¡Prestadme los niños para vender una mula coja!
Por Alfonso Hamburger
Cualquier coincidencia de la siguiente historia con la actualidad nacional solo la diferencian los años. Hace unos ocho lustros, en el corregimiento de Las Palmas, vivía un personaje habilidoso para los entuertos, quien usaba a sus hijos para el mínimo negocio. Creo que se llenaba Miguel Lora, era bajito, delgado y de pelo cano, pero brioso para las tramoyas. Le decían el “Polvorín”. Era corredor de tabaco, matarife, chofer, vendedor de mulos, hacia cambalaches y caminaba rápido. A mi padre, que siempre ha sido un hombre calmado, “Polvorín” le decía “tranquilidad Hamburger”.
“Polvorín” Jamás perdía en un negocio. Pero alguna vez se encartó con una mula tordilla de la cría de Remigio Medina. Al parecer la compró borracho y sin verla bien. El animal tenía un protuberante defecto. Se le salía un hueso de la mano delantera derecha. Aquel hueso se le veía solo cuando se detenía, de modo que cuando llegaron los gitanos, interesados en adquirirla, preparó a sus cuatro hijos, todos menores de edad. Aquellos niños lloraban a moco tendido porque su padre iba a vender la mula tordilla. Apenas el gitano entró en el patio, los niños soltaron el llanto.
-¡Padre no vendas la mula, padre!
Fue imposible, Polvorín, que había preparado a los niños, montó el animal y desde arriba hizo el negocio, sin dejar que la mula se detuviera, así que el gitano escogido no vio el defecto del animal. Se arreglaron y se llevó la mula.
Al mes los gitanos, ya enterados del defecto de la mula tordilla, regresaron donde Polvorín.
– Ajá, y ustedes que quieren ahora? les preguntó Polvorín.
– Nada, venimos a que nos preste los niños a ver si podemos vender la mula.