonaba mejor que su motor carrasposo- molían vallenatos nueva ola y de cada celular salían basurillas, como el chiste de la mujer infiel, humor negro y otras yerbas poco recomendadas. Incluso, una niña que llevaban en las piernas iba viendo un juego en su celular. Y lo manejaba con una destreza admirable. La mujer que venia de San Marcos, gruesa y guapa, hablaba de un negocio un poco turbio. La frase más suave fue, “Él no es marica, sabe que tiene que sacarle jugo al negocio”.
Al llegar a Talaigua, el chofer dijo que seguía derecho. Aumentó en un gran porcentaje el valor del pasaje, porque le había dado diez mil pesos al tipo que nos mantuvo encerrados en su auto, con las maletas en el baúl, en Magangué. Del cuero salían las correas. El valor se había incrementado y alguien debía pagar.
La primera pregunta que me hice era cuántos libros íbamos a vender en el festival, en un mundo avasallado por los audiovisuales, que han reemplazado al texto escrito, que es la base de toda comunicación.
Pero, sin duda, se nos iba a parecer otro ángel, que les abre un nuevo panorama a los creadores de toda la depresión Momposina.
En Magangué aun quedan los colores de la Candelaria.
Continuará…
Ok entiendo!
Despejó mis expectativas…
hágale, mi hamaca es grande y caben tres.
Quiero saciar mis intrigas