Hacia una cultura del disfrute (II). El festival del salto del Macabí.
El salto del Macabí puede ser un excelente nombre para bautizar un festival que integre todo el Golfo de Morrosquillo, a través de una muestra que no solo preserve los valores literarias, gastronómicos y musicales, sino que los proyecte
Los festivales folclóricos tienen dos propósitos, uno de proyección, otro de preservación. Y lo más importante, es que terrígenamente sean muy bien afianzados a nuestras raices. Y, sobre todo, que sean bien bautizados.Hubo un tiempo, en que el terremoto vallenato, que surge con la euforia del festival de Valledupar desde la tarima Francisco El Hombre, en 1968. En la extensa sabana del viejo Bolívar Grande fueron muchos los pueblos que hicieron festivales vallenatos, porque la meta era Valledupar. Nos volvimos imitadores. Dejamos de sembrar en nuestra tierra para sembrar en tierra ajena. Nos importaba más ganar el festival de Valledupar, que los del porro en San Pelayo o el sabanero de Sincelejo. Esta modalidad se marcó más en la modalidad de conjuntos de acordeón, aunque en Sincelejo excluyeron la puya y el son por la cumbia y el porro. Y le adicionaron un cuarto instrumento, como la timba.
Arjona, Bolívar, por ejemplo, que hace el festival Sabanero desde 1976 , se convirtió en un satélite de los vallenatos. Hoy, por lo menos cinco hijos de Arjona, ganaron el festival vallenato en categorías menores, lo que ratifica que les interesaba más aquel estilo, porque las diferencias son estilísticas, más allá del porro o la cumbia. En San Juan Nepomuceno propusieron un festival nacional, en un principio de unidad, pero dejaron por fuera a la cumbia. Aquello, los san jacinteros lo vieron como una afrenta al maestro Andrés Landero, quien sucumbió ante Julio Rojas y hubo una noche en que Adolfo Pacheco fue excluido de las semifinales de canciones inéditas con uni tema que hoy es un éxito nacional. Ganaban los guajiros, bajados en casa de los directivos, que se abrazaban con whisky y buena comida. Los ánimos estaban encendidos. Igual pasó con Chinú, Caucasia, Sahagún, Cotorra y Lorica, cuyos festivales tenían un marcado acento vallenato. Los compositores nacidos en la sabana se sentían excluidos, no solo de los primeros lugares, sino en las atenciones de los directivos. Fue el mejor momento del vallenato, ahora en crisis profunda, no de mercados, sino de identidad.
Sin embargo, empezaron a surgir casi a la par otros festivales que marcaban más lo terrígeno, como el festival nacional de gaitas Francisco Llirene, de Ovejas, El del Pito Atravesado en Morroa, El Encuentro de Bandas en Sincelejo, Autóctono de gaitas de San Jacinto, el de la cumbiamba en Cereté, del Ñame en San Cayetano y del porro en San Pelayo y de la Algarroba en Galeras. Sin embargo, los desniveles se notaban más que todo en la modalidad de conjuntos de acordeón.
En Tolú y Coveñas, hicieron intentos por imitar aquel movimiento del acordeón, pero los festivales vallenatos, afortunadamente allí, fueron gloria de verano, nada más. Un festival vallenato, por lo muy atractivo que se hubiese tornado esta manifestación, no tenia sentido en estas playas, donde hay más cercanías con el porro, la cumbia, el fandango y la champeta. Inclusive con aires antillanos.
EL SALTO DEL MACABI.
Ahora que las autoridades de Sucre aspiran a vender el departamento con nuevas propuestas, en cabeza del Gobernador Héctor Olimpo Espinosa, que la tiene clara en este sentido, ofreciendo eventos que atraigan más turistas, sería interesante revisar una leyenda nuestra, surgida entre los pescadores de Tolú.Cuando estaba escribiendo el proyecto “En Cofre de Plata”, música corralera, de la plaza de Majagual a la Modernidad, fuimos a entrevistar al cantante Tony Zúñiga y él nos comentó de la leyenda del salto del Macabí, que es un pez muy inteligente, que ya habiendo picado el anzuelo, pega un salto fuera del agua y en el aire se zafa de la trampa. Es un salto de libertad.Ese, el salto del Macabí puede ser un excelente nombre para bautizar un festival que integre todo el Golfo de Morrosquillo, a través de una muestra que no solo preserve los valores literarias, gastronómicos y musicales, sino que los proyecte, porque la música sabanera es de fusiones y conexiones, sin olvidar que el porro, el fandango y en especial algunos ritmos híbridos, como el pasebol, recibieron grandes influencias del Caribe. De allí que el porro que tocaba Pablito Flórez, que recibió la influencia de los trabajadores cubanos que llegaban a los ingenios azucareros de Sincerín y Berastegui, le marcaron el paso.