El ahogado de a Bajera, un hermoso desconocido!

 

EL AHOGADAO MÁS BELLO DEL MUNDO QUE  SUCEDIÓ EN SAN JACINTO.

Por Alfonso Hamburger.

En este lugar estaba la laguna, hoy una cancha de futbol.

Muchísimo antes de que Gabriel García Márquez escribiera relato de un náufrago y el ahogado más bello del mundo, algunos San Ja cinteros que superan los ochenta años y otros que ya no son de este mundo, aseguran  y aseguraron , que en la laguna la Bajera, aterrada por la comunidad por una racha de ahogamientos extraños, allí fue hallado el que pudiera ser el ahogado más hermoso del mundo, que llegó a conmover a toda la comunidad de los Montes de María, que le hizo un entierro de ángel y que fue sepultado con todos los honores, pero nunca se supo de dónde había llegado.

Como internet permite corregir, publicamos este borrador, en espera de que surjan testigos que hayan conocido la historia, porque Miguel Manrique Barras, que va a cumplir 78 años, no conoció este caso, que muy seguramente cayó en  manos de García Márquez, quien acostumbraba ir a San Jacinto los fines de semana en busca de historias y ponía a tocar a los gaiteros, ante el descontento de Toño Fernández, “porque García era muy duro”.

Sucedió que la famosa laguna, acueducto del pueblo por décadas, ubicada donde hoy está la cancha de fútbol sintética Juan Ramirez Herrera, en la orilla de la carretera troncal de Occidente, empezó a ser escenario de varios ahogamientos extraños y en ella se metió una noche clara antes de ahorcarse, Saul Martínez Castellar, medio hermano de mi abuela Teresa Vásquez Castellar, a enlazar la luna con una cabuya.

También un camión que se iba prendiendo en la carretera fue metido por el conductor en la laguna, en un afán agonio de salvarlo. Fue aterrada por la propia comunidad, en un desesperado intento por evitar la racha de ahogamientos., comenzando los años setenta. Dato por confirmar.

Carlos Valderrama fue a inaugurar la Cancha Juan Ramírez Herrera.

Pero el caso más escandaloso fue el del ahogado más hermoso del mundo, un muchacho que parecía un ángel, de unos catorce años, del que nunca se supo su nombre ni de dónde venía.

El abogado Jimmy Romero  Janachet  dijo que lo supo de Adolfo Pacheco y de otros personajes ya desaparecidos.

Sucedió una mañana,  ya con el sol alto, en que se estaban bañando en la laguna un grupo de ciudadanos y el conductor de un camión que iba hacia Barranquilla, al ver la escena se entusiasmó,  parqueó el vehículo en la orilla, se bajó con el adolescente, se  despojaron de la ropa y se pegaron una zambullida, pero el muchacho al parecer se infartó.  Entre los otros bañistas alcanzaron a sacarlo moribundo y lo llevaron a la otra orilla, al frente de la casa del señor Pedro Rubén  Martínez, más conocido como galletica. Allí se aglomeró un gran número de personas, atraídas por el suceso, pero no tanto por el ahogado, que ya no era novedad, sino por la hermosura de aquel muchacho. Era una especie de ángel que había llegado para morirse en San Jacinto y salvarlos del pecado.

Algunos lo describieron como los ángeles que vienen en los libros de arte,  a full color, con pelo largo y frondoso, rubio, de ojos azules, nariz recta, cejas coposas y bien delineadas, de bello cuerpo torneado como en madera fina, brazos, manos y pies de ángel, largas, dedos y uñas   bien pulidas.

Dicen que daba la sensación de quien está dormido y en cualquier momento va a abrir los ojos, porque no tenía en su rostro la tragedia ni el rictus de la muerte, sino la sonrisa pícara de la vida. Estaba serenito, como quien duerme una cumbia, plácidamente. No tenía herida por ningún lado ni señas de ahogado, porque no tenía moretones ni espuma en la nariz ni la boca, como signos de asfixia, nada. Tampoco estaba morado.  Lucia una pantaloneta de marca y no llevaba tatuajes ni ningún lunar que diera una pista de su descendencia. Media un metro con 78 centímetros y tenía el peso proporcional a su buena salud, 60 kilos. Era macizo y bello.

Como no daba señal de estar muerto y había la esperanza colectiva de que resucitara, poque alguien tan bello no podía morirse así no más, a alguien se le ocurrió llevarlo al centro del pueblo para que lo rehabilitaran.   Buscaron la mejor vara por la que trepaban las gallinas a sus trojas y una hamaca de lampazos azules. Allí lo llevaron en hombros una multitud, donde Nicolasito Reyes, que estaba de año rural. El médico comprobó que no era fingida su muerte. Que entraba al no tiempo. Pura filosofía existencialista, no es el tiempo el que pasa, somos nosotros los que pasamos por el tiempo.  Y ya en aquel ángel no habitaba el tiempo.

Se supo inicialmente que el conductor del camión  había desparecido de repente,  sin dejar huellas, pero algunos dijeron que no era nada de éste, que lo había recogido en el camino  y que le había dado un chance, pero que no sabía siquiera su nombre ni de dónde provenía.

La solidaridad del pueblo san jacintero se puso a prueba. Brotó en forma espontánea. La noticia del ahogado más bello del mundo se regó como pólvora. Tenían que darle la más digna de las sepulturas. Lo primero fue comprobar que no tenía familia en San Jacinto, poque estaban completos, y por la característica de sus rasgos extraterrestres, no era de por estos lares.  Empezaron a disputarse el honor del sepelio.  Mandaron a buscar el mejor ataúd en la carpintería de Don Blas Panza, que tenia talla de ministro y de poeta y que era, además, coleccionista de música clásica.

Se dividió el pueblo en dos bandos. Los de la Bajera querían el sepelio en el cementerio del barrio Abajo. Los de arriba en el de la Gloria.  Decidieron darle un sepelio de obispo.  Lo prepararon para tres días, en espera de que llegara alguno de sus familiares, mientras le hacían todo tipo de homenajes.

Toño Fernández cantó las mejores zafras, Andrés Landero le dedicó sus mejores cumbias, Adolfo Pacheco  adelantó algo de lo que sería su majestuosa obra, y todos los poetas y músicos de San Jacinto se fueron turnando. Hicieron un plebiscito para establecer en què cementerio sería sepultado aquel ángel que había escogido a San Jacinto para su muerte, sin estridencias y sin dolor. El alcalde de turno hizo decreto de honores y ordenaron Izar la bandera a media asta, en honor a su belleza. Adolfo Pacheco hizo sus balbuceos poéticos.

Al final ganó aquella especie de plebiscito el cementerio de la Gloria, donde una familia pudiente ofreció su mausoleo para que reposaran los restos del ahogado más lindo del mundo.

Por la tarde del tercer día, reposado el sol,  se aprestaron llevarlo a la última morada, con estaciones en cada esquina, en las que hubo discursos y cánticos, hasta que, al  llegar a la puerta del cementerio se presentaron los padres del ahogado, en un carro Ford de los antiguos y trataron de llevárselo, pero la multitud no quiso.

Nunca se supo su nombre ni de dónde era, porque sus padres, al ver que San Jacinto se había apropiado de su legado, desparecieron tal como llegaron y nunca se conoció de ellos.

Nota, si usted conoció de este sucedo, hable ahora o haga silencio para siempre. Celular 3013564752. WhatsApp

 

 

 

 

 

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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