El día Mundial del Sabanero

 

UN SUEÑO HEVCHO REALIDAD!

-La dinastía de Los Lora

 

Por ALFONSO HAMBURGER.

 

Me contaba el maestro Adolfo Pacheco, que los Lora de San Jacinto, los blancos, monos y ojos claros, eran los de Mane Colón y por los lados de su primera esposa Judith Lora, madre de cuatro de sus ocho hijos, parientes del odontólogo Marquitos Sierra. “Los orgullosos sin plata”, según reza el mismo autor, en el disco “El Pechichón de mamá”, dedicado a su hijo Miguel Adolfo.

Los Lora Lentino, que conforman los hermanos Lora, grandes batalladores del folclor y quienes encarnan el  orgullo sabanero, provienen de otra estirpe. El vástago principal era un moreno simpático, que casó con una Diago rubia, ojos azules, pecosa, que provenían de San Juan Nepomuceno. Los Lora Diago, una gran estirpe sabanera, tan grande como Los Matera, que llegaron solteros de Italia y emparentaron con los Pereira. Uno de los Lora Diago, Alberto, contrajo matrimonio con Lina Lentino, una mujer hermosa, de ascendencia italiana, que es la madre de los Lora Lentino, una camada de muchachas y muchachos simpáticos, que nacieron en el marco de la plaza, en el mejor momento del folclor San Jacintero. Todos tocan y cantan, pero entre quienes sacaron más la casta y la belleza de esa trietnia,  sobresalen Juan Carlos y Eduardo Luis, verdaderos adalides del folclor. No es mentira, pero después de “la hamaca grande”, la canción más escuchada en San Jacinto se llama “Huellas imborrables”, de los Hermanos Lora. Allí peleando con “Mis canas” de Miguel Manrique, tema ganador del primer Festival Bolivarense del Acordeón en 1976, en Arjona y con nueve versiones.

Juan Carlos y Eduardo Lora, los hermanos Lora.

Tuve el privilegio de estar de vuelta en San Jacinto por ocho meses después de treinta años de errancia por mis sabanas con la grabación del Gurrufero y todos los días en alguna parte  del Sitio sonaba una canción de Los Hermanos Lora. Ellos supieron conquistar ese espacio, especialmente entre los jóvenes, en medio de la guerra territorial que padecimos. Es un una crónica de la nostalgia, un repaso del pueblo, desde el vendedor del Guarapo, hasta las filas del Instituto. No es necesario poner el apellido Rodríguez, porque decir instituto ya es una impronta educativa. Un sello.

En el Hotel Montes de María se grabó El Gurrufero.

A propósito de Miguel Manrique, éste me dice que una vez llegó  a San Jacinto desde Bogotá de pagar el servicio miliar, se “encarretó” para Barranquilla en busca de porvenir, pero allá tuvo un accidente en una motocicleta. En la clínica donde fue atendido, trabajaba el doctor José Lora Diago (Pepe), quien abogó por que Manrique no pagara un centavo. Ese es el sentimiento solidario del San Jacintero, que aflora en todas partes. La mayoría de los Lora Diago asumieron carreras de la salud y en San Jacinto tuvieron una farmacia donde se vendía desde yodo hasta una inyección contra el mal del olvido. Por dentro del pueblo pueden haber criterios encontrados, pero por fuera todos somos una misma familia.

Estos muchachos (JK y Eduar)- que siguen jóvenes   pisando los sesenta y aun en ellos no ven la manera de ponerse viejos- son unos privilegiados. Ahora le dicen los baby room, una generación no bautizada, jóvenes y con experiencia, donde la palabra envejecer no aparece en la agenda.   Recibieron ellos un privilegio y a la vez una misión, un compromiso. Desde que abrieron los ojos empezaron a respirar música. Alberto Lora Diago, el padre, era un tipo simpático, bohemio, que alcanzó a ser alcalde, y quien le presta la voz de  a Adolfo Pacheco, con el acordeón de Roy Rodríguez, una impronta que iba encadenada. Unos iban subyugando a los otros, en hilera. Toño a Landero, Landero a Adolfo, Adolfo al resto y en el medio el compadre Ramón.

                                                                                                                                              Juan Carlos Lora, cantautor.

En lo alto estaba Toño Fernández, poeta que todo lo convertía en son y quien nos dios la identidad, esa jerarquía de creernos más que todo el mundo. El temperamento. Toño, me dijo Encarnación González, su esposa-a la única canción que no le cambió la letra fue a “Candelaria”, al resto siempre les ponía versos nuevos. Después siguió Andrés Landero, rey de la cumbia, quien subyugó la obra del benjamín de todos: Adolfo Pacheco. Y le puso su impronta que marcó la obra del juglar vivo más grande de Colombia. Los arreglos de la hamaca grande( 1969), sin la nota de Landero, no existe. Fueron unos arreglos que surgieron cuando estaban subidos en una troja en la ciénaga de Zapatosa, interpretando otra canción, siendo Adolfo el guacharaquero y ahí le dijo: “Compadre, cuando me grabe la hamaca grande, métale esos pases”. Y Landero, para que no se le olvidaran, duró veinte minutos con el mismo pase, hasta que la gente se cansó y les pidió otra.

 

Y detrás de esos tres gigantes, surgió un genio silencioso nacido en 1936 en el barrio Yuca Asá, hijo de otro acordeonista( Felipe) que se disfrazaba de tigre, Luis Ramón Vargas Tapia, el compadre Ramón, humilde e inteligente, quien tenía la virtud de coger una pieza maluca y ponerla bonita. Como los buenos jugadores, recibía un balón cuadrado y lo regresaba redondo.

Comenzando los años setenta, cuando surge la hamaca grande y Don Rodrigo Barraza se inventa una feria artesanal y ganadera y lleva a San Jacinto grandes orquestas, como la de Lucho Bermúdez y Nelson Enríquez, que graba varios vallenatos y sabaneros, los niños Lora Lentino jugaban por la plaza. Fue la_ época cumbre de San Jacinto. Todos los grandes estaban vivos. Los Hermanos Lora hacían fila en las calles para ir al Instituto Rodríguez y luego plasman todas esas vivencias en sus canciones.

Apoyados en la guitarra, que les agudiza el oído, y después con la moda del acordeón, Los Hermanos Lora Lentino, empezaron a guerrear. No solo tocan y cantan, sino que componen. En este renglón, Juan Carlos sacó la cabeza, con temas como el poder de una canción o huellas imborrables y otras del ambiente universitario que enganchaban la juventud, pero Eduardo Luis no se quedó atrás, sino que le dio espacio a su hermano mayor, hasta que un día sacó su propio repertorio.

Fueron más de veinte festivales, que eran como las redes sociales de ahora. Juan Carlos se batió en Sincelejo con una canción que sacaba una bandera blanca, en medio de la batalla de sabaneros y vallenatos. El poder de sus canciones sigue vigente.

 

A la par de las grandes cosas del folclor, en esos años sesenta, se empezaban a dar las primeras revueltas estudiantiles y marchas campesinas en reclamo de la tierra. Fue donde la familia Lora Lentino se establece en Barranquilla, pensando en la educación de sus hijos, quizás siguiendo la huella del viejo Miguel, que marcó todo un derrotero.

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La historia no está escrita aún. En  Barranquilla se estableció Lucho Benacur Arrieta desde sus años juveniles y se ubicó al frente del parque de la 74, y cuando se recrudece la violencia en Los Montes de María, todos concluyeron en esa zona de distensión.  El Carnaval de Barranquilla recibe el 80 por ciento de su puesta en escena desde Las Sabanas. En ese paquete va la música tan diversa, que no solo es acordeón y gaitas, sino gallos, artesanías, gastronomía. El encuentro de Colonias, donde Adolfo Pacheco se hace rey, tiene una etapa cúspide, cuando se hacía espontánea, en el parque abierto, pero empiezan  allegar personajes grandes de todo tipo, entonces tienen que darle seguridad con el cercamiento. Se empiezan a organizar como debe ser. Se le da prioridad a la expresión sabanera.

En todo ese proceso están los hermanos Lora, que a la par van ganando concursos y congos de oro. Ya es una expresión más moderna, pero sin dejar las raíces San Jacinteras. Hacen casi de todo. Entran en la moda de la separación, Eduar Graba con Iván Ovalle , mientras Juan Carlos lidera procesos en Sayco y Acimpro.  Cuando ve que la competencia es muy fuerte, se organizan. Se vuelven empresarios.

Hacen eventos culturales que van  más allá de la música, presentan un espectáculo cultural en el teatro Heredia, donde realizan un merecido homenaje a Don Rodrigo Barraza Salcedo.  Fue un acto emotivo, sublime, el san jacinterismo allí se desborda.

Los hermanos Lora han marchado a la par de la historia. Se vuelven innovadores, no solo en el avance musical tan necesario, sino que hacen video clic, giras de medios, corredurías, sancochos, y muchas cosas más.

La realización del día mundial del sabanero, que se lleva a cabo el próximo domingo, es un sueño cumplido de Juan Carlos, un hombre muy valioso y educado, cordial, según palabras de Rosendo Romero.Antes de esta fecha historia, Juan Carlos busca un filón que lo hace más humano, como es abordar la musuca gospel, para estar más cerca de la espiritualidad, mientras Eduar toma la mejor decisión de su carrera: se vuelve un juglar que compone, toca y canta, con un homenaje al maestro Adolfo Pacheco.

Mas adelante, Eduardo hace dos bandas musicales de gran trascendencia, una al programa EL Gurrufero y otra a la serie  como como como canto, del reconocido periodista Juan Carlos Diaz ( otro grande del Sitio), ambas para Telecaribe.

Sin duda, esta reseña se queda corta para reconocer a estos baluartes  de nuestra rica y variada música sabanera.