El jueves 15 de noviembre de 2012 por la mañana, nueve horas antes de que comenzara el Las Vegas, Estados Unidos, la pre ceremonia en la que se iban entregar 35 de los 47 gramófonos dorados del Premio Grammy Latino, el maestro Rodrigo Rodríguez Lora, trotaba por las calles sucias de Cartagena, ciudad que había quedado como bombardeada, después de las fiestas de Independencia.
Ni Rodríguez, un luchador incansable de la música sabanera, ni su formula en el canto, Juan Piña, tenían mucha expectativa sobre el premio, acaparado en los últimos años por el estilo vallenato, genero de mayor venta indiscutible en los actuales momentos en Colombia. Sus rivales eran nada menos que Diomedes Díaz y Álvaro López, Silvestre Dangond y Juan Mario de la Espriella, Jorge Celedon con Jimmy Zambrano y Omar Geles. Sin embargo, sabían que algo podía pasar con el álbum titulado “Juan Piña le canta a San Jacinto”, que recoge 12 temas clásicos de la tierra de la Hamaca, con compositores clásicos como Adolfo Pacheco, Andrés Landero, Hernán Villa, Ramón Vargas, Toño Fernández y el mismo Rodrigo Rodríguez.
Si Rodríguez, quien recoge el peso de toda una herencia ancestral de Andrés Landero, Adolfo Pacheco y los gaiteros se dedicaba a trotar, Juan Piña, estaba muy relajado, quizás sin ninguna esperanza, en Barranquilla, a 100 kilómetros de Cartagena. A las tres de la tarde, Piña se sentó frente al televisor, a ver qué pasaba. Ni Rodríguez ni Piña habían viajado a las Vegas aunque sabían de la calidad de su trabajo, el único que realmente cumplía con la dualidad del premio: cumbia- vallenato. En el álbum se incluyó una cumbia que es muy harinosa, una pieza que en México se escucha todos los días: la pava congona, del maestro Andrés Landero, ahora con arreglos novedosos en diversas versiones.
Muchas cosas infundían ese pesimismo. Rodrigo Rodríguez, pese a su lucha entonces de 37 años en la música, de sus 45 trabajos discográficos, de sus estudios permanentes del acordeón (instrumento que conoce por dentro y por fuera), de su reinado sabanero, de su paciencia y de su brega aquí y brega allá, no estaba satisfecho con sus logros. La lucha parecía dispareja. Los sabaneros, aunque seguían con su música intacta, no venían siendo promocionados en la radio. Los vallenatos tienen copado el mercado, están de moda, se desplazan en burbujas, mientras el sabanero sigue caminando en abracas. Pero, caramba, sabia que algo podía pasar. A nivel mundial la cumbia sigue pesando. Se la disputan varias naciones mientras en Colombia ni le prestan atención.
El pesimismo de Juan Piña, parecía mayor. Llevaba quince años retirado de la música de acordeón. Se había refugiado por algunos años en Estados Unidos con sus siete tesoros, sus hijas, alimentando un sedentarismo que se le materializó en una protuberante panza. Aunque su voz estaba intacta, en Colombia no le apreciaban su música. Algunos, sin embargo, no estaban contentos con la voz que puso en ciertas canciones del Álbum nominado, porque Rodríguez tuvo que escribirle algunas estrofas en letras grandes, en cartulinas de tienda, pues no se las sabía.
Había coincidido en una parranda en Barranquilla con Rodrigo Rodríguez, en casa de Oswaldo Olivera, donde interpretaron La Hamaca Grande, despertando al que dormía, como en los viejos tiempos de Toño Fernández. Allí surgió la idea de grabar el álbum. Surcaban los tiempos en los inicios de 2011 y Rodríguez, quien celebraba sus 35 anños de vida artística con un álbum doble, producía cuatro trabajos a la vez, por eso se desentendió del tema, mientras Piña empezó a llamarlo reiteradamente.
Había un problema. Se necesitaban recursos para encarar la empresa. Los músicos tienen su costo, al igual que los estudios. Juan Piña se acordó que un empresario amigo le había quedado debiendo dineros por su presentación el domingo de Carnaval en la denominada parranda sabanera. Negociaron la deuda. Apareció la posibilidad de que Sayco prestara los estudios en Barranquilla, pues la sociedad le debía a su vez un dinero a Juan Carlos Lora. Se hizo el cruce de cuentas y empezaron a grabar.
Los temas escogidos son joyas san Jacinteras inmortales, desde “La Hamaca grande”, hasta “La cuna de Landero”, un tema de Hernán Villa, primera canción que menciona al Cerro de Maco, pasando por “La Pava Congona” o “El Viejo Miguel”, un nostálgico tema de melodía y versos exactos. Este merengue, verdadera noticia del desplazamiento en los Montes de María, una crónica al mejor estilo vallenato, había sido seleccionada en Valledupar entre cien merengues, para ser interpretada por la filarmónica de esa ciudad. Pero no solo por ello es importante, sino porque como en la misma Hamaca grande son como “los himnos de mi casa”.
Piña había grabado con Juancho Rois un álbum que se convirtió en quizás el mejor LP de música de acordeón de la historia según algunos entendidos, una verdadera locura, ya hacia mas de veinte años y aunque le reclamaban que regresara con esa modalidad, sus éxitos supremos estaban en la música tropical.
Sin embargo, hay que decir que en veinte años, la voz de Juan cambio. Ya no era la misma. Pero había una fortaleza, Rodrigo Rodríguez conoce a la perfección el portento musical san jacintero. Nació, creció y se hizo en el ambiente faroto, desde el sector de la calle Yuca Asá, hasta las lomas de Miraflores y La Cuevita, pasando por Conejito y Santa Lucía. Rodríguez acomodó los tonos, hizo los arreglos y escribió canción por canción en letras grandes, para que Juancho se sentara y le dijo: ¡Cante, maestro!
Las primeras mil copias, en el sello “Made in Mi Propia Tula”, estrenadas en las fiestas de San Jacinto, en pleno 16 de Agosto, volaron. Otras mil también fueron agotadas.
Para estrenar el Grammy Juancho Piña anunció su voz en un álbum de música de banda con arreglos del maestro Dayró Meza y Rodrigo Rodríguez con una selecta muestra de clásicos sabaneros, fusión de banda y acordeón, con voces consagradas como la de Nacho Paredes y Jaime Urzola. También con el inquieto Carlos Pérez. Sin embargo, el plan aún sigue en pie.
Al trabajo de más de 37 años de Rodríguez, que recoge toda la esencia San Jaicntera, sabanera, se suma la experiencia de una de las mejores voces del folclor colombiano en todos los tiempos, como es la de Juan Pina. La palabra vallenato solo figura en el nombre del premio cumbia/vallenato el resto lo puso Dios.