INFORME DEL DIARIO DE CAMPO, SAN JACINTO MIO.
Por ALFONSO RAMON HAMBURGER.
Una aventura , arteando por mi territorio.
Alfonso Ramón Hamburger
Más que una tarea apegada a la letra de un diplomado, como quiera que entre las labores multi, inter o transdisciplinar , en que ha trasegado mi labor, la que más me identifica es la del periodismo, explicaré en este informe, especie de croniquilla, sustraída del diario de campo, como se realizó el trabajo que hoy expongo.
Todo se inició en San Jacinto, donde dejé extraviada mi cedula de ciudadanía, en una sala de internet, el día que me inscribí para este diplomado tan suigéneris y que nos ha abierto el apetito creativo y nos deja un puñado de amigos y amigas y nos ha hecho entender mejor nuestro territorio. Estaba de año sabático, después de emitir la serie del Gurrufero, que habíamos grabado en la tierra de La Hamaca y Los gaiteros, entre noviembre y diciembre pasados. La verdad que estaba de visita en un taller de artesanas, rodeado de tejedoras, hablando sobre las figuras de la hamaca, donde sobresale el pilón. Muchas de las figuras de hoy no son originales. Queríamos hacer un grupo de teatro. Había oído hablar de la expedición sensorial hace años, que venia haciendo una especie de barrido de cosas que eran conocidas por nosotros, pero a las que no se le había hecho curaduría, tenían poca publicidad y había que relanzarlas. Fue a Ana Támara Álvarez, una dinámica bailarina, teatrera y gestora cultural, emprendedora de miles de proyectos, quien me habló del diplomado sobre metodologías de creación del Ministerio de la Cultura. Había oído poco de las palabras multi, inter o transdisciplinar- aún confundo los términos, que me parecen un juego de palabras-, pero lo que más me entusiasmó fue que Ana me dijo que iban a escoger proyectos para financiarlos. Había posibilidad de hacer procesos.
Me costó dejar la agradable tertulia de aquella tarde inverniza para correr a inscribirme a una sala de internet, de las pocas que funcionan eficientemente en San Jacinto, donde los negocios se mueven en operación tortuga y no hacen una reposición eficiente de los artículos que se agotan. No renuevan los inventarios y los camiones que descargan mercancía bloquean las calles. Era el último día de inscripción. Cuando ya iba a enviar el formulario, tras asesorarme varias veces con el secretario de la sala, que tenia cara de pocos amigos, algo fallaba. No me dejaba el sistema. Al fin pude inscribirme, sin saber de qué se trataba realmente, hasta que alguna vez recibí un mensaje. Ya no me acordaba, entonces nos encontramos con la cara sacerdotal del profesor Andrés Samper, en la primera reunión virtual y empezaron a aparecer caritas y voces que poco a poco se nos fueron volviendo familiares.
…y como siempre, dejé la cedula botada en el lugar donde me inscribí.
Ana Támara Alvarez, gestora cultural, Artifice de esta aventura.
Si no soy el mayor del grupo, creo que soy uno de los más veteranos, a quien me da duro la tecnología. No ha sido fácil adaptarme a estas plataformas. Tampoco tenía el tiempo suficiente. Viajo demasiado. A veces falla la luz o la conexión de internet. Desde abril he viajado por varias ciudades del Caribe. Además, estoy realizando una exigente maestría de Multimedios, con conexiones y lecturas diarias hasta de seis horas, con plataformas estrictas que no perdonan errores ni ausencias. Se cierran y lo dejan a uno enganchados. Al menos el profesor Samper es de carne y hueso y es laxo, comprensible, pero esas máquinas no tienen sentimientos ni emociones y cuando tiran el machetazo no respetan ni a nuestras abuelas. Y, además, son pagas. Duele más el dinero. El bolsillo. Se nos permite el error.
Allí fuimos sobreaguando. Cuando llegamos al módulo del territorio me emocioné mucho, porque en mi labor de escritor andaba buscado un tema que me diera el tono, el ritmo, y sobre todo que me ayudara a descifrar nuestra espiritualidad, que yo creo ha sido afectada por la penetración de otras músicas cercanas y lejanas. Nosotros hemos llorado escuchando un porro o una cumbia. He escuchado declaraciones de mujeres octogenarias que vibran y hasta lloran con una gaita. No tenia claro lo de la espiritualidad y de eso que somos parte del territorio, la memoria, el conocimiento de nuestro cuerpo, de nuestra piel. Era la primera vez que escuchaba la palabra o el verbo “artear”, que al principio no me sonó muy bien. Incluso, en el ejercicio de llenar espacios con la palabra adecuada, en los primeros ejercicios académicos, la redacción me parecía hartísima, como enredada. Estaba que desistía. Había cierta prevención inexplicable. Me parecía un texto hecho para otras regiones. Y más me alejaba si lo comparaba con textos caribes que me sé de memoria… como “cuando la gaita encontró a su hombre, no hubo una gracia de más. Salí a llevar los animales al arroyo y apenas oí los pitos…” de Jorge García Usta.
Parecía que estaba como en el lugar equivocado. Noté que la mayoría de los participantes eran profesores de los Montes de María, donde me muevo y donde me mueven sus intereses. Noté que la gente al principio gritaba, pero que era muy sincera. Rompían el protocolo con facilidad. La palabra profe es amorosa. Me motivó ver parejas unidas por el arte, juntitas al terminar la noche, muchas de las cuales apartaban el tradicional arroz de tarde para ponerse al frente de la pantalla. Me movió que la mayoría tenían expresiones mías, que eran muchos de la ruralidad, pero que todos transpiraban arte, arte al que califican de popular para pordebajearlo. Algunos videos, en las primeras tareas, me fascinaron, como el de la compañera Heidi Isabel Meza Cárdenas, desde Palo Quemao o Sabanas de Beltrán, la tierra de Alfredo Gutiérrez, y otros de bullerengues y teatro. Palmoteos. Las voces eran diversas y fuertes. Algunas golpeaban, pero eran muy agradables. Pronto nos fuimos decantando. Algunos se fueron quedado, quizás porque como yo, se dieron cuenta de que era un diplomado para quienes manejaban grupos. O por otra situación. Y yo, por lo regular ando solo con Dios, Dios y Yo. A veces estoy solito. Y mi hija adolescente, con la que a veces me reúno, tiene sus propios espacios que llenar, como estudiante de comunicación. No soy profesor. Sin embargo, una de las tres funciones de la comunicación es educar.
Jorge Ruiz Sierra,músico, ingeniero de Audio Master.
Pero más que ir pegado a la letra y a la pedagogía exacta del curso, me dediqué a disfrutar y a ver qué pasaba. Me dedique a curiosear. Me di cuenta de que equivocarse no era castigado, que era equivocarse, borrar y seguir. Eso hacía parte del juego al que fui invitado. Me gustó. El arte es libre. El arte tira a la izquierda, controvierte. La derecha busca el orden. Hasta la ley de gravedad es una dictadura. Ya cuando la izquierda gobierna se vuelve derecha. Hubo algunas tareas y ciclos que me encantaron, como preparar la tierra, la siembra y la cosecha , como si fuese un cultivo de tabaco. Fui sembrador de tabaco cuando niño. Conozco el proceso. Y ahora había el componente de que nos podíamos asociar para intercambiar conocimientos. Hice un audio sobre la cosecha del tabaco apoyado de un sobrino y lo ambienté con una canción social de Adolfo Pacheco, “ya cantó bien mi machete” y la cosecha preparada está. Gustó. La cosecha de tabaco es una labor muy dura.
Y todo tomó más forma con el encuentro del Carmen de Bolívar, donde llegué sin ningún tipo de expectativa. He adoptado esta táctica porque muchas veces iba con muchas ansias y jamás se cumplían las expectativas. Los encuentros eran un desastre. Siempre salía frustrado. Ya había decidido que no iba más. Que aquello era una perdedera de tiempo.
Mi actitud de ir a ver qué pasaba, funcionó. Encontramos un ambiente muy agradable, nos integramos de una, como si realmente fuésemos viejos conocidos y nos regresamos con guayabo, fortalecidos de la tarea, con grandes amigos y amigas, y un profesor que supo entender la alegría y el desorden talentoso de los costeños montemarianos.
A veces me quedaba viendo al profesor Samper y pensaba que no iba a poder con el “perrateo” propio de nuestra cultura, donde siempre se impone la dejadez y el relajo sobre la disciplina del interiorano. En los desayunos y almuerzos, cuyo tiempo era limitado por el horario, tomábamos un tema de desengraso y se nos iba el tiempo volando, pero el profesor se levantaba de la mesa y nos invitaba al salón. No lo vencimos, pero ya en el tiempo de relax, en la Taberna carmera ( San Lorenzo), el profesor se rindió a nuestra alegría, bailó, hizo el tren, cantó y pasó la prueba. Le tocó admitir que tiene ancestros guajiros.
Conocía de lo sin vergüenza que somos, pero nunca nos había pasado en una taberna. Que, entre otras cosas, no hallábamos una apta para acomodar el grupo, saliendo de un pico muy alto de la pandemia. La linda mesera que nos atendió, sin la mínima vergüenza, nos entregó a cada uno de los asistentes, una bolsa de papel de estraza, como en la que meten los utensilios de comida. Era para que guardáramos los tapabocas.! Eso si que es ser alcahuetes!
LA TAREA, SAN JACINTO MIO.
Marialis Hamburger, editora del video, en su celular.
Bueno , ahora sí. Les contaré como llegamos al producto de tarea, la canción San Jacinto Mio, que ya está en la plataforma de Youtube del Gurrufero, que se terminó de nutrir en una sesión en el Carmen de Bolívar, por la tarde de sábado dos de septiembre, donde nos dieron diez minutos para hacer una tarea multi, inter o transdisciplinar. Nos juntamos los alumnos afines. Teatro, danza, música, narrativa, etc. Yo no soy músico, pero me le pegué al grupo de los músicos y allí encontré mi suerte.
Quería hacerle una canción a San Jacinto, mi pueblo. Es un reto grande, porque a este pueblo le han dedicado canciones icónicas del folclor nacional, como La hamaca Grande, La Cuna de Landero, San Jacinto Pinturero, entre muchas, de compositores como Adolfo Pacheco, Hernán Villa o Lucho Bermúdez, respectivamente. Todos los años, en el festival autóctono de gaitas, le llevan varias canciones a su santo, que es oriundo de Polonia. Realmente, el esbozo de la canción, aún sin nombre, lo iniciamos en Sincelejo, hace muchos años, pero quedó engavetada.
Tenía apenas la primera estrofa. Les había pedido el favor a varios amigos músicos, pero no me prestaron atención. En Barranquilla, el abogado y compositor Yimy Romero hizo la segunda estrofa, quiso llevarla a tonalidad menor, pero no me gustó el texto.
Bueno, al que le van a dar le guardan, dice la abuela. Y hasta se lo calientan. Llegué de último a una de las salas de la Escuela de Música Lucho Bermúdez, y vi que cada uno de los compañeros tenía un instrumento en sus manos. Gustavo Angulo, el anfitrión, profesor de la escuela, acariciaba su acordeón. Álvaro Vergara Navarro, de San Antonio de Palmito, empuñaba un bombardino; el profesor Wilber Vergara Aquilar, de Zambrano, quien cumple una hermosa labor en su municipio con su esposa e hijos, tocaba el clarinete. El más distante y distraído del grupo era un negro alto, barbudo, de San Andrés Islas, parecido a Miguel Ángel Borja, Herner, quien no parecía aterrizar en el diplomado, pero resultó ser un excelente compañero guitarrista. Estaban completos. Solo faltaba yo, que no toco ni la puerta de mi casa, porque cargo llave. La verdad que estaban muy relajados. Fue donde aproveché para motivar al grupo. Les canté a capela mi borrador de canción, entonces uno a uno se fueron sumando. Todos fueron aportando. El más complicado era el acordeón, porque sus tonos son muy rígidos. No entraba. Iniciamos con los coros, San Jacinto, San Jacinto, San Jacinto, después iba yo con los primeros versos y después se iban sumando los instrumentos.
Un martes, emepezamos grabacion en Audiomaster.
Yo quería que el acordeón no fuera el principal instrumento, pero que estuviera en el boceto. Gustavo fue por otra acordeón, pero aun así su tono era muy bajo, apenas para marcar. La idea de meterle pases de la Hamaca Grande, fue del profesor Wlilber Vergara, quien con su clarinete hizo unas florituras dignas de Lucho Bermúdez. Álvaro Vergara Navarro, el más joven del grupo, con 32 años, no se quedó atrás con su bombardino, que parecía mugir, un sonido bien aprovechado comercialmente por los grupos vallenatos, pero sin duda, los mejores son de nuestras tierras sabaneras.
Yo, en realidad, un poco aturdido ante la presencia de maestros que notaban mi nerviosismo para cantar, porque me hablaban de tonos que yo no entendía. Además, me iba poniendo ronco, difónico de tanto repetir la primera estrofa, la única que tenía escrita y repetirla. Al ´profesor Vergara Aguilar se le ocurrió hacer una introducción ambiental con una ocarina. Nos sumamos con distintas voces, simulando los animales del Cerro de Maco y montes de María, como introducción. No habíamos terminado cuando el profesor Samper, atraído por la jarana, aquello parecía un fandango en la plaza de San Jacinto, se presentó y nos dijo que sonaba bien pero que ya debíamos ingresar. El tiempo se había terminado. La competencia era buena. Cada grupo se había sobrado. Los de danza intercambiaban experiencias con los poetas, narradores o teatreros. Hubo muestras maravillosas. Yo estaba muy nervioso. Éramos cinco grupos. Nos tocó de penúltimos, ya ante la expectativa del resto, ante las cámaras oficiales del Ministerio de la Cultura y los celulares de los compañeros. El profesor Vergara Aguilar hizo la introducción. Se trataba de una fusión, con la mejor expresión de la música sabanera, acordeón mezclado con los instrumentos propios del porro o música de vientos. Me dio vergüenza decir que solo íbamos a interpretar la primera estrofa. Casi no me acomodaba al micrófono, que lo puse distante, mientras me acercaba al tono. A la audiencia, tan selecta, le pareció corta. El profesor Andrés Samper pidió que apenas terminara la segunda estrofa y la grabara se la enviara, que quedaba apuntado. No había más que escoger para el próximo módulo. Debíamos planificar la siembra, con toda la teoría aprendida, el proceso completo. Sin embargo, se me presentó la oportunidad de hacer un trabajo muy atractivo con los desplaza.
La improvisación ha sido mi suerte. Sufro de terquedad. Casi no tomo apuntes. Los que hice los llevé a mi celular, pero se formateó. Todo lo saco de las partículas que van quedando en mi cerebro. Ya no creo que vaya a cambiar.
Entonces le caímos en chagua. Ahora le llaman clínicas de compositores. Nuestros viejos juglares les decían Chagua. Así hicieron La Pollera colorá, firmada por astutos oportunistas que la llevaron a una Notaria y se apoderaron de ella. Igual con El Pájaro, Placita de Mocarí, hoy Mochila, entre otros porros y cumbias.
La planificación fue sencilla. No era más que seguir la memoria de lo que había ocurrido en El Carmen de Bolívar. Habían quedado los registros de la practica y de la presentación. Reorganizamos el tema. Lo más urgente era hacer la segunda estrofa. Ahora lo digital ayuda la ausencia. Yimy Romero había extraviado la segunda estrofa hecha por él en Barranquilla. No aparecía en su celular. No estaba en casa, donde tenia el PC, en donde seguramente estaba guardada. Por distancia y tiempo era imposible contar con el clarinete del profesor Vergara Aguilar, en Zambrano. Dialogué el profesor Álvaro Vergara Navarro , quien se mostró eufórico con la posibilidad de su vinculación. Estaba dispuesto a viajar a Sincelejo para poner su talento. Me recomendó a su profesor Fabio Santos Romero, director de la Banda Juvenil de Chochó. Nos pusimos una cita para dos días después, por la tarde, pero se llegó el día y nunca contestó el celular.
Un día después visité a dos talentosos músicos sincelejanos, quienes tienen desde hace 25 años uno de los mejores estudios de grabación de Colombia en el barrio veinte de Julio , Jorge y Oswaldo Ruiz Sierra. Jorge fue músico muchos años del Tigre Sabanero, Aniceto Molina. Es un tipo bueno, pero apático. Siempre le pone peros a las tareas. Es perfeccionista y dejado. Le mostré la maqueta del Carmen de Bolívar y arrugó la cara. Me dijo que si yo me atrevía a grabar eso era un arbitrario, Aquello era ridículo, desafinado. Le dije que a muchas personas les había sonado bien. Me respondió que se estaban burlando de mi a mis espaldas, que no se atrevían a decirme la verdad. Le respondí que era el último intento de hacer una canción digna, porque ya habíamos grabado antes en aquel estudio. Lo desafié, le dije que era un trabajo distinto. Aceptó. Ese mismo día, con mi voz, hicimos el proyecto de guía. No hubo necesidad de repetir la segunda estrofa. Lo que hizo fue repetir la grabación de la primera, donde encajaríamos la nueva. Tenía el compromiso de llevarla a los tres días, un domingo previo al 24 de septiembre, día limite, que era el tiempo que podía brindarme, porque tenia otros trabajos ya programados. El 24 se debía entregar el trabajo final. Puso una condición, que no podía esperar la llegada de los compañeros que yo llevaba en la maqueta y en mi agenda propuesta a Bogotá. El pondría los pitos ( clarinete y saxo) , no se nos ocurrió la gaita, que le hubiese dado otro toque. La caja y la maraca, que se cambió por el guache, que llena más. Yo no quería guacharaca. Queríamos un sonido más cercano a la sabana, a Lucho Bermúdez, que el acordeón, donde nos colaboró su hermano Oswaldo Ruiz, excelente ser humano, no fuera primordial. Le pedí que fuera fiel a la maqueta que hicieron mis compañeros del Carmen de Bolívar. No le gustan las maquetas, porque lo limita. La creación en situ es más libre. Sin embargo, la versión fue bastante apegada a la maqueta original, dándole un toque muy especial al proyecto.
Para la segunda estrofa hicimos varias propuestas y al final, el domingo de la grabación, en la marcha tuvimos que ajustar cosas. Jorge Ruiz varió los coros iniciales, no le pareció buena la idea de la ambientación, pero hizo unos magníficos coros a cinco voces, con la ayuda de Marialis Hamburger, joven estudiante de la Universidad de Cartagena, que nos ayudó en la edición.
También nos apoyó en la idea, Álvaro Javier Gómez, influencer.
La canción San Jacinto Mio, fue subida a las redes sociales el 22 de septiembre.
Ver: https://www.youtube.com/watch?v=vZdwCoQcIdw
https://www.facebook.com/Pochohamburger/videos/1229813327841635