Andrés Elías Flórez Brum
LA IMPORTANCIA DE LOS PUEBLOS CERCANOS
(LA NECESIDAD DE CONOCERNOS Y RECONOCERNOS)
Andrés Elías Flórez Brum y Miguel Manrique,
Cuando era niño y escuchaba mencionar los pueblos cercanos me formaba en la imaginación la idea de ellos por lo que me decían los adultos. Oír hablar de San Jacinto, de Sincé, de Ovejas, del Carmen de Bolívar, de Sincelejo, de Sampués, de Chinú, de Ciénega de Oro, de Cereté y de Montería…, era un pensar que ya los conocía. Con el tiempo, cuando crecí y pasé por las variantes de las carreteras creía que los conocía aún más.
Nacemos con la vanidad inculcada por los mayores, que vivimos en el pueblo más bello o la ciudad más bella del mundo. Para el barranquillero, Barranquilla es la ventana del universo. Y para el cartagenero, Cartagena es de sangre azul. La aristocracia directa del rey.En la plaza de San Jacinto.
Pero un pueblo es más que su plaza y su iglesia. Más que su centro y sus primeras esquinas. Más que su rotonda y su obelisco. (Si los hay). Es, ante todo, el alma y el espíritu de toda su gente. A veces, o muchas veces, ni nos conocemos, ni nos reconocemos. Más allá del ego y del espejo de las personas, existe el otro. Hay una otredad al frente presente, en el aquí y en el ahora. En el espacio y en el tiempo.
Cuando empecé a recorrer las carreteras de Boyacá, me deslumbré de los paisajes que veía. Y cuando traté a sus gentes al entrar a los pueblos descubrí las riquezas que guardaban por dentro. Al conocer a Barichara en Santander me dije quedo, ¡qué hermosura! O cuando en Tocancipá fui a sus nuevos templos. Más lejos, ahora, al visitar Cayo Hueso donde vivió Ernest Hemingway frente a la isla de Cuba las casas y la arbolización y las flores de sus jardines me hizo cambiar el concepto de belleza referente a las ciudades y pueblos que conocía y donde había nacido.
Hasta el concepto de parcela se cambia cuando en otras latitudes vemos un sembrado de trigo, de arroz o de maíz… me pasó en las carreteras de Holanda. Ante la idea de las tierras baldías de la Costa Caribe como si estuviéramos en la Edad Media y todas las tierras pertenecieran al rey de España.
Andrés Elías Flórez Brum
Así, de esta manera, la belleza se me hizo una expresión más amplia y significativa. De muchas dimensiones para valorarla de otra forma. Aun, las veredas de siete o diez casas con palos de matarratones y almendros en sus andenes y corredores guardan por fuera y por dentro una belleza admirable.
Hablar de los Montes de María es caer o suponer un campo que desconocemos por completo. Por esta superficialidad, no sentimos a cabalidad y de corazón lo acontecido en los Montes de María.
Atañen estas ausencias y carencias a nuestra identidad, se va a fondo nuestro mestizaje, se olvida también nuestro ser indígena, ser afro y ser esencialmente mestizo. Se volatiliza en nuestra identidad los objetos apreciados: la hamaca, la mochila y las abarcas.
De suerte, acaso, para nosotros, nuestro Gabriel García Márquez no llamó al espacio principal de su novela, Aracataca, porque existía en su imaginación otros pueblos que no podían quedarse por fuera y eran precisamente: Mompox, Sincé, San Jacinto, Ovejas y Sucre (Sucre). Tal vez el autor de Cien años de soledad y Crónica de una muerte anunciada vio más adentro del Continente y pintó un cuadro vivo de todo el Caribe Continental. Así aparecemos incluidos en Macondo.
El escritor con Sofia Landero, reina de la cumbia.
Por acá, por este lado de Bolívar, de Sucre, de Córdoba, está Sincé cuna de Gabriel Eligio García, San Jacinto suelo de Clemente Manuel Zabala, de Adolfo Pacheco, Ovejas y Naranjal, patios de José Ramón y Jairo Mercado Romero. El Carmen con el son de los porros de Lucho Bermúdez. Suelo de tanta gente importante que sería imposible enumerar. Todas estas tierras, comedores de las tabacaleras y las dobladoras de calillas de antaño en la región, del café molido, tierra de aguacate y de guama, de caimito y mamón, de café y caña…
Por la Mojana y los Montes de María en un rescate de nuestra identidad debe aparecer, después de la barbarie de los Montes de María, nuestra Hamaca, nuestra mochila y nuestras abarcas.
Gracias a nuestra literatura y a nuestro folklore muchas cosas se han rescatado de la sala, del comedor, de la cocina y de los patios con Héctor Rojas Herazo, Delia Zapata, Manuel Zapata Olivella, David Sánchez Juliao… y ya no es penoso ni bochornoso hablar del arroz con coco, del mote de queso, del arroz de lisa, del bocachico frito con patacón, de la pollera colorá, de los calabacitos alumbradores, ni de la mochila que se lleva colgada. La identidad resulta ser el espejo donde me miro y soy porque hay uno casi igualito delante de mí. El otro.
Robert Landero, con sus hijos y el homenajeado en el IV Encuentro de Escritores en Los Montes de Maira.
Ante tanta marginalidad, la lucha constante ha sido para que no aparezca el otro. Y si se asoma, cómo hacer, pues se debe desaparecer. En conclusión, ese fue el problema neurálgico de los Montes de María. Los mataron porque se veían y se atendían con los otros. A Jesús lo oteaban los fariseos porque cómodamente se entraba y se sentaba a la mesa de los contrarios, supuestamente. Aunque el Señor, el hijo del hombre, dio la vida para que todos estuvieran.
En la Hamaca Grande de Adolfo Pacheco caben los vallenatos y los sabaneros, caben los paisas y los llaneros, caben los pastusos y caben los guajiros. Hoy, la contienda que se ha librado para que otros llegaran al poder ha sido dura, durísima. Los medios de comunicación, al servicio de los dueños del poder, bombardean diariamente por la herida que llevan abierta. Los otros han llegado para quedarse. ¡Alabado sean! ¡Y seamos alabados en inclusión!
A la luz de San Jacinto, algunos me verán como aparecido en este homenaje. Aunque en las bibliotecas de los colegios y escuelas se encuentren varias cartillas coleccionadas. Las cuales las he escrito de mi puño y letra. Alameda. Globo Mágico.
Gratitud entonces a la comunidad, a los profesores y profesoras, a los estudiosos de la literatura y de la poesía que me han aceptado. Un inmenso reconocimiento y agradecimiento a Gonzalo Alvarino Montañez responsable de esta aventura. Quijote de peso y de carne y hueso. Se ha tomado a pecho la tarea y el trabajo de difundir mis libros entre niños y jóvenes de la población y la región.
Hemos puesto el interés, todo el interés y toda la voluntad y continuaremos sumando para que este material de estudio, de consulta y de ayuda en casa, se conozca, son estos libros: El trompo de Arcelio, Tío Rubén y el escarabajo, Érase una vez Cucarachita Martínez, La vendedora de claveles, Tres chicos y una iguana…
Entonces, ha habido una presentación previa con divulgación: San Jacinto, Ovejas, Sincé, Carmen de Bolívar… a sus veredas y corregimientos, y al interior de las escuelas y colegios con esta materia de la Cultura. Para que los niños y jóvenes de este bello suelo aprendan a leer y no vivan en la tristeza ni en la marginalidad sino en la alegría y la presencia. Por Dios, doy fe que el homenajeado de hoy, si los medios no lo saben, es de aquí y de Sahagún, vive en Bogotá, escribe cuentos y novelas y poesías y se llama Andrés Elías Flórez Brum.