BETO RADA POR LOS CAMINOS DEL SON
Por Julio Oñate Martinez.
Fue a finales de la década del 30 y comienzos de la del 40 del siglo anterior que comenzó a tener algo de publicidad en las regiones del valle el ritmo del Son, en los acordeones de juglares andariegos que de la zona bananera lo trajeron habiéndolo aprendido allí es sus contactos con los juglares que mandaban la parada en el Magdalena grande. Según testimonios del maestro Lorenzo Morales, Leandro Díaz, Víctor Camarillo, Emiliano Zuleta Baquero, y Víctor Julio López, tío de los Hermanos López Pablo y Miguel, fueron Rafael Enrique Daza, el gran juglar Villanuevero, Eusebio Ayala, el merenguero de Camperucho, el molinero Chico Bolaño y Luis Enrique Martínez, quienes trajeron el Son por estos lados.
De otra parte, la onda de la guitarra liderada en los años 40s por Guillermo Buitrago fue el principal canal de penetración hacia el gusto popular con sus grabaciones en los sellos disqueros Odeón y Fuentes, donde encontramos abundantes Sones tradicionales de reconocidos acordeoneros pero que él interpretó como paseos. Podemos señalar La varita ‘e caña, de Rafita Camacho (Bálsamo), La hija de mi comadre, Porfirito Tamara (Paraíso), Abraham y la botella, Pacho Rada (Plato), El huerfanito, Rafael Enrique Daza (Villanueva), y El grito vagabundo de Ventura Díaz (El Difícil), poblaciones todas del viejo Magdalena y de autor anónimo El amor de Claudia.
Reafirmando el desconocimiento que en esos años existía sobre el Son como un ritmo del folclor vallenato, lo podemos apreciar en algunos Sones que fueron orquestados y arreglados como porros, como el famoso Tigre en la montaña de Pacho Rada que la orquesta Emisora Atlántico Jazz Band grabó a finales de 1945 y del mismo autor La Puerca que llevó a la pasta sonora la gran Orquesta del Caribe que dirigía Lucho Bermúdez en 1946. Algunos Sones fueron grabados en el exterior con arreglos de músicos nuestros como fue el caso del mundialmente conocido Santa Marta o Santa Marta tiene Tren, del autor Manuel Medina Moscote, que el Argentino Eugenio Nobile usurpando su paternidad puso de moda desde la Patagonia hasta el Caribe colombiano, orquestado como un porro pero que originalmente fue un Son.
Julio Rojas, dos veces rey vallenato, sabanero, siguió los pasos de Beto Rada.
Sin embargo, es necesario aclarar que este fenómeno se dio en los centros urbanos y lo que es hoy el país Vallenato, ya que el Son adquiriendo su carta de ciudadanía, merodeaba por todos los rincones del Magdalena grande y en algunas regiones Ribereñas del viejo Bolívar.
Pacho Rada, quien es reconocido como el padre del Son, por haberle dado identidad con el marcante de los bajos del acordeón fue siempre muy claro al señalar: yo no fui el inventor del Son, si cuando yo nací ya él estaba ahí, lo que paso fue que los viejos acordeoneros allá en Plato (Magdalena) incluyendo a mi papá Francisco Rada Ballesta, no supieron repartir los bajos, y yo desde joven lo descubrí; aquello gustó, se oía bonito y todos empezaron a seguirme. Luis Enrique Martínez, Alejandro Durán, Andrés Landero y Abel Antonio Villa, siempre reconocieron públicamente que aprendieron a tocar el Son viendo a Pacho Rada.
Una vez que el Son tiene protagonismo en el Festival Vallenato, muchos iniciados que no le cogían el golpe fácilmente, al comenzar su actuación arrancaban con el marcante característico del bajo, creando la expectativa y anunciando que era un Son lo que se interpretaría. Esto lo siguieron en adelante los concursantes en todas las categorías, y así surgió aquí en Valledupar una forma diferente de tocar el Son que, para los soneros clásicos como Beto Rada y aquellos que asimilaron el estilo de Pacho Rada es una forma defectuosa de ejecutarlo, porque los bajos se colocan en un nivel por encima de los pitos del acordeón, diferente al estilo del viejo Pacho, donde los bajos van siempre subordinados a la lira del instrumento.
Los mas experimentados tocadores de Son que apreciamos en casi 30 años de Festival, estuvieron siempre ceñidos en el Son al marcante tradicional del 2 por 1, sin que alguien rompiera este esquema al tratar de inventar figurajes o pases con los bajos; aquello era un sacrilegio.
A partir del año 1969 cuando los acordeoneros que participaban en la categoría profesional del segundo festival vallenato siguiendo la regla del concurso tenían que ejecutar un Son, a la gran mayoría de ellos les tocó realizar algún ejercicio para prepararse en la ejecución de este aire, ya que por aquí, por los lados de la provincia nuestros juglares no lo tocaban; existía el Son, pero se ejecutaba con los golpes de bajo que identifican el paseo, lo cual era posible porque dispersos andaban los sones en veredas, sabanas, montañas y caminos reales pero que tenían cierta flexibilidad ritmatica que le permitía a un avezado intérprete tocarlo como paseo o como Son. Fue a partir del segundo Festival que muchos de estos cantos que se tocaban como paseos dieron el giro rítmico hacia el Son, influenciado por los miembros de las escuelas ribereña y negroide.
Colacho Mendoza, el Rey de ese año ganó su corona tocando el Son Elvirita o Elvira Armenta de Simón Salas, un tema que varios años atrás él había grabado como paseo en la disquera Carrizal de Barranquilla. En las rondas preliminares según estadísticas de Iván Gil Molina había tocado La Guacamaya Verde, un Son de Víctor Camarillo que con antelación en el L.P La Niña Esquiva de la disquera Orbe de Bogotá Colacho había grabado como paseo varios años antes del Festival.
Julio Oñate Martinez, jurado del festival que ganó Beto Rada, autor de esta nota.
Igualmente Lisandro Meza agitó la plaza Alfonso López tocando de su autoría el Son El Saludo, tema que en el lustro anterior había impactado como paseo en grabación para el sello Fuentes de Cartagena.
Realmente el Son por aquí no se conocía, no se tocaba, ni se componía en forma directa, siempre andaba enredado con el paseo y fue a través de Festival que alcanzó su graduación.
A diferencia de ritmos como el merengue y el paseo donde el acordeonero se luce sacándole melodía a los bajos diferentes al marcante característico, en el son esto no ocurría, solo hasta el año 1993 cuando Beto Rada el hijo de Pacho, remató su actuación final con una impresionante figura melódica paseándose por toda el área de los bajos, con una impecable pulsación que dejó absortos a los miembros del jurado del cual honrosamente hice parte en ese concurso en que Rada conquistó su esquiva corona después de muchos intentos frustrados.
En aquellos momentos entrevisté a su padre el maestro Pacho Rada quien me comentó: “El Son no admite refuego con los bajos, pero Albertico lo hizo y le salió bien”. Esta hazaña de malabares con el bajo fue repetida al año siguiente por el sabanero Julio Rojas Buendía, alcanzando así su segunda corona como el rey del Festival.
Esta suerte propuesta por Beto Rada, fue en adelante seguida por jóvenes y veteranos acordeoneros que encontraron en ella motivos para demostrar también sus destreza con los bajos del acordeón.
Cambios como este que audazmente realizó el rey vallenato Beto Rada en la forma de manejar los bajos en el Son, ponen de manifiesto su creatividad artística en un género musical susceptible de innovaciones que le dan una dinámica acorde a su diferentes momentos en la historia.
Admirable fue la labor didáctica realizada por él desde cuarenta años atrás cuando se radicó en Valledupar enseñándole generosamente a jóvenes y adultos las intimidades del Son, incluidos varios ya maduros acordeoneros que asimilando sus patrones rítmicos y melódicos llegaron a ser reyes del festival como fueron “El Pollito” Juan David Herrera y el sabanero Julio Rojas Buendía, dos veces ganador.
Su catálogo musical cimentado por Sones de impecable factura en las últimas décadas fue edificado al lado de Pino Manco, un italiano que canta vallenatos con unas de las voces más varoniles y afinadas de nuestro mundo artístico con gran trayectoria y reconocimiento en los departamentos del cesar, Magdalena, Sucre y Bolívar.
En los acordeones contemporáneos de jóvenes y adultos de ambos sexos, el nivel de ejecución alcanzado en el presente es verdaderamente impresionante y siguiendo los pasos de Beto Rada vendrán apareciendo figuras que con sus audaces y atrevidos cambios le seguirán dando oxígeno al vallenato, que desde su gestación se mantiene vivo y robusto gracias a las innovaciones que lo enriquecerán para el futuro.