Ni tumbas ni cruces del 20 de Enero
En el cementerio de Sincelejo, 41 años después de la tragedia no quedan tumbas ni cruces. Y si quedan no existen nombres. Los huesos se volvieron polvo de olvido. Y ni el paso de los años amaina el dolor. Es un dolor congénito, casi inevitable, que cargan varias generaciones. Sobre el espacio donde se derramó la sangre, que debió convertirse en un monumento a las víctimas, se hizo un campo de fútbol y se volvió a bailar, pero Sincelejo ya no fue el mismo.
Desde entonces la ciudad parece marchar sin rumbo y cada fiesta, con variados inventos, ha fracasado. A la par de la tragedia, por algunos atribuida a Dios, y cuyos muertos jamás fueron precisados, surge paralela otra tragedia, la de las masacres, cuyo dolor se volvió congénito y seguirá en varias generaciones. Nos tocará aprender la lección, aunque tarde. Mientras en las 62 masacres cometidas por guerrilla y paramilitares en nuestro territorio sabanero a las víctimas se les ha brindado asesoría sicologica , como en El Salado o Chengue, aunque no suficiente, los huérfanos de las corraleja aún siguen arrastrando aquel lastre del olvido.
El gran monumento a las víctimas de la corraleja para celebrar 40 años, según lo propuso el artista plástico Juan Carlos Ibañez, quedó atrás. Ya ha pasado un año y nada, mientras se vino otra plaga que ya está a punto de superar el número de muertos incontados del veinte de Enero. El dolor, señores, es fecundo, tanto como el olvido.
Alfonso Ramón Hamburger, desde la sede del Gurrufero,en San Jacinto.