(En la foto) Nelson Hamburger Herrera, inspector de Policía en Bajo Grande , 1970.
El día que nació el M-19.
Por Alfonso Hamburgere
Nunca he ganado una elección. Por lo regular, el día más triste de mi vida es el domingo electoral. Es para mí el día más largo del año, más largo que un día de canoa en un mar sin límites o en un río de piedras, revoltoso. Entre los malos recuerdos figura un sábado antes de una elección de mitaca, estando yo en Montería murió mi abuelo materno Albertico Fernández, y lo sepultaron a la carrera, precisamente para no estropear la fiesta electoral del domingo. Todavía estaba caliente y su cuerpo elástico, cuando lo llevaron al cementerio de La Gloria. Yo no pude siguiera ir al sepelio. En la primera elección que voté, a mis 18 años, sufrí una gran frustración, en San Jacinto. De la emoción de la primera vez pasé a la depresión. Todos en el pueblo sabían que éramos godos y me dio la impresión de que las maestras que servían como jurados de votación sospechaban que mi voto era por Álvaro Gómez Hurtado, un presidente que este país de analfabetas políticos no se dio el lujo de elegir. Esa vez recibí pullas y presiones por compañeras de mi madre, quien era una maestra conservadora, católica e inquebrantable y que no solía alquilar su bocina de alta fidelidad a los liberales.
El 19 de abril de 1970- de donde nació el grupo guerrillero de Gustavo Petro- ,yo era un niño quizás de la misma edad de Petro, seis años, pero todavía retumban en mis oídos los aplausos y los vivas cuando la radio, en torno de la cual estaban mis parciales, daba un boletín de la Registraduria Nacional del Estado Civil, en el que el general Gustavo Rojas Pinillas triplicaba a un tal Misael Pastrana Borrero, a quien le habían lanzado pescado podrido en San Jacinto, unos meses antes. Vivíamos en Bajo Grande, un Macondo hermoso, fundado por mi bisabuelo, Miguel Herrera, donde mi padre era el Inspector de Policía inamovible y mi madre la maestra de escuela. En aquella casa grande, que ocupaba una cuadra a la redonda con sus corrales de ganado y una tienda esquinera, se bajaba el Cura y el Alcalde. Y los Barraza y Los Pereira, que eran nuestros amigos y consejeros. Y era tanto el poder de mis padres, que el cura español Javier Cirujano Arjona, detuvo la procesión en noviembre de 1973, año en que hubo corralejas, para bautizar a nuestra última hermana, en la puerta de la casa. En este mismo lugar, donde mi padre se reunía con sus seguidores y de donde no se movió para el bautizo, festejaban cada boletín donde el general le iba dando una tunda a Misael Pastrana. Recuerdo, entre las telarañas del tiempo y de mi niñez, que mientras las gallinas buscaban sus trojas y el ganado iba entrando al corral, se apagaron los boletines. Y ese otro día todo era tristeza, nos habían robado la primera elección que pudo cambiarlo todo. No hubo más remedio que poner el cachete para que nos siguieran dando golpes. Seguimos votando por nuestros verdugos con sus lentejas y mermeladas. En 1974 tuvimos que salir del pueblo porque debíamos estudiar el bachillerato y en 1987 la guerrilla se metió, matando al inspector de Policía que había sucedido a mi padre. Después vinieron los paramilitares y terminaron con lo que quedaba. Las casas que quedaron en pie después que le metieron fuego en octubre de 1988, porque una lluvia persistente las apagó después del incendio y la muerte, fueron arrumadas en un rincón por soldados oficiales. Hoy solo queda un peladero. Allá voy a dormir todas las noches no importa que esté en ciudad de Méjico o Nueva York.
Mi padre, de carabina al hombro y revolver al cinto, quizás ya presagiaba el futuro incierto. No anhelaba entonces grandes cosas más allá de tener agua helada en una nevera con gas, un abanico para echarse fresco, energía eléctrica, buenas escuelas y hospitales y que los caminos reales estuvieran bien mantenidos para sacar los productos y no tener que llevar a los enfermos en hamaca a San Jacinto. Su cría era buena y saludable. Siempre le escuché decir que el General Gustavo Rojas Pinilla- quien puso a votar a las mujeres y trajo la TV- cuando fue presidente, le entregó un buldócer a cada Municipio para que arreglara los caminos reales, pero que una vez salió del poder, los gamonales de turno, herederos del Frente Nacional se las acabaron usándolas en sus fincas particulares. ¡Bandidos!
Desde ese 19 de abril de 1970 no he ganado una elección, siempre mi voto es diferente al de la montonera, pero algún día, como decía Elina- mi aya y madre adoptiva- algún día el perro será gente. Y por supuesto, la primera elección que aspiro a ganar, es en la que yo aparezca en el tarjetón.