Novena al corazón de Guayacán (1)

!LLANTO LIMPIO EN TRES ACTOS!

Por ALFONSO HAMBURGER

Siempre que escuché la canción de Camilo Namen ,mi gran amigo, pensé con angustia el día que llegara la partida de mi padre, Nelson Hamburger Herrera. Me gustaba la canción , especialmente cuando la interpretaba Karolina Ramírez, pero nos hablaba de otro tiempo, algo que no había pasado. Mi padre era un roble viviente y gallardo y me aterraba pensar que algún día él muriera o que muriera uno de mis hermanos.Aquello es una especie de lotería que nadie,al menos que sea un suicida, puede escoger. Ambas hipótesis son dolorosas. Si moría él sufríriamos sus hijos y si moría un hijo suyo, él no lo soportaría.
Creo que a Karolina le gustaba más, porque la canción le caía como puntal en arena seca. Ella perdió a su padre cuando era una niña de un año y cada vez que la tocaba cerraba los ojos y lloraba. Se le notaba el dolor en su rostro. Y el acordeón lloraba también. Y cuando yo la cantaba me sentía incómodo, porque no coincidíamos en el tiempo. Nunca pensamos en que mi padre estaba muerto, porque era el más vivo entre los vivos, con una vitalidad impresionante .
Mi padre fue mi gran amigo
Mi padre fue mi amigo fiel
Mi padre se jugaba conmigo
Y yo me jugaba con él.
Pero creo que Dios existe y que él dispone todo y dispone lo mejor, por eso pienso que es mejor que él se haya ido primero, sin dolores, en paz y rodeado de sus ocho hijos, quienes desde la muerte repentina de mamá Virginia,hace 33 años, nos unimos en un solo haz,para mantener erguida la familia, siempre tratando de ser útiles a la sociedad que nos vio nacer y nos ha visto crecer, al lado de ese roble,al que sólo ví llorar tres veces en mi vida. Un hombre que con sus manos descuajó montes embarbascados y fue afurtunado ,pasando invicto por tantas guerras .
Dios sabe lo que hace y lo hace bien. Hoy nos aflige el dolor por su partida, pero creo que se fue feliz, porque sus vástagos, uno a uno,pasamos por su lecho de enfermo y aunque ya no hablaba, con su fortaleza suprema, dió gestos de aprobación a nuestras palabras,sin perdones ni olvidos, porque las pequeñas desavenencias que hubiésemos tenido, fueron minucias ante el inmenso amor que nos profesamos de alguna manera. Era un tipo de lenguaje sencillo,de refranes,pero contundente,que siempre impuso su fortaleza y disciplina. Sus diálogos por lo regular tenían que ver con el estado del tiempo, porque siempre fue un campesino preocupado por la producción agropecuaria. Invierno y verano. Arroyos y lagunas. Caminos reales. Pesebreras. Sequías,decsiertos,aromos y esperanzas.
Papá era el de la caricia oportuna , el que se lo llevaba a uno de niño a sus piernas, el que nunca contó la plata ni sabía cuánto se ganaba en la diversidad de emprendimientos que hizo, porque la plata la manejaba de bolsillo y una de sus aficiones era aflojarla sin dilaciones. Le picaba en el bolsillo, hacia negocios emotivos. Y no le importaba el engaño, si así creían algunos, porque sufrirían de desengaño.
Fue pionero en muchos inventos y sus sueños eran sencillos, porque anhelaba sólo dos cosas: un abanico para echarse fresco y una nevera para beber agua helada, lo que logró mucho antes de que llegara la interconexión eléctrica, con una planta que le daba luz a medio pueblo y una nevera a gas. Papá fue el Isagen de Bajo Grande.
Y es obvio, que por ser tan querendón- un romántico en la penumbra, callado- papá no estaba preparado para la muerte de ninguno de sus hijos. Y Dios lo premió entregándoselos completos hasta el último suspiro. Todos, con sus nietos y bisnietos velamos sus últimas horas, turnándonos en su lecho ,siempre sosteniendo sus manos gruesas, calludas y calientes en las nuestras. Dolía verlo así, tan vulnerable a la muerte, al dolor, siendo un hombre tan gallardo y tan simpático, que siempre se valió por si solo. Y yo fui el más cobarde, porque prefería que en mi mente permaneciera la figura del jinete de armas tomar que absorbía los caminos reales como el viento o era capaz de destaponar un madero de corazón de guayacán de un solo hachazo para darle ánimo a sus peones.
La primera vez que lo ví llorar fue una noche oscura de tigres y de crudo invierno   en Bajo Grande. Nos despertó de madrugada, en medio de un aguacero, con un llanto desconsolador que se escuchaba en todo el pueblo sin luz y sin médico. Estaba borracho y mi madre lo consolaba y lo regañaba a la vez por su desobediencia, mientras le aplicaba pañitos de agua tibia en uno de sus tobillos dislocados. Venía en su mejor caballo de Las Palmas y la bestia le cayó encima con montura y todo en unos zancones llamados La Verea, donde se atollaban mulos, caballos y burros.
Yo tenía once años y mi hermano Henry Javier nueve. Aquella vez nos reíamos de su llanto, porque por irse de parranda con su compadre Remigio Medina, nos dejó solos con una recua de mulos cargados de tabaco, en Las Palmas. Nos enseñó desde niño a no temerle al trabajo. El 16 de Mayo,que es la fecha de su natalicio sus ocho hijos le desmontábamos una paja completa, la misma que le daba por ajuste a los integrantes del equipo de béisbol para que compraran los uniformes.
La segunda vez que lo ví llorar, pero esta vez apenas con unos sollozos profundos, fue el tres de febrero de 1988,a la muerte repentina de mamá. Yo viajé desde Montería con un permiso de El Universal, donde era el coordinador de la oficina regional, en mi primer trabajo. Fue el viaje más difícil de mi vida porque iba a encontrarme con el cadáver de mamá, cómo en la novela del Extranjero. Papá era poco expresivo y tímido para el abrazo, aunque se estuviera muriendo de amor.
Cuando me llamaron para darme la noticia, pensé que el muerto era papá, porque ya la guerrilla estaba empezando a extorsionar en San Jacinto y nos habían metido una carta por debajo de la puerta, pidiendo plata. Mi hermano Álvaro Andrés, que estudiaba para cura en San José de Costa Rica, les escribió una carta explicándoles que la familia sobrevivía con treinta vacas paridas que eran del Fondo Ganadero y que a duras penas daban para pagar un mozo y que con esos ingresos se trataba de sostener ocho hijos universitarios. Todos los meses había que vender una vaca para girar para pagar las pensiones, mientras el verano causaba estragos y se secaban las lagunas. Pero papá era ingenioso y le echaba aromos y trupillos o les cortaba cactus cuatro filos a las vacas, a falta de pasto. Por ello era que su lenguaje, cuando nos llamaba, siempre se limitaba a preguntar que sí había llovido o si habíamos comido bien. Le tenía terror a los veranos.
Yo pasé por cobarde, frente a mamá, poco antes de irme a trabajar de periodista a Montería, en 1987- ella murió un año después- cuando un guerrillero se presentó a nuestra residencia y nos amenazó. Eran las cinco de la tarde. Estábamos ella y yo sentados en la puerta de la casa, recibiendo la brisa del Cerro de Maco, cuando llegó el muchacho y se dirigió a mi, exigiéndome que retirara de la Inspección de Policía una demanda que yo había puesto por lesiones personales, en un lío amoroso.
Ese otro día retiraré la demanda para salvar el pellejo y poco después me fui a Montería ,donde el conflicto armado era más crudo todavía, de modo que me asistía la preocupación por la situación que había dejado en San Jacinto.
Y como yo era periodista, y a veces tocaba temas calientes, muchas cosas que pasaban en el pueblo me las silenciaban, de modo que siempre temí por un atentado a papá, que todavía iba al monte a vigilar sus animales. Después fue imposible ir al monte.
La tercera vez que ví llorar a papá fue el 18 de diciembre pasado en una clínica de Sincelejo, cuando lo fui a visitar. Él No quería ir .Decía que era un secuestro y que lo habían engañado. Puso sus condiciones, que lo examinaran y lo regresaran a San Jacinto, pero las cosas se fueron complicando.
Cuando abrí la puerta de la habitación 313 de la clínica La Concepción lo vi de frente. lo acababan de cambiar y estaba sentado en la cama, como un roble, perfumado. Aún con los estragos de la enfermedad que le consumía sus plaquetas, era un hombre bien puesto, un alemán de rostro cuadrado y manos ásperas, pecoso, con pleno dominio de sus facultades, quien dominaba todos los resquicios de la casa, que no soltaba las llaves y era celoso de la seguridad. No dudó un instante en que era yo, su quinto hijo, el rebelde, el que nunca pudo meter en cintura, el que no le prestaba bolas a nadie.
Me quería,sin duda. Me quería a su modo. Me quería con dolor. Era duro para expresarse. Se volvía pura risa
Me le acerqué , abracé sus huesosos besé en la frente y le dije que lo quería mucho. Él sabía que nos estábamos despidiendo, porque empezó a sollozar por unos instantes cortos, se enjuagó las lágrimas con las me manos y me preguntó por su nietas. Le dije que se recuperara pronto, porque el dos de enero, como todos los años, íbamos para Frío de Perros, una de las cuatro fincas que ayudó a civilizar con la fuerza de sus manos.
Me senté en un sofá y por instantes nos quedamos callados. No estaban permitidas las visitas por motivos de bioseguridad, apenas había entrado a llevar unas medicinas y salí sin pensar que era la penúltima vez que nos íbamos a ver.
Novena al corazón de guayacán (lI)
Novena al corazón de guayacán (4)
( Continuara)
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Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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