Señores, las fiestas han muerto

Por Alfonso Hamburger
Los niños y adolescentes que esperan las motos en la esquina de la Troncal, algunos con aritos, tatuajes y cortes extravagantes, recitan palabras impublicables contra el Alcalde. Una pareja de enamorados, sentados en el quicio de una bodega, se besan descaradamente en forma apasionada, haciéndose un nudo con las lenguas entrelazadas.
-¡Busquen una residencia! Grita uno de los niños, ya con cuerpo para preñar una burra. El resto se ríe. La muchacha delgada, empacada en un short que le deja ver casi todo, trata de acomodarse el sostén de sus corocitos cuando un adulto llega a la esquina y trata de comérsela con los ojos. Como se han abortado las fiestas, tienen que crear sus propios espacios. Uno de ellos era el ruido de las motos, hoy por hoy el único medio de transporte popular.
Sincelejo ha estado a la expectativa. El Alcalde ha anunciado la prohibición de la denominada toma a Sincelejo, preámbulo ruidoso y nada oficial de las fiestas enerinas, en la que por lo menos 40 mil alocados mototaxistas daban la bienvenida a las “fiestas”. Muchos de ellos quitaban el silenciador a sus máquinas, se pintarrajeaban, se encapuchaban y se tiraban a las calles estrechas de la ciudad a celebrar la inclusión en una urbe donde la palabra contraria ha sido poco estudiada, pero por si una actitud de violencia. Desde la caída de las corralejas en 1980 las fiestas de Sincelejo quedaron al garete. Cuando quisieron ser rescatadas las toradas, llegó el paramilitarismo, que excluyó todo. No había permiso para otros espectáculos. El sincelejano raizal miraba por la rendija de las puertas como los poderosos- ahora armados hasta los dientes- se comían el mejor ponqué.  Las fiestas, desde que los bonos para subir a palco  encarecieron, se volvieron excluyentes. Y el negocio era tan bueno, que cobraban hasta por penetrar al redondel a hacerle mueca a los toros con un pañuelo, santiguados con una botella de ron blanco.
Y la cosa se fue apretando, porque los clubes de los ricos, donde también hubo cumbres paramilitares, no solo eran exclusivos de pocos, sino que entraron en crisis.  Para colmo, el Club Campestre, el más popular de todos, en manos de las mafias gatunas, desapareció de la memoria de la ciudad, hasta convertir  la avenida Las Peñitas en el primer trancón, pese al éxito (por la novedad) del almacén de cadena puesto allí. Las casetas, donde el pobre podía ver a Enrique Díaz o a los corraleros de Majagual, sentado en mesas decentes, desaparecieron con los conciertos excluyentes, donde empresarios con nexos poderosos y visión de político en acecho, se ganaban las maduras. Por esos días Diomedes Díaz paralizaba a la gente, que dejó de bailar para ver sus morisquetas de pie. Los reinados, rodeados de gente extraña, no llenaron el vacío. El Festival sabanero que debió ser una alternativa, cayó en la terquedad de un músico viejo que en su larga trayectoria jamás pudo organizar ni su propio conjunto. Las corralejas murieron en un comercio desmedido, penetradas por la sinvergüencería de  personas que se burlaron de la clientela, declarando ganancias risibles. Mientras eso pasaba, los únicos espacios verdaderamente populares (Los desfiles) se salieron de madre, no solo penetrados por agentes de carnaval, sino por el vandalismo. Las fiestas fueron parceladas políticamente y pronto Sincelejo perdió su identidad festiva. Entre tanto, el sector de los artistas, atacados por un ego enfermizo, empezaron  a mendigar espacios que a duras penas publicaban en folletos de papel de envolver azúcar.
Las fiestas en erinas iban muriendo, mientras el fervor por el cabecita de oro, no creció a la par de la ciudad, limitándose a la pasión de los viejos sincelejanos que se resistian a los pasos de una polis desmadrada, avasallada por un tráfico ruidoso e incierto y administraciones caóticas. En medio de ellas surgió un Alcalde que habilidosamente encabezó la toma de  las motos, mientras nos metía la mano en el bolsillo. Nos echó un  puñado de tierra en los ojos. Y se salió con las suyas.
Y ahora, después de todo esto, cuando las fiestas ni siquiera han sido anunciadas en un burdo cartel de muerto, yo estoy parado al lado de los niños que esperan las motos. La ciudad se ve caótica. Hay ambiente de guerra. Pasan camiones de la infantería de Marina que apuntas a todas partes. Un ciudadano viene en su moto pequeña, con su hijo de seis años adelante, se para en los estribos y hace una maroma, que le saca risa a los espectadores. Pasan motociclistas con la camisa de la selección Colombia. Otros llevan tatuajes y pañolones atados a sus cabezas. La Mayoría huyen, porque la Policía ha montado retenes.
El Alcalde ha cumplido una de sus promesas de represión: militarizar esta ciudad caótica. Es como el juego del gato y el ratón. Quitan las motos, pero no hay busetas para el transporte. Militarizan las calles, pero no solucionan el problema del agua. No hubo esta vez empalme. No era necesario. La fiesta de ellos continúa. Los desfiles, que cada vez son menos llamativos y una cabalgata recortada, irán a mitad de semana, para que la gente asista a la batalla de compositores, en donde no figura un solo representante de la sabana. Negocio redondo del antiguo socio del jefe.
Mientras oscurece en Sincelejo una sirena rompe el rumor de los adolescentes que esperan los rezagos de la toma malparida. Ellos se dispersan y se meten en sus casas. Viene un enjambre de verdes motorizados, quienes persiguen a un motociclista. El muchacho que huye se mete en su casa, en el barrio Las Mercede, a dos cuadras de la Troncal. Se arma la fiesta. La gente vigila, se aglomera, se pregunta qué hizo el muchacho. Llegan más policías antimotines, llega un camión, y al final sacan al muchacho que iba en la toma moribunda y se lo llevan con moto y todo. La represión ha triunfado y en el paladar de la gente queda un sinsabor.
Las calles estás llenas de retenes y vallas, cae la noche y la muchachada se dispersa. ¿Cuántos detenidos hubo? La toma fue de la Policía y los militares, las fiestas, señores y señores, han  muerto. Y calabaza, calabaza, cado uno para su casa.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Previous Story

Nutrida delegación del Atlántico en homenaje a Adolfo Pacheco

Next Story

Y ganó la Maluca !Ojo con el juego de manos!