Llamarse puta
Por: Lilia Miranda.
En mi familia, todas las mujeres éramos putas. A partir de cierta edad, nuestros cambios hormonales se notaban y comenzaron a tratarnos de esa manera. Sobretodo el abuelo y los tíos. Los primos en cambio, además de vigilarnos, tenían la costumbre de echarnos piropos cargados de morbo y encanto caribeño.
-¡Prima, usted sí que se está poniendo bonita!- -¡Uy prima!, -¿usted que come que está tan buena?-
No lo niego, a nosotras nos gustaba, o al menos a mí. Saberme deseada me hacía sentir cosquillas debajo del estómago, pero me hacía la pendeja y les decía: -¿Primo, usted no respeta?-
El problema comenzó la primera vez que, después de haber estado bailando toda la noche y regresar con mis primas, a las 4 de la mañana a la casa de la abuela, ella misma nos estaba esperando sentada en una mecedora. Entramos con sigilo y de pronto escuchamos que nos dijo: -¡Y a estas putas a dónde carajos les cogió la noche?
Después de esa madrugada, la palabra puta se convirtió en el regaño predilecto. Las primas mayores eran más rebeldes y vivían su vida sin preocuparse por la opinión de la familia. Trabajaban, salían con hombres casados y disfrutaban de su libertad. De ellas no se decía nada porque de vez en cuando aportaban algún dinero. Otras, en cambio, eran más discretas y se escapaban sin que nadie se diera cuenta.
Salir de noche era un problema, nos decían que solo las putas lo hacían; incluso durante el día, si salíamos, debíamos llevar una cartera, porque según la abuela, las putas nunca la llevan y debíamos evitar ser confundidas.
-“Las putas nunca llevan cartera”. Nos repetían una y otra vez.
Si llegábamos tarde o no regresabamos a casa, la pregunta no era : -“¿Dónde estaban?, sino: ¿Con quién pasaste la noche? Estereotipos y prejuicios llenaban nuestra vida.
Recuerdo cuando una de mis primas decidió salir una noche con su novio, escapándose del internado al que la habían enviado. El tipo no era considerado apropiado para ella, le llevaba más de 20 años; pero se atrevió a darle rienda suelta a sus deseos y una noche, se escapó con él. Su padre y su hermanos, la buscaron por cielo y tierra con revólveres en mano, la enconraron al otro día, muy tranquila y sonriente saliendo de un motel de la ciudad. Terminaron casándola a sus 14 años, temiendo que pudiera terminar como sus primas rebeldes. Su matrimonio resultó ser una ilusión, ya que su esposo la encerraba y limitaba su libertad. La tranquilidad y el honor de la familia eran lo primero. Era mejor tenerla con un marido que le controlara sus deseos más íntimos, a tener una mujer que ya no era virgen en la familia, eso sería una vergüenza.
Casada nuestra prima, la vigilancia hacia nosotras aumentaba y los insultos se hacían más continuos.
Si dormíamos hasta tarde, nos gritaban: -¡Levántense putas que las va a ahogar el sol!
Si nos poníamos ropa ajustada, minifalda o mucho maquillaje, nos decían que parecíamos vagabundas de burdel, incluso, cuando íbamos a bailar, enviaban a alguno de los primos para que nos vigilara y en caso de que el parejo nos pegara su vaina, nos acusaban de comportarnos como putas: -“Allá estaban muy felices las primas dejándose amacizar de los manes esos-”. Le contaban a la abuela; cosa que no correspondía, porque una vez la abuela nos aconsejó:
-“Si un hombre las saca a bailar, nunca le vayan a decir que no, porque eso los ofende mucho”. Y agregaba: -“Cuando el hombre vaya a orinar, estén pendientes de que se laven las manos, porque después vienen con sus manos sucias de su vaina, a tocarlas a ustedes”.
En una ocasión, uno de mis hermanos montó una discoteca y me contrató para que le ayudara. Era emocionante trabajar allí, podía salir de noche, sin tener que escaparme. A la discoteca entraban hombres casados y «respetados», que coqueteaban conmigo. Yo sabía que eran casados, porque algunos de ellos eran los papás de mis amigas. Le pedían permiso a mi hermano para bailar conmigo, y él, con tal de que le compraran del licor más caro, me daba permiso y hasta me decía: -“Vé y siéntate con ellos en su mesa”.
Una noche, uno de ellos empezó a acercarse demasiado. Yo sentía que se le querían salir los ojos cuando me hablaba de cerca, su tufo a licor, sus manos nerviosas queriéndome tocar, su respiración entrecortada. Se tocaba la entrepierna como si le rascara algo allá abajo y aunque al principio me gustaba el juego peligroso, (no me voy hacer la pendeja ahora), disfrutaba aquella emoción y tensión que generaban aquellas miradas lascivas; empecé a sentir que este hombre me desnudaba con su mirada y sus ojos desorbitados me tocaban.
De pronto, esa misma noche, ocurrió lo inesperado: Veo a mi abuelo entrar, se notaba furioso, mi mirada y la de él se cruzaron, él caminando rápido con el rostro agitado y yo, helada, sin poderme mover para esconderme. El gusto de sentirme deseada, se convirtió en pánico, me temblaban las manos, el cuerpo; empecé a sudar frío. Saludó cortesmente a los señores de la mesa, y me sacó de allí halándome del cabello:
-¡ Para la casa…puta de mierda!
Esa noche comprendí que además de ser considerada una «puta», también era «una “puta de mierda”.
Al otro día, en la noche, me escapé de la casa con mi novio, así como lo había hecho mi prima. Nos fuimos por una carretera sola, en un momento detuvo el carro, lo apagó y empezamos a besarnos. De pronto, yo tenía la falda arriba y los calzones abajo. Metió su vaina en mi vagina húmeda, se movió un poco y a los segundos sentí que se orinaba dentro de mí.
-¿Ya?, le pregunté. -Sí, me contestó. Y agregó con tono enojado: -“No sabía que no eras virgen”. Y yo le contesté riéndome: -“Y yo no sabía que tú eras polvo de gallo”.
Nos acomodamos nuevamente en el carro, sintiéndome orinada, sin un papel con que limpiarme. Él, prendió su carro y arrancó violentamente, no hablamos nada durante el regreso. Nunca más volví a verlo.
Me dejó en la esquina de la casa y esa noche decidí que yo iba a ser puta, pero una puta de verdad, no una puta de mierda.
Bastante interesante sobre todo cuando algunos negros … llegaron siendo doctores y se llevaron las hijas blancas de San Juan neposueno el hecho de un título acreditaban su escojencia…..aunque de ello también estuvieron comprando pelinegras lindas que cambiaban por ganado y dinero… después de la luna de miel les dejaban regresando a sus casas y con grandes experiencias algunas muy lindas llegaron a formar sus hogares..
Pero bueno eso de ser putas y de mierda este no sería el caso puesto el negocio era con la familia……me ha gustado tu cuento…
Historia : Mi padrastro siempre le dijo a mi madre ,ese perra esa puta va a salir preña y ni sabrán de quién será esas palabras me enseñaron que yo podría marcar la diferencia y callarle la boca y 21 años lo demuestran me casé y tengo 3 hijos está puta de mierda se graduó lucho por ser una profesional y lo logró después de vivir una vida dura de pasar de casa en casa algunas veces de mi faliares y otras de amigos o desconocidos hoy sigo siendo una puta pero no una cualquiera jajaja 🤔 Gracias y felicidades tía hermosa
Que orgullo conocer a tan talentosa mujer . Felicidades
Yo también fui una puta, mi primera relación fue una violación, y cuando mi mamá supo que no era virgen porque en un diario que yo escribía lo leyó, me decía puta, pero a la vez me dijo que no le fuera a contar a mi novio que tenía en ese momento porque era buen partido y ella estaba dispuesta a pagarme una cirugía para que volviera a ser virgen.
El final fue: a mi novio se lo conté porque quería probarlo, él lloró, y luego empezó a tratarme como una puta, se volvió morboso, y yo lo mandé para el carajo porque no era buen partido para mi.
Lilia, se me fue el comentario sin terminarlo, me encantan tus relatos, son testimonio, aunque me choca ya esa palabra, de una sociedad camandulera, de doble moral, puritana y nada sana cuando se piensa que la sexualidad libre de las mujeres es malsana.
Felicitaciones y gracias por ser valiente en escribir lo que que escribes.