EL NOBEL ERA IGUALITO A PELLO SOTO.
Por Alfonso Hamburger.
El día que vi por primera vez al escritor Gabriel García Márquez no lo pensé dos veces para plasmar su imagen en mi memoria, yo vi fue a Pello Soto, un personaje de San Jacinto que se dedicaba a comprar novillos gordos y que había sido lisiado de un tiro en una pierna por el revolver Smith and Wesson calibre 38 largo de Rafael Frieri, frente al bar El Gurrufero. Eran igualitos.
Pello Soto, de quien desconozco su segundo apellido, tenía su misma estampa, su misma talla, sus mismos bigotes blancos, su misma cajeta. Eran, además, contemporáneos y casi siempre iban de blanco.
Cuando vi a Gabo yo trabajaba como reportero judicial del periódico El Universal y me dedicaba a perseguir al Filo y al Farolo, dos de los personajes del hampa criolla más famosos de la ciudad y no se me permitía meter la cuchara en asuntos literarios, donde había verdaderas figuras, como Gustavo Tatis Guerra, Jorge García Usta y Alberto Salcedo Ramos. Y a penas me atrevía a participar en las tertulias mañaneras- con café en mano- que se armaban en los pasillos del segundo piso, mirando desde los balcones verdes al pequeño jardín de abajo, previo a al cuarto de las máquinas que imprimían el diario. De modo, que cuando vi a Gabo en la escena, una tarde que yo caminaba por la calle San Juan de Dios– donde estaban las oficinas del periódico– , hablando al final del recodo, ya llegando al parque de la Marina, no me alteré, ni llegué a su lado a pedirle un autógrafo. No ha sido mi estilo pedir autógrafos a nadie. Creo que lo acompañaban Víctor Nieto, Carlos Villalba Bustillo y el presidente del Reinado de Belleza, Raymundo Angulo Pizarro. Pasé de largo, sin darle importancia a aquella tertulia. Había pensado como cualquier niño travieso de San Jacinto, que al ver a Poncho Zuleta, se preguntó “Y ese es Poncho Zuleta?”, y tras bembearlo, le dijo «yo pensé que era de oro».
Pero Gabo si era de oro, pero no estaba en mi imaginario, Seguí caminando a mi destino y sin la posibilidad de un selfis ni nada de esos artificios de hoy, pensando en Pello Soto y el día que estaba parado en la puerta del Gurrufero, cuando llegó Rafael Fieri, se bajó de su campero con una botella de wiski Gran labell Sello Rojo a la que solo le había bajado dos dedos. “¿Pello, te tomas un trago?” Le preguntó, mientras se acercaba al bar. Y Pello Soto, sin tragar en seco, le dijo “Claro, dado hasta un tiro”, y Rafael, sin pensarlo, o con su hecho pensado, sustrajo su revolver y le dio un tiro en una pierna. Herido de gravedad, Soto fue llevado al hospital, donde lo atendieron, pero quedó casi lisiado de por vida.
Legaron a un acuerdo. Mientras Pello Soto se recuperaba el agresor tenía que responder por los gastos del hogar. La esposa de Soto iba puntualmente al Carmen de Bolívar por una mensualidad, hasta una tarde que fue por el dinero y encontró a Rafael con malas pulgas. Este le dijo;
–Vaya a San Jacinto y dígale a su marido que él me sirve más muerto que vivo!
la mujer se llenó de pánico, llegó a San Jacinto y le dio la mala noticia a su marido. A la media hora estaba el camión de Walter Harnich en la puerta de su casa, en el sector de la 19, recogiendo sus chócoros. Esa misma tarde se fueron para siempre. Se radicaron en Cartagena y no volvieron ni a recoger los pasos.
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No fui tan afortunado con Gabo. En la segunda vez que lo tuve a dos metros fue en el Hotel Hilton de Cartagena. Lo estaban acosando un enjambre de paparazis y periodistas de todo el mundo, quienes lo habían esperado a la salida de su habitación. Gabo se quejaba de que ningún periodista sabia entrevistarlo, que siempre le preguntaban las mismas cosas de cajón, que patinaban. No estaba yo entre esos aludidos, simplemente poque no me atrevía a preguntar . Eso no es fácil. Gabo caminaba muy ufano, huyendo de aquella turba con cámaras y micrófonos, por el primer piso del hotel, como cuando un grupo de garrocheros quieren castigar con sus hierros un toro en las corralejas sabaneras, hasta que al fin Gabo se detuvo y con un pase de valet- todavía era ágil y más altanero aún- los enfrentó. Una periodista cachaca, muy delgada, se aventuró a preguntarle por su aberración a darle entrevista a los periodistas colombianos porque patinaban.
—De qué quieren hablar, de la paz o de la inmortalidad de los cangrejos? dijo Gabo.
La pregunta de la periodista quedó a medio terminar, porque Gabo le dijo, “Viste , que ya estás patinando”, y con las mismas retomó su paso severo hacia la piscina. Os dejó viendo un chispero. Sin pensarlo fue la última vez que lo vi en persona. Sabía que no era mi personaje preferido para una entrevista, porque uno viene al mundo con sus entrevistas contadas y los personajes míos estaban en otros lugares.
Gran escrito amigazooo..continúa así…l
Gracias, mi querido Miguel. Abrazos.