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Una crítica profunda a «Medusa»: mito, clichés y el engaño ético en Netflix

Por: Marialis Hamburger Cárdenas

En el agitado mundo de las series, pocas propuestas han provocado tanto interés y expectativa como «Medusa». Esta producción no solo ha desatado discusiones por su estética y su historia, sino también por cómo maneja mitos y realidades de la cultura costeña colombiana. La serie, que busca darle un nuevo aire a la leyenda de Medusa, enfrenta el difícil reto de sobresalir en un mercado lleno de fórmulas ya probadas. Lo curioso es que, en medio de toda la polémica, Netflix se jugó una carta arriesgada con su publicidad: contrató al famoso abogado Abelardo de la Espriella para liderar la campaña, una jugada que generó miles de teorías entre los colombianos y que, a la vez, puso en tela de juicio la moral y la ética publicitaria del sector.

Desde el comienzo, «Medusa» engancha al espectador con una escena impactante: Bárbara Hidalgo, la protagonista, se salva de milagro de un intento de asesinato cuando estalla el yate en el que viajaba. La investigación del caso se cierra rápido, catalogándolo como un accidente, pero un detective decide investigar más a fondo la verdad. De inmediato, todos los miembros de la familia Hidalgo se vuelven sospechosos. Con este inicio tan rápido, la serie promete ser un thriller de misterio bien hecho, pero pronto cae en los lugares comunes del melodrama de siempre.

Aquí es donde aparece la gran contradicción: «Medusa» tiene un equipo técnico y de actores de primera, lo que hace aún más raro que termine usando la misma fórmula ya gastada de muchas producciones colombianas. Parece que la industria está atrapada en un círculo vicioso donde el «culebrón» es la única opción que funciona. No importa lo prometedora que sea una idea, al final termina siendo absorbida por los clichés de la telenovela: personajes exagerados, problemas llevados al extremo y una estética que no se sale de lo tradicional.

Por ejemplo, la serie repite clichés que ya hemos visto en otras producciones como «Sin Tetas No Hay Paraíso» y «Escobar, el Patrón del Mal», donde las mujeres son mostradas como objetos sexuales y los hombres como poderosos sin piedad, reforzando estereotipos que han sido criticados por simplificar la complejidad de la sociedad colombiana.

La forma en que se muestra el Caribe colombiano es otro de los puntos débiles. La serie mantiene la visión de la región construida desde el interior del país: una división entre ricos superficiales, vestidos como si fueran a bodas en Cartagena, y personajes de clase baja que solo parecen existir entre butifarras, cervezas y frases vulgares como «Care ñame» o «Culo de elegancia». El guion incluso juega con combinaciones como «bollo e’ yuca con butifarra», ignorando la diversidad de la comida de la región caribe, como el mote de queso o el sancocho de carne salada. ¿Por qué seguimos viendo representaciones tan pobres de una cultura tan rica y compleja?

Contexto y antecedentes: el panorama audiovisual colombiano

Para hacerse una idea del alcance real de «Medusa», es clave analizar su lugar dentro del panorama general del cine y la TV en Colombia. En años recientes, la producción audiovisual local ha seguido caminos trillados que, si bien aseguran ganancias, han frenado la creatividad. La serie refleja justo esto, donde lo nuevo se sacrifica por lo ya probado. Un buen ejemplo es cómo se muestra el acento de la costa, que a veces busca ser real pero otras se burla, mostrando la tensión entre mostrar la riqueza cultural y caer en clichés que restan valor a la historia.

La anticipación por el debut de «Medusa» creció con rumores en redes. Netflix avivó el misterio al contratar a Abelardo de la Espriella para promocionarla, lo que provocó teorías sobre una posible demanda contra la serie. Si bien esto llamó la atención, también levantó dudas sobre si fue ético engañar al público con publicidad y jugar con sus expectativas.

Cómo se ve al costeño y la charla que generó

Otro punto importante es cómo se pinta al costeño en la serie. «Medusa» subraya dos ideas típicas: el adinerado superficial, que solo triunfa por su plata, y el humilde rumbero, que solo toma trago y dice «monda». Esta visión limitada debilita la trama e impide crear personajes profundos y de verdad. En vez de probar cosas distintas, la serie prefiere lo que ya se sabe.

En definitiva, «Medusa» no es solo una serie, sino un fenómeno que refleja los desafíos y las paradojas de la narrativa audiovisual actual. Su mezcla de elementos míticos y cotidianos, junto con una estrategia publicitaria que desafió los límites éticos, invita a una reflexión profunda sobre lo que buscamos en el entretenimiento. Por un lado, se premia la familiaridad y el confort de los clichés; por otro, existe una creciente demanda por propuestas auténticas que arriesguen y sorprendan.

En resumidas cuentas, «Medusa» trasciende la mera serie; es un espejo de los retos y las contradicciones del relato audiovisual moderno. Su amalgama de lo mítico y lo mundano, aunada a una promoción que bordeó lo éticamente aceptable, suscita una honda meditación sobre nuestras expectativas en el ocio. Se alaba, por un lado, la comodidad de lo conocido y lo trillado; por otro, se anhela con fervor lo original, lo que arriesga y asombra.

Esta valoración no busca solo detallar aciertos y errores, sino propiciar un debate sobre el avance del sector. Es una invitación a autores, empresas y al público a reconsiderar la relevancia de narrar historias que proyecten fielmente la riqueza y complejidad de nuestra sociedad. La controversia sobre la campaña de «Medusa» es, en esencia, una señal de una industria que oscila entre la certidumbre de lo seguro y el vértigo de lo nuevo.

La pregunta que queda en el aire –y que debe ser motivo de debate en cada rincón del país– es si estamos dispuestos a transformar la manera en que concebimos el entretenimiento. ¿Seguiremos petrificados ante la repetición de fórmulas gastadas o nos atrevemos a buscar la autenticidad en cada narrativa? La respuesta, tan compleja como la mirada de Medusa, puede marcar el inicio de una nueva era en la que la innovación y la ética se den la mano para construir un futuro en el que el cine y la televisión sean verdaderos reflejos de nuestra realidad.

Con este análisis, se invita a todos los lectores a cuestionar y debatir: ¿Es la estrategia publicitaria de Netflix un ejemplo de creatividad audaz o una transgresión ética que sacrifica la verdad en aras del impacto? Y, sobre todo, ¿Qué historias estamos dispuestos a contar y a consumir en un mundo que clama por originalidad y transparencia? Porque, al final, cada mirada, cada teoría y cada crítica es un paso más hacia la transformación de un medio que, pese a sus limitaciones, guarda en su interior el potencial de inspirar cambios profundos en nuestra forma de ver el mundo.

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