Omar Figueroa Turcios
Un corozaleño, campeón mundial de caricatura.
Por Alfonso Hamburger.
Alfonso Hamburger, autor de esta nota, y Omar Figueroa T.
En la casa de Los Figueroa Turcios en Corozal, floreciente población sucreña, siempre hubo tienda, de tal suerte que a Omar, uno de los pequeños hijos de la familia fácil le fue empaparse de aquellos paquitos que colgaban en las cabuyas en medio de la abigarrada colección de artículos que vendían al por mayor y al detal.
Los paquitos- así les decían a las tiras cómicas en la época- colgaban de las cabuyas peleándole el espacio abigarrado a las abarcas tres puntas, a los aperos para las bestias y a los racimos de guineos. Era una tienda popular pueblerina, de esas en vía de extinción. Los niños compraban media libra de azúcar y una papeleta de Café Almendra Tropical de 35 centavos y pedían la ñapa de un guineo. Cuando les escondían los platanitos primero preguntaban si había guineos y si la respuesta era positiva decían: “Véndame media libra de queso y me da la ñapa de una guineo”. Allí estaba la trampa, primero preguntaban por la ñapa y después por el producto.
A esa imaginación pueblerina, el niño Omar Turcios, bordón en una familia de ocho hermanos- cuatro hombres y cuatro mujeres- aquel ambiente mágico lo fue marcando para lo que sería su oficio: Caricaturista.
Su padre Olimpo, reconocido poeta corozalero, lo alcahueteaba en sus inicios en el arte del lápiz y el papel. “Heredé esto de mi papá. Él tenía mucha chispa para el humor, hacía versos en los papeles en que envolvía el azúcar”, dice Omar, quien estuvo en Corozal y vino a despedirse un poco de aquella tienda mágica en que dio sus primeros trazos de pintor de realidades. Se posó en el vano de la puerta otra vez en una de aquellas esquinas solariegas y caminó por las calles corozaleras en medio de la fragancia que acababan de dejar las Juanas. Se despidió de sus amigos y de Narciza, su mamá, a quien ha homenajeado en vida, con el seudónimo que utiliza en algunas de sus caricaturas: Turcios, que es el apellido de ella.
En algunas medios, las caricaturas las firma con el apellido de su madre y no de su padre, a quien le hace otro tipo de homenaje, siendo bueno. “Es un homenaje constante a ella en vida”, aclara, con orgullo. “Ahora que me voy a España, tendrá otro lugar donde visitar”. Ella visita uno a un sus hijos, ubicados en varias partes del país.
“Mi padre me descolgaba los paquitos de la cabuya de la tienda y yo hacía cualquier garabato, entonces él mostraba aquello como un trofeo”, recuerda Omar, un poco nostálgico, pues su padre murió en 1987, sin poder disfrutar de sus éxitos.
“Yo calcaba con gas los dibujos. Ese era el truco mío cuando el dibujo era muy difícil”, sostiene Figueroa Turcios, más nostálgico aún, porque estaba en las vísperas de su viaje a España, donde se radicó con sus lápices y sus acuarelas y con su esposa, la también caricaturista, Adriana Mosquera Soto, la Nani.
II DEL VIAJE A CURRAMBA
Otro aspecto resaltante en la vida de Turcios o de Ofit, el famosos caricaturista de El Tiempo y El Espectador, fue su viaje a Barranquilla. La familia, compuesta por Filocares (que en italiano quiere decir hijo querido), Nira, Francisco, Mabel, Celmira, Luvinia y Oscar, buscaba en la capital costeña nuevos horizontes. Omar había estudiado primaria en Corozal, en medio del desorden de ir de un colegio a otro (la Normal y El Instituto Corozal).
La llegada a Barranquilla le impresionó desfavorablemente, como a cualquier niño de provincia que está acostumbrado a jugar fútbol sin zapatos.
“A los 11 años me llevaron para Barranquilla. Me dio muy duro, me decían corroncho”, recuerda. Sabía, como Adolfo Pacheco, que la ciudad tiene su afán, su misterio para el provinciano.
No se interesaba en el estudio. No era bueno en ninguna materia, nada le llamaba la atención. Sin embargo, terminó sus estudios en el colegio San Judas Tadeo, con una beca, tras ser el primer alumno de Primero de bachillerato. ¿Qué tal si le hubiese gustado?
“Si no fuera caricaturista me hubiera gustado ser guitarrista vallenato”, dice Omar, quien es amigo de Rosendo Romero y otros valores de la música de acordeón, quienes le enseñaron a medio rascar las cuerdas de una guitarra. Pero pudo más el lápiz que la guitarra. Después del bachillerato lo atrapó definitivamente la caricatura. La Academia de Marcel Lombana, de Barranquilla, le ayudó a desarrollar lo que le había inculcado su padre, en la tienda de Corozal.
III MI PRIMERA CARICATURA
Como costeño que se respete, su primer amor de papel fue El Heraldo. Su primera caricatura, publicada en el Magazín Deportivo del diario barranquillero, que dirigía Fabio Poveda, en 1985, fue portada. Miguel “El Happy” Lora iba a pelear campeonato mundial y su hermano Francisco, que estaba vinculado a Diario del Caribe, le propuso que la hiciera. La mandó con alguien y ese otro día la vio publicada con sorpresa y alegría. Después Poveda le solicitó que pintara a Julio Cesar Uribe, cuando el jugador Inca llegó de la selección a jugar por primera vez con El Junior de Barranquilla.
Después de varias caricaturas para El Heraldo, apareció Diario del Caribe y se lo llevó. Fabio siguió preguntando por él y siempre que se encontraba con Francisco, quien se lo había recomendado, le mamaba gallo “Vea, tu hermano te está superando”.
Omar confiesa, que tres de sus hermanos vinculados a los medios, han influenciado tanto como su padre en su carrera de caricaturista.
IV.BOGOTÁ Y LA NANI.
En Bogotá Turcios no sólo se consagró como uno de los más grandes caricaturistas del país al ser trasladado por El Tiempo desde Barranquilla (Ha ganado 11 concursos, entre ellos el campeonato mundial de caricatura), sino que halló la mujer perfecta para seguir pintando la vida. Fue una conquista a punta de lápiz, trazos certeros y mucho humor. Adriana Mosquera Soto ( La Nani), con quien tiene un niño de seis años (David David), es creadora de la tira cómica Magola, que se publica actualmente en forma diaria en un prestigioso diario colombiano. Es, además, ilustradora de varias editoriales educativas. Ha expuesto dos veces en Europa.
Casado con una mujer que ataca el machismo con humor, Omar Figueroa Turcios dice que aquello no es problema “ porque en casa yo soy el que cocina y ella la que hace el aseo”.
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CARICATURA EN SERIO.
Es tan serio el arte del humor y de la caricatura que Turcios no ha vaciló la primera oportunidad que se le presentó para irse a trabajar en España, donde se entrevistó con los directores y editores de los diarios El Mundo y El País de Madrid. Hasta allá voló hace un año en octubre y se encuentra instalado en Alcalá de Henares.
Turcios todo lo ha ganado a punta de concursos y de sus trazos. Su viaje a Europa se lo ganó en un concurso de caricaturas, su apartamento en Bogotá lo adquirió a punta de caricaturas, su mujer es un producto de la caricatura y ahora en Europa acaba de ganar otro concurso mundial, en donde el modelo es el jugador brasilero Ronaldiño.
Admira al maestro Calarcá y a Negus, pero advierte que sus grandes maestros son los libros. Es casi autodidacta. Sabe que la caricatura resalta o exagera algunos detalles de los personajes y que, como el músico, se tiene que estar pendiente de la musa, de ese momento preciso para hacer la gracia. Pillarla. En su caso, es hacer el trazo perfecto, como en la caricatura de Hitler, premio mundial en la XIX Bienal del Humor en el Arte, que se celebró en Torinto, Italia, donde le ganó a 1300 cariacaturistas de todo el mundo. También ganó en San Antonio de Baños, Cuba, la Décima Bienal del Humor con un retrato de Yeltsin.
En su visita a Corozal, antes de viajar a España, Omar no es aquel muchacho de cabellos rizados que le pintaba las caricaturas a Poveda.
Con su cabeza rapada, a lo ronaldiño, y sin el tradicional atuendo de los caricaturistas del pasado, Omar se confunde con los demás que parrandean y comen sancocho en una fiesta familiar en Corozal. Ofit y Turcios se quedaron para siempre en Bogotá.
THE END.