!Una iglesia de piedra y barro!

LA IGLESIA DE CIRUJANO
BAJO GRANDE Y SU IGLESIA DE PIEDRA Y BARRO.

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Por Alfonso Ramón Hamburger.

La iglesia construida a pulso, piedra a piedra, con gran esfuerzo y en muchos años pegadas con barro colorado, está intacta. Salvo el deterioro del zinc, que ha ido sucumbiendo al oxido de los aguaceros de mayo, al sereno silencioso de las noches y al viento seco del verano, el horma que le dio el Cura Cirujano, con pilares como los de las murallas de Cartagena, permanecen erguidos ante el olvido, después de mas de veinte años de abanando.

Cuando la ideó, dijeron que estaba loco, que se había equivocado, porque las bases eran como para las pirámides de Egipto. Javier Ciriaco Cirujano Arjona no era un cura casto y prudente. No era un tipo ortodoxo de sotana negra y Cristo en el pecho. Oficiaba las misas de civil, se gastaba unas patillas espesas a lo Julio Iglesias, montaba a caballo en las fiestas, tomaba guaro y no se aguantaba una rabieta, a la hora de que un palo se le atravesara a su castellano puro. Recuerdo que le endilgaron un romance con Carmen Delia, a quien Julio Fontalvo le hizo una canción desesperada y de temor, porque creía que el sacerdote era su mayor opositor. Pero Cirujano, fiel seguidor del existencialismo de Ortega y Gasset, sabía que las cosas no andaban bien por esos andurriales, de modo que cimentó las bases para que la Iglesia no pereciera con el tiempo. Algo olía en su gesta, algo que se venia abriendo paso por el monte, arrasando incluso los trupillos, las pringamozas y los guayacanes de bola.

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En la foto que he visto, de frente, con un piso agrietado porº la erosión y en la de costado, tomada desde la ventana del sector de Mele Caro, me veo observando las primeras comuniones organizadas por la Seño Viña y a Cirujano presidiendo la misa, con discursos elevados, dignos de una catedral primada, en las fiestas de Santa catalina, en un 25 de noviembre. Y prefiero verla así, entre sueños porque la realidad del patio es mucho más cruel que los recuerdos.

Allí, frente a ese símbolo sagrado, hecho a piedra y barro por la comunidad, bajo la guía de un sacerdote poco entendido y luego asesinado, la guerrilla reunió al pueblo en el veranillo de junio de 1987 y después de arengarlo, mató al inspector de Policía, Ramón Ortega. Era el primer crimen en mas de cien años de paz, en que la gente se moría de vieja y los lutos eran tan rigurosos, que pese a las distancias entre los velorios, muchas mujeres siempre estuvieron forradas de negro o de consideración por una perdida irremediable. Después vino el éxodo total y el abandono. El pueblo fue minado. No se sabe qué era lo que buscaban los violentos, porque alguna vez estuvieron ingenieros de la Shell buscando petróleo en los peladores de Arroz con Gallo y los trupillares del contorno, desde Culo Alzao hasta Frio de Perros, al sur-este. Se fueron con el mismo sigilo que llegaron, diciendo que el petróleo estaba revuelto con agua y que había que esperar más años para que se fermentara. Cuando niños, nos metíamos detrás de las burras por esos caminos tramposos, entonces nos dábamos de frente con los tubos sembrados en la tierra, marcados en inglés. Era exótico rechinar las piedras de nuestras caucheras en sus vientres sonoros, porque su sonido de civilización estremecía la manigua, cantaban los pájaros, rebuznaban los burros, ladraban los perros y bramaban las vacas, en una confusión de voces que alertaban la naturaleza y nos ponían los pelos de punta.

Piero Fernández, nuestro tío el embustero mayor, con su mente lúcida e imaginativa como la de Gabo, alguna vez no dijo, como para que no aguardáramos ninguna esperanza en esa tierra prometida: Los gringos son muy inteligentes y si dejaron las tierras marcadas con esos tubos fue para no volver a excavar allí en vano.

Pero la Iglesia, de piedra y barro, en todo el centro del Barrio Arriba, que le dio el nombre de calle de la Horqueta a la calle , veo que logró superar la difícil prueba del tiempo muerto, en que nadie midió las horas con el movimiento, más allá de la soledad de los pájaros y el aletear de la brisa.

La real diferencia entre la vida y la muerte, en estas fotos que me ha hecho llegar por Internet el director de El Universal, Pedro Luis Mogollón, son las minas anti personas, que parecen dividir el pueblo vivo del muerto. Una de ellas muestra unas casas tragadas por el monte y señalizadas por una cinta amarilla de peligro, con un aviso preventivo y una señal de carabela, de veneno. Y del otro lado, con postes blancos, se señala la vida, el semáforo en verde, matizado en un callo de yuca harinosa y un puente de tablas. Es la parte baja del pueblo, el Barrio de nuestros padres, la salida para Las Palmas y San Jacinto. Aun esta el puentecito de tablas que miles de veces atravesó mi madre en casi 40 años como maestra rural al servicio del Estado, hasta 1974, cuando salió para San Jacinto y varias comadres cayeron desmayadas de tristeza. Allí empezó a morirse Bajo Grande.

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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