El hijo del campo, ojos de aguila!

EL HIJO DEL CAMPO.

UNA MIRADA DE AGUILA E INTELIGENTE.

 

Por ALFONSO HAMBURGER

El hombre tiene mirada inteligente. Es una mirada de perro aguzador, pero a la vez es una mirada de tristeza. No es una mirada de odio, pero sí de serpiente en acecho. Es como si al dueño de esa mirada la vida o alguien muy cercano le hubiese pagado mal.

Miguel Vanegas Martínez está sentado en la poltrona y pese a su estado de indefensión- hace un mes lo echaron a la calle- es gallardo. Quizás altanero. Sin mirarlo demasiado uno sabe que Miguel se las trae. Se trasluce que es un personaje. Es posible que su pose sea de un yerbatero de las amazonas, de un vaquero de la finca Tres Cabezas o un juglar extraviado en el siglo XXI. Luce un sombrero que le gustó, lo compró, se lo puso y no se lo quita, aunque no sepa que marca es, si es chino o si es texano. Su sombrero, desde el concho que le regaló su padre cuando niño, pasando por el indiano ( que fue inalcanzable por mucho tiempo) hasta el aguadeño, se ha convertido en una extensión de su cuerpo. A veces son las siete de la noche y aun lo lleva puesto, porque Manuel es como el sombrero y el sombrero es como Manuel. Cuando va a Cartagena, donde tiene un puñado de primas, ellas lo primero que hacen es quitarle el sombrero, lo maquillan casi al punto de cacorrearlo,  y le ponen una cachucha. Pero él, que lleva toda su vida usando el sombrero, a los dos días vuelve a lucirlo, para sentirse como él mismo y no como un impostor. Su pinta la completan unas abarcas tres puntadas, un pantalón jean punta de tubo y una correa gruesa, con hebilla de vaquero. Por lo regular sus camisas son coloridas, con cuadros o listas llamativas. Desde que uno lo ve sabe que el personaje se las trae.

  • Yo no estoy triste, dice, tratando de esconder su tristeza.

Y agrega que a veces la vida no es lo que uno quiso ser. Apenas en febrero cumplió 62 años y si usa sombreo no es para ocultar su calva, sino porque es su estilo de vida. Cuando pagó el servicio militar en Cartagena, durante dos años llevó un casco de acero, caliente, que le hizo unos caminos que hoy son una calva protuberante.  Se quedó sin pelo. Para confirmar la noticia se quita el sombrero, entonces vemos al frente a un hombre distinto, pero sus ojos tristes no cambian.

Nació en Pizza, un corregimiento de Majagual, donde su padre fue el inspector de policía, hasta que se quedó ciego. Tenían tierras y cierto poder, que Manuel heredó hasta que las maldades lo convirtieron en el niño más temido de la zona. Se echaba al hombro una cepa de plátano con la que se arrastraba apenas despuntaba la noche. Con gran esfuerzo la paraba en la puerta de cualquier casa. Al otro día, cuando el dueño abría la puerta, aquel espanto era capaz de matarlo.

No contento con hacer espantos en las noches, se montaba en un caballo brioso, en pelo, convirtiéndose en el terror de las calles, porque convertía las calles en un hipódromo, se metía en las casas y le echaba el corcel a las fritangas.

Fue  hijo único, lo que en aquellas calendas, en vez de ser un privilegio era una osadía al destino. Su madre no quiso seguirle los pasos al padre, de modo que no se fue con éste a la finca, así que se crio solo en Pizza, donde sólo cursó el primero elemental.

De Pizza salió cualquier día a recorrer tierra, llevando en su mente las ideas de ser un gran compositor. Las únicas ilusiones se las había dado su padre, quien leía poesía y se memorizaba algunas para recitárselas a su primogénito.

La tierra le pareció chiquita para recorrerla. Barranquilla, Cartagena, Sincelejo- con algunas giras por Majagual- hasta recalar en Sahagún, fueron sus puntos emblemáticos en su recorrido tras la fama. Quería ser reconocido y cantarle a su pueblo. Así como Carlos Huertas era el cantor de Fonseca y Julio Fontalvo el hijo de Bolívar o Calixto Ochoa el cantor de Valencia, Manuel quería ser el cantor de Majagual.

En ese afán, Manuel Vanegas era el primero que llegaba a cuanto festival folclórico  hubiese. Su pinta lo delataba. El tipo se las traía. A veces se mostraba hasta causar fastidio, porque posaba de muy sabanero.

Cuando se presenta por primera vez en Arjona, en 1977, el festival bolivarense estaba en su mejor momento. Los versos de Octavio Daza y Miguel Manrique, con nido de amor y triste plenilunio, estaban aún calienticos en la tarima.   El hoy celebre hijo del campo, tenía dificultades para marcar la rutina en un conjunto. Se atravesaba. Los conjuntos le rehuían, pero el hombre insistía. Al fin, luego de ofrecer unos buenos pesos, pues era muy trabajador- hacia cualquier labor para tener los bolsillos llenos- un conjunto aceptó acompañarlo. Dos días antes del festival empezaron a darle a la cosa, a la rutina, hasta que lograron pulir la canción. Era un mensaje que ya iba puliendo desde que salió de Majagual, en protesta por la forma cómo el campesino era despreciado. Se acuerda que cuando iba con su padre a los mercados del domingo a Sucre- Sucre, los despreciaban. No los dejaban amarrar sus burros cerca de la Iglesia. Allí fue donde no sólo fue cambiando su mirada de nostalgia, sino pensando en un mensaje emancipador de su estirpe.

Ya pulida la canción, cuando se subió en la tarima, las piernas le temblaban. Pero sabía que estaba preparado y que su mensaje era destino.  Habían pasado en las veinticinco canciones preseleccionadas. La gente sacó pañuelos blancos, pero no era fácil con la presencia de Rafael Manjarrez, Marciano Martínez y muchos consagrados. Alcanzó a meterse en la final, entonces supo que su destino y su vida eran los festivales.

Después de allí la gente se acostumbró a ver en todos los festivales de la sabana, de Arjona a Caucasia a ver al hombre del sombrero y su mirada de serpiente, con sus bigotitos ralos y sus poses de artista. Al principio los festivales eran espontáneos, abiertos, pero con el tiempo se fueron mezclando con intereses políticos y componendas. Atendían a los de afuera y a los de acá los dejaban por fuera de las atenciones. Pese a esa diferencia, el nombre de Manuel Vanegas Martínez subió al podio en 17 festivales, siendo el más importante el de Guaimí, un festival indígena, que se hacía en un corregimiento de San Antonio de Palmito. Allí fue su máxima consagración, porque su canción rompió los acuerdos previos y no tuvieron más remedio que darle el primer puesto. Allí  nació el hijo del campo, que se ha convertido en su sello personal.

Pero antes de eso había batallado por la vida, haciendo de todo un poco, solitario, porque sus padres fallecieron y solo le quedaron medio hermanos y primas lejanas, mientras aventuraba por el mundo. Hubo varios hijos que no recibieron su apellido, hasta que una “negrita” en Cartagena, con la que alcanzó a convivir tres años, le dio a su única hija, hoy una profesional, casada con un negro que la quiere mucho.

Vanegas negociaba mercancías, especialmente talcos y cosas para belleza. Regaba los productos desde tres mil pesos para arriba y después recogía. Vendía helados, especialmente raspados. En Sahagún, Córdoba, arribó a un festival y allá se quedó muchos años. Se iba por los barrios pobres y parqueaba su carro de helados. Los niños hacían fila y él les regalaba los helados. Se divertía con los niños, les daba consejos y así se hizo muchas amistades. Hacia mandados y hasta le cortaba el césped a los jardines de los ricos. Le invitaban los domingos a comer y a departir en familia. No le cobraban hospedaje. Mientras vendía helados se inspiraba para los festivales. Para el público se ganó en tarima los festivales de Chinú y Sahagún, mezclando sus canciones con décimas, pero jamás le dieron el trofeo, que muchas veces ya estaba escriturado para los invitados de otras regiones.

En Sahagún , se hizo bachiller ya viejo, gracias a un programa del Gobierno, en la Alcaldía de Pedro “Peyolo” Otero. Allí fue puliendo sus versos y su palabra. Se convirtió en decimero, gracias a la influencia de esa ciudad cultural y de las ideas que le había despertado los decimeros de Radio Libertad, en la infancia.

Era tan popular en Sahagún, que le propusieron lanzarlo al Concejo. No aceptó porque cree que la política en vez de unir divide. En Córdoba, gracias a los amigos del Grupo Gran Comando, con los hermanos Cortez Uparela, José Joaquín Solano y Remberto Martínez, grabó su primer CD, con varias de sus canciones e ingresa a Sayco como administrado. Le llegaban regalías pequeñas, pero le llegaban. Al llegar a Sucre de regreso, despareció de las planillas. Ahora su sueño es grabar nuevas canciones suyas, para completar 20 y pedir la entrada a Sayco, porque no tiene seguridad social.

Groso modo, esta es la historia del hombre del sombrero, con pinta de sabanero, con mirada de serpiente, que un día salió de Pizza, por allá en la profunda Mojana,  que con su trasegar se convirtió en el Hijo del campo.

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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