– El misionero del arte, Juan Daniel Grimaldi, perdió el olor de la guayaba.
No existe mejor sensación que el olor del café que hierve en la mañana y se esparce por el vecindario con los buenos días. Cuando llueve el monte expele una fragancia de vida indescriptible. Huele a yerba mojada. Una mujer recién bañada que camina con su cabellera aun húmeda por la tarde es una escena inmortal. A veces no sabemos describir los olores, pues somos más dados al color y al sonido, a la oralidad. Pensamos más en el tiempo que en el espacio.
Todo eso lo escribe en su muro, Kermis González, más conocido como Grimaldi, el misionero del arte, quien lleva varios meses sin percibir el olor de la mañana, el perfume que le regaló su mujer, la fragancia de su hija ni sus propios olores, porque ya ni usa desodorante. ¿ Para qué, si todo le es insípido e indiferente?
Me imagino que Grimaldi, el artista más sensible de Sucre, iba envuelto en sus propias abstracciones filosóficas, cuando sintió el totazo. Eran las 12:30 del Viernes Santo pasado, 26 de marzo. Iba en su motocicleta en busca de la vida. A la altura del monumento al pescador otra moto que corría a toda velocidad lo impactó.
Estuvo viajando por mundos desconocidos y fríos, donde todo era oscuridad y paz. No sintió como Maradona aquel frio de la puta madre, pero sí una soledad apabullante, hasta que despertó a los tres días en una clínica de ricos. Por momentos, mientras su carne su podría, nadie se enteró, porque todos estaban en la celebración de la Semana Santa.
El lunes de pascuita al fin las redes se incendiaron. El gran pintor de Sucre desfallecía. Fue donde se probó la solidaridad de sus clientes, amigos y fanáticos. Grimaldi es un artista considerado. Tiene un recorrido bien amplio por el mundo y el submundo y ha viajado por el mundo de las sombras y de las luces, con una rebeldía hiriente, pero sana, donde las heridas a veces son de sí mismo, porque sus locuras son como las del poeta Raúl Gómez Jattin. Y como todo artista, más preocupado por su arte que por su supervivencia, no sabía nada de eso de las EPS y sus carnets de la tramitología, hasta que abrió los ojos y vio entre nebulosas a su mujer. Después llegaron los amigos de verdad y en esos seis meses sin cantar, sin tocar su guitarra y sin pintar, sin vender su arte, supo realmente quien era y quienes eran sus amigos. Mencionar sombre de quienes le llevaban de 20, 50, 10 mil para sostener su hogar, sería pecar por las omisiones de la memoria.
El misionero del arte tuvo una conmoción cerebral múltiple, con comprometimiento de tejidos muy delicados. Su atacante huyó. Ahora solo le cuentan que estuvo tirado en la orilla de carretera, curioseado por una multitud morbosa que le gusta ver a los muertos.
La recuperación ha sido lenta. Primero le costó volver a caminar. Todavía las piernas le flaquean. Perdió por meses el sentido del sabor. Las comidas no le sabían a nada. Pero aun no recupera el sentido del olor. Siente nostalgia por el olor del café, de la yerba cuando llueve y tantos olores de los que ahora se priva, mientras busca nuevamente, el sendero de su arte.