Viaje a Talaigua Nuevo.
EL DETONANTE POR LA MUERTE DEL MILLERO ENCANTADO .
–Crónica del primer Festival de Escritores y tradiciones Rosmar de Talbol.
Por Alfonso Hamburger.
La luna amarilla, al borde de ser luna llena, que había aparecido del lado del cayo de yuca del brazo de Mompox, al costado de la tarima Las Farotas de Talaigua Nuevo, ya estaba en el centro del cielo del 22 de marzo, a los 10 y cinco minutos de la noche, cuando todo se vino abajo. De repente cambió el ambiente, hubo movimientos extraños, quizás nerviosos en el escenario, sólo faltábamos cuatro escritores para auto presentarnos y la actuación musical de Pedro Mancera, cuando se apagó el ambiente. La luna amarilla empañó su brillo. Una nube pasajera eclipsó la noche.
El joven presentador fue prudente. Le pasó la voz de mando a Rosaba Martínez Panza, directora el primer Festival literario y tradiciones de Talaigua Nuevo, Rosmar de Talbol, quien inicialmente había pensado en la reacción de Joce Guillermo Daniels García, el homenajeado, quien apenas había llegado siete horas antes y en medio del intenso calor trataba de acomodarse al ambiente de su tierra, de la que afortunadamente lo habían echado muchos años antes por no militar en un partido tradicional. Desde los 23 años era el rector del colegio de bachillerato y desde ya apuntaba a una visión diferente del pueblo, del que hablaba hasta por los codos. En Cartagena le decían José Talaigua, cuando aún no había cambiado la C por la S.
Daniels, escritor prolijo y de dura crítica, con 24 textos suyos en la amalgama de sus tradiciones, se está cuidando al máximo, porque la pandemia lo dejó medio chueco y a sus 76 años- nació en julio de 1948 a unas cuadras donde está la tarima- aspira a legarle mucho más de su sabiduría a estas tierras, de modo que prefiere pernoctar en el confort de su Cartagena conquistada desde abajo, luchando contra el establecimiento, para poder seguir en la brega literaria , con proyectos en la boca del horno. Y qué uno no sabe con qué dificultades edita y distribuye. O se venden o se regalan bien, pero ahí están, como una memoria viviente y rodante.
Joce Daniels con el periodista Alfonso Hamburger.
Aunque el pueblo ha progresado, especialmente después de la pandemia del Covid- hay nuevos almacenes y variados negocios- las mejores atenciones de rigor están en Cartagena. Y debía regresar pronto.
Vestido todo de blanco, con bigotes blancos, medias, mochila tejida y zapatos y calcetines blancos, de pelo cano- una estampa de Gabo en sus mejores años cenitales – y con una palabra que encanta, Joce Guillermo, quien cambió su nombre también hace años, ya no está para largos viajes , ni sustos tan severos como la muerte de sus amigos, aunque ya parece acostumbrado al oficio de escribir panegíricos y obituarios, desde que un primo que si era muy macho, mató de tres tiros, a Efraín de la Peña, hacia el año 1976, cuando lo retó a que fuera hombre. Son más de sesenta discursos de temple, en los que hay que apretar todo, desde los ojos hasta las nalgas, aguantando la respiración, en que el homenajeado ha plasmado esos momentos de dolor, como homenaje póstumo a sus personajes más cercanos del corazón, entre ellos sus dos padres, una cuñada, compadres, figuras publicas y folcloristas que prepararon su propio sepelio, como Efraín Matute, más conocido como Mojarra loca.
El genio de la taruya en su hamaca.
Marlon de la Peña Bolívar, que no llegaba aún a los 37 años que tenía Vicent Van Gogh cuando se pegó un tiro- sólo había vendido un cuadro-, había sido un nombre muy sonoro en el encuentro. Había participado en la formulación del proyecto- le decían el Zar de los proyectos- , aparecía en un video del festival y su nombre había sido anunciado por el animador, para decir unas palabras. Debía aparecer en cualquier momento con su mochila, su pelo alborotado, su sonrisa y su música. Además, estaba anunciado para el cierre del encuentro, donde más que escritores, habíamos aparecido un puñado de amigos y nuevos amigos.
Ya Rosalba se estaba muriendo por dentro cuando el presentador le cedió el micrófono. Ella lo primero que pensó fue en el homenajeado, que de pronto no iba a resistor el golpe, porque en realidad habían sido personas muy queridas mutuamente. De la Peña se acababa de matar en una moto, cuando pasaba por el corregimiento el Vesubio, a solo cinco kilómetros de la tarima, a quien acababan de anunciar en el programa.
El manejo del suceso, en el pico más alto del evento, bajo el fragor de una luna amarilla, casi llena, fue el ideal, pero todos bajaron de la tarima con la cabeza baja, pero no hubo calabaza calabaza cada uno para su casa, sino que se congregaron en el restaurante para comentar el caso, que a esa hora era tendencia en las redes sociales. Había muerto, en la mitad del festival, el músico de mayor proyección de toda la depresión momposina y cuya noticia era tan sentida en Sincelejo como en Cartagena o Barranquilla, donde la musaica tradicional, es vital y en la que el millero encantado había ganado varios Congos de oro.
El problema era, afrontar el último día del festival, con la zozobra de no saber a qué hora llevaban el cadáver, que por ser de muerte violenta, el protocolo de entrega tiene mas rigor y demora.
( Continuará