ALFONSO HAMBURGER, CRONISTA DE A PIE.
Soy un cronista llovido y asoleado cuya experiencia de viajes ha sido a pie por todo el Caribe Colombiano, al principio con una libreta de apuntes, después con una cámara de televisión. Cubrí en este trayecto 162 masacres en la guerra reciente. He ido combinando la crónica de nuestros juglares con el desastre de la guerra. Cierto día Interrumpí el cubrimiento de un reinado de belleza en el 20 de Enero de Sincelejo para internarme en las colinas de Chengue, donde los paramilitares habían masacrado 28 personas. Antes, en la masacre de El Salado, los asesinos jugaron fútbol con la cabeza de sus víctimas y danzaban “mal tocando” los instrumentos de una banda de vientos y gaitas. La tarima Francisco Llirene, en Ovejas, que tres meses antes había servido de tapiz donde se derramaban las espermas durante el baile, fue ocupada por los cadáveres de Chengue. Pasábamos con facilidad del fandango al velorio y viceversa, pero jamás dejé de entrevistar a los gaiteros. De esa experiencia surgieron 300 documentales de televisión, nueve libros y variadas crónicas, buscando interpretar esos momentos tristes, ese túnel oscuro de la guerra, hasta sacar la nariz del fango para respirar mejor. Tuve que dejar a los juglares por un tiempo, cuando supe de mi diabetes, para meterme en mi mismo y reportear lo que se estaba descomponiendo en mi interior, en ese rumor de vísceras.
Hoy, en medio de los vientos de paz del país, he retomado con mayor entusiasmo aquellas crónicas de viajes que nos llevaron al pie de la ceiba donde nacieron los primeros sones.
La misión ahora es recorrer los caminos que llevaron nuestros gaiteros por el mundo, mientras las vísceras siguen tronando en mi interior.