Se impone la sabana en Valledupar!

 

Mi punto de vista .

ASISTIMOS A LA MUERTE DE LOS ESTILOS.

Por  Alfonso Hamburger

El vallenato, es, sin duda, la voz de Colombia, un país polarizado en dos fuerzas —me lleva él o me lo llevo yo—, que ha ido cambiando a la par que Colombia cambia. De las trochas y caminos rurales, llegamos a las carreteras 4G y ahora a las autopistas digitales, donde se concentra la promoción. De las canciones rupestres, como la misma pintura, que hacía cuadros de la naturaleza, pasamos a la pintura abstracta. El vallenato pasó de la crónica a la poesía, a la elaboración de canciones con un método, como el que se idearon Adolfo Pacheco y Rafael Escalona para superar los versos de cuatro palabras, que eso lo hacía cualquiera.  Algunos usaron las grabadoras para copiar melodías, otros una libreta de apuntes,  y surgieron  canciones modelos como “El Viejo Miguel” de Pacheco y “Mujer conforme”, de Máximo Móvil.

Aunque cabe notar, como todo proceso, hay casos de involución y de evolución.

El vallenato, como el bostezo, como el periódico que es, fue cambiando con la evolución del país, para bien o para mal. De lo rupestre —cantarle al verano, a la primavera, a la mujer y al puerco manado, a la chencha—, pasamos a cantarle a la tecnología. Invadimos el imperio del bolero.

En medio de los mitos que se fueron tejiendo en torno del festival vallenato, surgió la inteligencia de la dirigencia – astucia, más que todo- del Cesar para lograr su cometido. La máxima competencia de su escuela y su estilo – picado, alegre, de notas cortas- era sin duda la escuela sabanera, que Gabriel García Márquez, descubrió como muy lirica y variada, de notas largas y pausas  y disonancias rítmicas, que es donde se define hoy el rey vallenato. Tienen notas barrocas.  Eso fue lo que mató al pollito Herrera, al desmigajar las notas y olvidarse de las pausas, según refiere mi paisano lucho Alandete.

La primera víctima, con la masificación del vallenato, han sido los estilos, donde sigue primando la nota sabanera, que llevó Aniceto Molina a Valledupar, cuando aún no habían surgido los hermanos Zuleta y apenas llegaba Nicolás Colacho Mendoza, aquejado por una guerra familiar. La nota sabanera, tan cuestionada, cuando Andrés landero convirtió un cumbión en puya, al final fue decantando una expresión. El festival ha sido un experimento, quizás doloroso, pero ha ido buscando sus causes y a medida que pasa el tiempo, se han ido curando heridas y las miradas han sido más reposadas, sin desconocer que había un molde, unos ídolos que  se iban alternando en el trono, en medio de los sabaneros, que empujaban , desheredados, pero insistentes. Ahora dicen que fueron los periodistas los que atizaron la hoguera, porque entre los músicos siempre existió la camarería de colegas. En Sincelejo, según el maestro Felipe Paternina —muy afectado por haber nacido en Corozal y ser Sabanero— un periodista se inventó el absurdo de la trisonancia, que no existe.

“Deja que ellos se desocupen, porque faltan Colacho, Luis Enrique, los López”, le dijo Adolfo Pacheco a Landero, desesperado por la corona.

El plan, el molde, se los desbarató Alfredo Gutiérrez. La cabalgata no iba a ser limpia, porque se colaron algunos, que, a la postre, priman en la música tecnificada de hoy, con unas finales muy parejas, donde muchachos de manos finas y rápidas, se confunden en el estilo.

Cuando empezó el proyecto de Valledupar para promocionar al nuevo departamento, había secretos añejos de cada una de las escuelas, que el festival empezó a socializar y a mezclar, porque el ambiente influye en los artistas, como le pasó a Calixto Ochoa en la sabana.  No había reglamentos. No había canciones inéditas. A los acordeonistas los probaban a ver en qué categoría iban a participar. Crearon una absurda categoría semi profesional. Andrés Landero presentó la hamaca grande sin inscribirla y Luis Enrique Martínez, pidió que lo dejaran de último porque estaba tocando una parranda. llegó bastante tomado y con la voz ajada por el trajín de la parranda, entonces lo derrotó con tino un tal Alberto Pacheco, que no era ningún pintado en la pared. Era un músico culto, trajinado, muy técnico, que fue asesorado por Colacho Mendoza, mientras Martínez  se distraía en su vida de juglar sin pisadas apresuradas sobre el asfalto. “Toca más rápido y alegre, pero date pausas”, fue el consejo de Colacho a Pacheco. Le salió al tigre al pollo.

“Pacheco hizo una actuación impecable, sobrio, magistral”, dijo Jaime Pérez Parodi.

Dicen que quienes estaban en la plaza vieron ganador a Pacheco, por la forma como se presentó Martínez. Quienes manejaron el dolor de la derrota vendieron la idea de que para colmo Pacheco era barranquillero. Se repetía la historia del viejo Emiliano y que iba a repetir Landero más adelante.

Lamentable la muerte de Pacheco, quien había regresado a Barranquilla y volvió a Valledupar, porque no cuajaron sus proyectos en su tierra natal. Murió muy joven, en una muerte muy parecida a la de Juancho Polo y Diomedes Diaz. Bebía demasiado.

La presencia de músicos sabaneros, cuando Valledupar empieza a ejercer como centro, fue vital en el festival.  Los sabaneros llevan los coros y los cueros , incluso las cuerdas, los uniformes y todo se va decantando.  La presencia de Nacho Paredes, Gabriel Chamorro, Johny Cervantes de Salamina, Adalberto “la penca” Mejía, Virgilio Barrera, Aniceto Molina, y Lucho Campillo — abuelo de Jaime Luis Castañeda Campillo, actual rey- fue vital en la consolidación del proyecto expansivo.

De estos músicos sabaneros que se radicaron en Valledupar, donde recibieron todo tipo de apoyo, lo que existe es gratitud, porque los vallenatos cayeron en cuenta, que el primer plato de comida que debía ser servido era para los músicos. Les dieron importancia y dignidad.

La gran escuela vallenata es la Guajira. Sin embargo, el aporte de Córdoba, que no tenía mucha tradición en el acordeón, ha sido vital. Lo demuestra la presencia de Aniceto Molina en Valledupar, cuando no había mucho acordeonista en aquella ciudad. Aniceto después fue el Dios Diómedes en el mundo. Fredy Sierra, rey a pesar de todo, con el manejo supremo de los bajos, con notas largas. Camilo Andrés Molina Luna, ganador de categorías menores y finalista en este año. Sara Arango, reina mayor, de la Apartada. Y Jaime Luis Castañeda Campillo, nieto de Lucho Campillo, de Cereté, rey sabanero, supremo en las disonancias rítmicas.

No en balde, en planeta Rica, se radicaron dos grandes, Alejandro Durán- que fue el patrón musical del nuevo rey- y Enrique Diaz.

Se puede decir, que el proyecto vallenato fue un experimento que se fue haciendo en el camino.  Los primeros concursantes ya eran casi de la tercera edad. Durán tenía 49 años al ganar en 1968. Landero 37 en el segundo festival.  Calixto 0choa 36. El rey Jaime Luis Campillo- prima este apellido- como el de la Ossa, tiene 34. Alfredo Gutiérrez tenía 31 EN 1974.

En los años ochenta vino una pléyade de jóvenes que aún mantenían cierto estilo. Eran los más apegados a la nota tradicional, como Egidio Cuadrado, Pangue Maestre, los Meza Reales, Julio Rojas, Beto Villa. Se siente la rutina vallenata con mayor nitidez. El último estilo que se siente es el de Emilianito y Felipe Paternina. Muchos fueron reyes y nadie los menciona. Después viene la escuela de Juancho Rois, con notas más largas y sinuosas. Más barroco, que rompe el clasicismo.  No ganó, pero los asusta. Hoy la nueva ola bebe en sus fuentes.

Ahora, los cinco finalistas de anoche tocaron casi igual. Se han tecnificado tanto, que se ha ido perdiendo el sabor. Son jóvenes que juegan con el acordeón, tocan sin asco, como si se burlaran del instrumento. Son artistas muy profesionales, que visten bien, con zapatos deportivos- la mayoría blancos- camisas ajustadas al cuerpo, con buena expresión corporal, bailan, pocos cantan, y que andan en la nueva ola. Son músicos comerciales.

Aún quedan  algunos con nota tradicional, como William Torres,  que pese a su calidad, no avanza a una instancia superior. Ya se lo están cogiendo los años.

Otra desventaja, que pasa igual en los concursos literarios, es la gran cantidad de participantes, lo que dificulta la escogencia y dentro de los eliminados, se quedan muchos muy buenos.

Sin embargo, se tiene que hacer mucha curaduría en el vallenato, para derrotar a los mitos.

CODA.  Vi comentarios de Jaime Pérez  Parodi muy desatinados cuando habla del rey Calixto Ochoa, 1970.

1 El primer pueblo donde se radicó Calixto en la sabana, fue San Jacinto,  Bolívar, en 1953.  Allí se conoce  con Ramón Vargas, su guacharaquero, quien aprende los secretos de la técnica de acordeón. Le ponen por primera vez la correa al instrumento, que no lo traía de fábrica.

  1. Nola Maestre no vivía en Barranquilla, sino en San Jacinto, porque su mujer era Elisa Barras, nativa de allí. Calo llegó allí buscando a Nola, en compañía de Buenaventura, hermano de Nola y el Chu Castrillón. Pero estos se regresaron y Calo siguió su ruta al Carmen de Bolívar y…
  2. Calixto fue un gran intérprete del paseíto, ritmo en el que están los sabanales y todos los personajes, como Remanga y el Compae Menejo. Pero este ritmo no tiene nada que ver con el paseo vallenato. No se deriva de allí. Es un aire caribeño, que viene del jalaito. El primer paseíto se le atribuye a Carlos Martelo, del Piñón, Magdalena.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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