En manos de la anormalidad:
El caso de Alberto Salcedo Ramos y Ciro Guerra.
La palabra que más he escuchado en mis últimas relaciones amorosas y amigables con distintas mujeres es “normal”. Y para una persona veterana lo que para la juventud es normal raya en el escándalo. No solemos acomodarnos muy fácilmente al comportamiento de la juventud, sobre todo en estos tiempos en que la vida se vive casi en directo y en que las redes sociales han exacerbada todo. Para muchos es normal acostarse con la novia en la primera salida. Es normal dejarse tocar. Es normal salir del closet. Es normal la mordida y el pagar por poner. Y es normal cuanta situación que comprometa la ética. Aquello se lava y queda lo mismo.
Alberto Salcedo Ramos.
Quienes hasta hace poco nos creíamos normales, de la noche a la mañana pasamos a ser ciudadanos de segunda o de tercera que nos vamos quedando relegados en las competencias de las profesionales y de la vida. Es normal, dicen, que cada torero vaya al ruedo con su cuadrilla. Y que James sea sentado por un técnico caprichoso. Hoy hay super protección para las comunidades LGBTI, para los desplazados, para las víctimas, para las minorías étnicas de toda clase, para los niños, los artistas, las viudas, la tercera edad y los discapacitados. Quedamos una minoría aparentemente normales, desadaptados- no soy indio, ni negro, ni blanco, quizás mestizo, ni comunista- y mi hija mayor, blanca, pecosa, ojos azulosos, de facciones nórdicas, parece que estuviese extraviada en Sincelejo. No parece tener pares. No puede ejercer su profesión en casi ninguno de los municipios de Sucre, con mayor presencia de afrodescendientes o indígenas, “porque es blanquita”. Todos esos municipios “han sido blindados”. Para trabajar en San Onofre, por ejemplo, debe ir a una oficina de la división étnica del gobierno y “auto reconocerse como tal o que una Fundación la declare negra o afrodescendiente”. Así están las cosas. En Medellín solo reciben a los habitantes de la calle que tengan cédula de ciudadanía expedida en aquella ciudad, como pasó con una indigente que recogimos en el parque Santander de Sincelejo y llevamos de regreso a la ciudad de la eterna primavera. No sabemos cómo logró ella sacar su cédula como sincelejana, seguro que algún político la ayudó para aprovechar su voto. Y por ser Sincelejana no la querían recibir. Igual, en muchos departamentos del interior, solo recepcionan hojas de vida de personas nacidas en esas regiones. En Sincelejo, con 33 por ciento de víctimas y desplazados, los raizales ya son minoría para los programas del Gobierno.
Ciro Guerra ( EL espectador)
Como van las cosas, quienes no hacemos parte de esas clasificaciones, ya somos minoría. Estamos en una franja estrecha, aprisionados por las circunstancias, como ciudadanos que flotamos en un mundo muy descompuesto. Existen millones de colombianos que quieren probar el socialismo para ver cómo es aquello que terminaron repudiando Ernesto Sábato o Mario Vargas Llosa, por apenas mencionar dos casos. Ojalá que, adaptados a una economía de mercado, donde abundan miles de seudo comunistas que de Marx sólo usan la boina del Che Guevara, porque cuando toman los presupuestos los devoran caprichosamente, como en cierta organización cultural, donde se gastaron casi un millón de pesos en tintos, como si aquello hubiese sido un velorio y no una fiesta.
Mi otra hija, que quiere ser cantante, fue rechazada de una convocatoria en las redes, pese a sus grandes cualidades, porque en el formulario había una casilla donde le preguntaban sobre sus tendencias sexuales. Las 21 escogidas, obvio, todas son chicas del nuevo feminismo, LGTBI, con pintas punks y tatuajes: algo ya netamente normal.
Viéndola tan frustrada- porque aquel formulario parecía una forma muy visible de incorporación a la nueva normalidad, le dije que no hubiese sido tonta, que se hubiese declarado lesbiana.
Pero el caso más visible, en medio de la cultura del “perrateo” que nos asalta, es el de cómo el poder ha ido quedando en manos de neo feministas exacerbadas, sectores del LGBIT ( no tengo nada en contra de ellos o ellas, tengo amigos en esas franjas), gays tapados ( que son los más peligrosos, porque tiran la piedra y esconden la mano), y sectores afines que se mueven como serpientes cuando son venenosas o como peces bajo el agua y han ido copando todos los espacios. Y nadie se atreve a decir nada. Ellos, o ellas, son muy inteligentes, a veces de buen trato, hasta decentes (aunque hay algunos muy violentas y de pintas tan extravagantes que meten miedo) y entre esos círculos se conocen a leguas, se buscan, parece que tuvieran un santo y seña, operan como la giba al ganado, parece que tuvieran ciertas antenitas por las que se llaman y se atraen.
Aunque aquel Kínder tiene fama desde el gobierno de Cesar Gaviria- quien sabe de lo que no estaremos perdiendo- en nuestro medio en los últimos años esta carrera extraña en las entidades ha tomado mucho vuelo. Ha ido en incremento. Se les ve en puestos claves. Se les nota en sus pintas. En los círculos en que navegan. Se ayudan. Se quieren. Operan como una nueva religión. Algunas no permiten que un caballero les mueva ni una silla. Son autosuficientes. Pero también son muy vengativas o vengativos. Están pendiente del lenguaje homofóbico. De los giros. Ponen maricadas en sus muros y se dan like. No piensan tener descendientes. Eso suena peligroso. Si lo deciden será con un método diferente a costarse con un varón. Les gustan las autopistas digitales. Los horarios flexibles y viajar.
Pero también hay otros del bando contrario, en el que muy seguramente me tengan a mí, machistas, que les gusta exhibir sus conquistas, con relaciones difíciles (separados supongo), que nos empinamos la botella a cuello pelado y somos corronchos. Y otros bandos donde están los que se creen los escogidos por los dioses (escritores que no escriben ni publican) y pseudointelectuales frustrados que han fracasado en las redes sociales, que muchas veces se juntan con las primeras (o los primeros) para empalmar con un acto de venganza. Nada más. Ah, y exgobernadores que justifican que un ex alcalde salga del cargo multimillonario como resultado del ejercicio del poder.
Los lamentables casos del cineasta Ciro Guerra (quien supuestamente plagió mi novela “Yolanda de Los Vientos” para adaptar su película “Los Viajes del Viento” y en lo que El Espectador prepara un reportaje) y el cronista Alberto Salcedo Ramos, acusados por supuestos abusos sexuales apoyados en su posición dominante de figuras públicas pudieran estar comprimidos en estas franjas encontradas y atomizadas en que se debate un país donde ya todo parece normal.