¡Cuando la salud entra con dolor y la publicidad con honor!
El periodista Alfonso Hamburger, narra el problema de la salud desde sus intimidades.
Un amigo a quien yo quiero como si lo hubiera parido me advirtió en tono de regaño que si el Congreso de la República de Colombia aprueba la reforma a la salud, yo me habré muerto en menos de dos años, como si las actuales EPS fueran unos magos para manejar el sistema, escriturado para ellos en la Notaría Única de San Jacinto y que nadie más pudiera aplicar un sistema tan magnífico y letal. Tan maravilloso, que opera como un banco y donde los clientes-más no usuarios- esperan sentados en aire acondicionado.
Subrayó mi amigo, a renglón seguido, que ningún sistema, por fuera de ellos, que se han beneficiado con la ley 100, y que les permitió un giro ideológico de 180 grados, puede igualarlos. Cualquiera no está preparado para el sistema de aseguramiento, aprendido con dolor ,sobre el ensayo y error, durante treinta largos años, a través de un camino minado y culebrero.
O sea, ellos han depurado un sistema de información digitalizado que contiene siete millones de pacientes con enfermedades catastróficas y que con sólo introducir su número de cédula ya saben qué y dónde les duele y dónde están. El problema parece ser que no tenemos los suficientes médicos especialistas y al cliente lo atienden en una especie de contrarreloj que no les permite socializar su nombre ni que este le muestre la lengua. En solo quince minutos, el médico, que está más preocupado por cambiar su camioneta , se gasta diez minutos en el computador. Los cinco restantes, mientras le toma la presión al paciente, lo pesa y le formula, se cumplen mientras una multitud espera afuera, en el aire acondicionado. De allí en adelante el paciente sabe que le tocará dar una vuelta a Colombia por los medicamentos.
Nadie más que ellos, que han manejado el sistema desde hace treinta años, puede implementarlo. Ellos, los de las EPS, que le han tomado el sabor y se dieron cuenta de que el éxito de una empresa es saber comunicarse ( más allá de la publicidad), creen que ninguna Alcaldía y su ESE están preparadas para asumir el aseguramiento, montar esa especie de banco con cuartos refrigerados y reírse de la vida. Le temen a la burocratización que pueda traer la reforma. Llenar la gran oferta sin ningún tipo de veeduría, puede ser desastroso en la facturación .
Sin duda, el sistema administrativo de las EPS funciona como un reloj, como un banco, que cuida con celo de felino los centavos del negocio, porque los pesos se cuidan solos. Aparte de esos siete millones de clientes con diabetes, hipertensión, cáncer y no sé qué otra enfermedad, tienen 23 millones de pacientes – estos sí pacientes- del régimen subsidiado, que según mi amigo que quiero, como si yo mismo lo hubiera parido, es el más grande de sur América.
¿En qué consiste el negocio? Pues bien, el Estado transfiere equis cantidad de dinero por cada ciudadano matriculado en el sistema – según el Sisben- para que estas empresas – que de cien ahora solo quedan unas 16 y entre ellas algunas con tarjeta amarilla – les atienda , en una población que padece de sed porque no goza de servicio de agua potable, y no tiene cultura preventiva en salud. Algunos, como mi vecino Genaro Vásquez, quien nunca sufrió de dolor de cabeza, jamás fueron al médico ni por equivocación. Murieron casi pisando los cien años. Comían bocachico salpreso y venado cazado a tiros en el patio de sus casas.
En este tipo de clientes, como Genaro Vásquez, es donde radica el negocio. La plata que le gira el Estado le queda intacta a la EPS. Por ello, uno de sus cuidados radica en controlar y poder racionar el gasto de los siete millones de clientes con enfermedades catastróficas. Conocí a un paciente cantante y cuadripléjico, a quien le habían cocido la columna a tiros, quien llevaba cuarenta días en una UCI y aquella era la principal preocupación del administrador. ¿ Y de quién era la IPS, esa especie de banco? Es lo que el presidente Gustavo Petro llama el negocio de mí conmigo. Ellos enferman, yo facturo, como Shakira. Los pendejos no lo son.
Las EPS actuales han depurado un sistema tan rígido para controlar el negocio – en la parte más delgada queda Genaro Vásquez- que el cliente es como una mercancía que tienen sistematizada y la mandan de un lugar a otro a hacer colas inmensas, con disímiles papeles, desde la copia de la cédula, para que no se les escape un solo centavo. Lo importante no es quién se enferma o provoca la factura, sino quién cobra. Es un sistema de capital.
Ya el paciente veterano sabe que debe tomar uno o dos días, por lo menos cada mes, para apartar las citas, ir al médico y después corretear los medicamentos. Se debe tener paciencia o te vuelves loco.
Lo que estoy diciendo, nadie me lo ha dicho. Lo padezco desde hace quince años. Hoy es el primero de marzo de 2023. Tengo cita a las dos de la tarde con la optómetra, en Sincelejo. He tenido suerte, porque llegué mucho antes que el médico, faltando quince minutos para la cita, y me han dejado aparcar el auto en la rampa de la clínica, donde hay vendedores de tapabocas y jóvenes que ponen cartones en los panorámicos del auto, para ganarse unos centavos.
Siempre que voy a la EPS tengo que escribir mi experiencia porque me pongo en las suelas de los zapatos de los pacientes, ya no clientes, porque todos padecemos del sistema. La otra vez no me quisieron atender porque no llevé una copia de mi cédula de ciudadanía. Y mientras iba por un servicio de fotocopias vi un atraco y más adelante casi me atropella una motocicleta. Tengo que admitir que soy de la tercera edad, diabético, pero no hipertenso, como me dicen y me tienen registrado. Nosotros ponemos el cuerpo viejo y usado, ellos facturan, al mejor estilo de Shakira.
Ya parqueado el auto, compro un tapabocas y entro al aire acondicionado. Soy el primer cliente -¿o paciente?- de la tarde. Me reciben un montón de papeles que llevo en las manos. La muchacha es muy bonita y atenta ,pero no llevo copia de mi cédula. Al menos no tengo que salir a la calle. Allí mismo hay un operador de una fotocopiadora, pero hay una cola de diez personas. El operador, como debe ser ha preguntado quién está en turno, levanta la mano y me hace expedición de la copia por ventanilla. No me cobró, para eso el Estado paga bien, y le di las gracias. Al menos el operador tuvo sentido común, que es el menos común de los sentidos.
El viejito de la cola está a gusto con el sistema. Yo le he picado la lengua diciendo que voy por la reforma.
Paso a ventanilla, donde la muchacha bonita y atenta me recibe la copia de mi cédula y me dice que espere a que me llamen.
Me siento frente al televisor, donde dan propaganda al sistema, que ya no contrata con periodistas locales-recuerdo inmensas vallas hasta en los peajes-, cuando el negocio de las EPS no es contratar publicidad sino prestar un servicio de salud, entonces me pongo a escribir en mi celular mientras espero.
Mientras voy a las EPS, escribo varias novelas para bajar el estrés. Mis ojos llorosos indican que tengo las pupilas claras y estrechas. Mis ojos arden de dolor.
La bondad del sistema es que es igual para un cliente del régimen contributivo como para uno del régimen subsidiado. Son las 1:57 p.m. Mientras escribo en mi celular, alguien me saluda. Levanto mis ojos llorosos de pupilas estrechas y tras de mí está sentado el alcalde de Sincelejo, Andrés Gómez Martínez, destituido en el papel por el Consejo de Estado por doble militancia desde junio del año pasado y el tipo ha puesto todo tipo de recursos jurídicos para alargar su agonía, pero en estos siete meses alargó por veinte años más la concesión del sistema de acueducto, que manejará hasta 2043 por lo menos 500 mil millones de pesos anuales, pero todavía no se sabe de dónde sustraerá el agua, pues el sistema está que se agota. El mago vendió un negocio como si fuera aire. En Sincelejo este año va un promedio de un muerto- asesinato- por día y cinco muertos por dengue, una enfermedad milenaria y tan atrevida que le dio también al jefe de epidemiología de la Secretaría de Salud, el bondadoso Manolo Olivares. No han podido con el dengue.
Hace treinta años, cuando llegué a Sucre, los médicos especialistas estaban en paro y el jefe del ICBF era acusado de echar la bienestarina a sus gallos y caballos, pero después descubrió que los gallos finos se engordaban y perdían las peleas. O sea, que sí fue verdad. Experimentó la bienestarina en sus gallos.
Han pasado treinta años y las noticias son las mismas, solo hay que cambiar la fecha. El déficit de la salud en Sucre, que quieren privatizar contra los designios del presidente Gustavo Petro, es de doscientos mil millones de pesos.
Mientras saluda al alcalde, que se ha gastado los ojos leyendo miles de folios en su contra, una funcionaría dice que la optómetra llegará tarde. El alcalde se levanta y se va. Al Gordo García, condenado a cuarenta años por la masacre de Macayepos, se le recuerda, que sus mamotretos judiciales eran tantos, que tenía una parte en el baño, donde se sentaba a leer. También tenía en la nevera y en la sala donde saciaba su hambre de mil años.
A las 2 y 15 minutos llega un hombre joven con el uniforme azulito de la clínica y pasa raudo al frente del televisor. Era mi optometra. Me llaman de primero ,pero no me molesto porque me hayan cambiado mi primer apellido. Lo tomo con humor, como si fuera un homenaje a mi madre. Ahora soy Alfonso Fernández. No atinaron ni en el nombre.
Subimos con la optómetra en el mismo ascensor hasta el tercer piso. Cedo el turno a la señora que me sigue y luego descubro que bajará por las escaleras, porque le tiene miedo a los ascensores. También le molesta el aire acondicionado.
Me llaman por mi segundo apellido. La secretaria es muy amable. Me pide que deje el celular y una rima de papeles que llevo en las manos en un banco metálico y me aconseja que me sienta al frente de un aparato sofisticado. El optómetra, que subió conmigo, está rígido. Yo me quito las gafas y el tapabocas para saludar. El médico me pide que me ponga el tapabocas, que tengo entre las piernas. Le pregunto si las gafas también, entonces me recuerda que las tengo en las manos. Fue un momento de confusión. El ambiente se encuentra enrarecido.
El optómetra me preguntó qué quería. Le dije que iba a examinarme los ojos por primera vez en sesenta años.
Volvió a preguntar, un poco molesto, ¿de qué enfermedad padecía? Le dije que era diabético, que mi abuelo materno había muerto ciego de cien años sin saber que tenía azúcar , pero no entendía por qué me tenían en un programa de hipertenso ,si era que querían facturar por otra cosa y que por eso yo estaba de acuerdo con la reforma. Lo dije de humor, pero el tipo puso la cara como cuando un burro es llevado en una canoa. Tenemos derecho a la protesta. Ahora hasta los ricos salen a marchar . Y las ideologías se han vuelto un enredapita. Hay confusión. Y la cuestión no debe ser ideológica sino de eficacia en el servicio.
El examen no duró diez minutos. Me formuló rápido y salí a hacer una cola de tres horas para que me dieran unas gotas para la estrechez de mis pupilas y me dijeron que volviera el diez de marzo por otra cita para otro examen. La vuelta apenas comenzaba.
Ahora, mientras espero y escribo, veo cocuyos.
( Continuará)