José de la Cruz mi hermano
– Fue tres veces alcalde de la tierra de la hamaca y su mujer lo levantó a plomo en una celebración donde la otra.
Por: Alfonso Hamburger
José de la Cruz Rodríguez, mi hermano, el de Gallo Bueno, no solo fue un personaje esencial dentro de las acuarelas del folclor del maestro Adolfo Pacheco Anillo, sino una especie de patriarca azul de la Colombia que buscaba la paz en más de diez intentos fallidos: un tipo digno de un pueblo mágico.
Y la manera como llegué a él, no podía ser de otra manera. Empezábamos a vivir el real bachillerato en el Pio XII, porque salíamos del alumno dócil de los primeros cuatro años para entrar en el amor a la filosofía del quinto y la química del sexto. Ya nos sentíamos en libertad de liderar procesos. Por eso llegamos donde el Alcalde del pavimento, especie de dictador Caribe, hombre de apariencia dura, pero bonachón y risueño, con poca formación, que administraba al pueblo en forma elemental, aplicando la lógica que le brindaba su experiencia y sabiduría popular. Era un conservador en medio de un pueblo que se levantaba en armas desde diferentes flancos. Solo fue atravesar un tramo de los pretiles comunes, pues la alcaldía estaba al lado del sub comando de policía, un paso después de la capilla de las monjas, en la esquina de la calle de Las Flores, para doblar a la plaza.
Íbamos con la exclusiva misión de pedirle un permiso- razón de boca- para hacer una semana cultural en la tarima de Rafael Núñez, al frente de la plaza de los gaiteros, que así bauticé ese año, como animador de aquella gesta. Yo era tan ingenuo, que me senté en la tarima, mientras invitaba, con el micrófono en la mano, poco antes de que apareciera en escena el grupo Los Ahumados, que se estrenaba. El señor Alcalde estaba sentado muy patriarcalmente detrás de su sillón de mando, en la oficina que quedaba en toda la esquina. Nos hizo un breve interrogatorio sobre nuestros padres y al enterarse que éramos conservadores como él, no dudó en darnos el permiso de boca- como eran antes, con palabra de gallero- pero con una condición.
– Hagan la bulla, pero no hablen mal del Gobierno!
Antes de empezar la jornada, indagué. El alcalde estaba molesto con Abelito Viana y otros alumnos del Pio XII, que ya se atrevían a promocionar desnudos (pinturas de Alberto Contreras), bailaban la cumbia con un estilo más sofisticado y con poca ropa y para colmos, habían montado una obra de teatro adaptando un cuento de Gabriel García Márquez, donde el odontólogo, después de extraer una muela al alcalde, le pregunta a quién le pasa la cuenta, a él o al municipio, a lo que el burgomaestre, responde:
– ¡Al que tú quieras, es lo mismo!
II
José de la Cruz Rodríguez Marrugo, quien acaba de morir y sepultado con honores, tres veces alcalde de nuestro Municipio, llegó de Malagana, en los ajetreos de la carretera pavimentada, que también tuvo en sus campamentos a personajes como Adriano Salas, quien fue garroteado por un desconocido precisamente cuando dormía en la hamaca de un amigo que se le metía a una mujer casada. Rodríguez era un joven que se abría paso en la vida, desconocido y feliz, que le echó el ojo a Carmen García, una hermosa joven, miembro de una distinguida y raizal familia San Jacintera, que se dedicaba a cuidar la tienda de sus padres. De hecho, los padres de Carmen no eran gustosos al principio, por una razón: no conocían de dónde había salido aquel joven desconocido, que pronto empezó a cosechar amistades, gracias a su jovialidad y a sus actitudes comerciales. Ambos fueron habilidosos para levantar un acomodamiento financiero, hacer excelentes relaciones políticas y conformar una distinguida familia, donde surgieron dos profesionales, José y Petaca. Ellos eran su orgullo, su mejor obra.
-La niña no estudió porque se casó muy joven.
Me dijo, con cierta nostalgia protectora, hace un año, cuando nos vimos por última vez, en una finca de San Jacinto. Ya pasaba los 86 años, estaba lúcido y feliz de haber regresado al pueblo que tanto quiso, que no era el suyo, pero que alcanzó a administrar tres veces a su real estilo y que se inmortalizó en los cantos de Adolfo Pacheco.
Como dijo el compositor, José de la Cruz fue alcalde cuando los alcaldes mandaban.
¿Cómo fue el cuento de gallo bueno?)
José de la Cruz mi hermano (III)
El día que hasta el cura voló como una paloma.
Adolfo Pacheco no siempre estuvo boyante, como ahora que es nuestro máximo ídolo cultural. Aquella vez venia del primer fracaso económico del viejo Miguel y se había refugiado en la bohemia, porque el viejo Pepe no le renovó el contrato como maestro del Instituto Rodríguez. Adolfo le pidió aumento, pero no hubo acuerdo. El compositor de Gallo Bueno, apenas ganaba para mantenerse. Se ganaba la vida dictando clases de matemática a domicilio y poniendo serenatas con Miguel Manrique, quien aún no bebía licor porque era un niño. Una noche el padre de una muchacha sacó un machete dispuesto a matarlos, porque la serenata ya se había convertido en fiesta. Adolfo, según Manrique, tenía dos pantalones que le había regalado su hermano el de la pilladora de Maíz, Miguel, uno que se ponía y otro que se quitaba. Eso sí, usaba un par de zapatos corona de los mejores y tenía el privilegio de vivir en La Gloria, en una casa de palma, cerca de Andrés Landero.
Pacheco tendría que retribuirle a la hamaca más adelante, pues fue en una de ellas, en esos tiempos de bohemia, donde pasó su mejor momento como compositor. Una tarde su mujer, con la que ya levantaba una prole, fue a la tienda por comida y un borracho le faltó al respeto. Con la quiebra del viejo Miguel el apellido era pisoteado en las esquinas.
En esos momentos difíciles, José de la Cruz Rodríguez, se convirtió en uno de sus mejores amigos.
– Adolfo siempre andaba pelado y yo siempre la cargaba en el bolsillo.
Me dijo José de la Cruz, la vez que tocamos el tema de la famosa canción.
Fueron tantos los préstamos, que Pacheco llegó a deberle 72 mil pesos, que en esos tiempos eran un dineral. Y José, que lo quería tanto. Que se ufanaba de contarlo entre sus prendas doradas, no le cobraba. Solo anhelaba que Pacheco le hiciera una canción. Y es bien sabido que para Pacheco no le es fácil hacer una canción. No se puede atosigar. Hay que dejarlo en libertad. Su proceso es complicado. La melodía no le llega fácil. Y la letra es un proceso de investigación extenuante, largo, en el que el compositor va escribiendo las ideas y muchas veces escribe cantidades de cosas, para sacar el sumun de lo que quiere expresar. Es por ello que no tiene una sola canción que sea mala.
Y se tenían tanta confianza que nunca se cobraban. Además, José de la Cruz, no le daba motivos para la canción. Adolfo le aconsejaba que hiciera cosas estrambóticas, que peleara, que se enamorara otra vez y que hiciera cosas más atrevidas que las riñas de gallo o ser militante del partido conservador.
Ya Rodríguez había sido dos veces alcalde del pavimento. Llevaba una vida feliz y sin sobresalto con Carmen García. Y aunque tenía un hijo por la calle no llegaba el escándalo que estremeciera las fibras del compositor. Ese día del tiroteo en el barrio Ocho de Diciembre, por casualidad, Adolfo Pacheco no estaba en San Jacinto. José, en cambio, daba rienda suelta al gusto del poder, en su tercera gestión y el poder era un afrodisiaco tenaz.
Carmen García estaba muy entretenida en su tienda, cuando una mujer le fue con el chisme. Si se quería coger a su marido en la casa de fulana de tal, donde estaban haciendo un sancocho y celebraban una parranda. Al principio ella no le prestó mucha atención, porque José y ella iban a ser padrinos de un matrimonio al día siguiente y debían estar listos para la celebración. Pero la información fue tan tendenciosa, que no soportó los celos, entró al cuarto y tomó una carabina y una pistola y fue donde Erwin Torres, quien tenía una moto de alto cilindraje. Le dijo que la llevara a Gallo Bueno, que iba a donar un regalo en una fiesta. Edwin, casado con una de las bellas hijas de Jiménez, la enganchó de parillera, sin pensar que ella llevaba un arsenal en una bolsa, pero sin quedar en la canción.
En el camino se tropezaron con Rodrigo Barraza, quien era el líder del movimiento político. La reunión era por lo alto, con varios invitados, incluso el cura Javier Cirujano Arjona. Carmen entró en aquella casa cegada de celos, aturdida por el sonido del equipo. Abrió la cortina del cuarto y por la puerta falsa llegó al patio, donde estaban reunidos. Una olla de guisado hervía y José de la Cruz tenía los pies sobre la pierna de la dueña de casa. Ella sustrajo el arsenal y empezó a disparar. La olla del sancocho empezó a vomitar el caldo por las perforaciones y en el barrio de Gallo Bueno se acabó la tranquilidad. Hubo reguero de gente, pues pensaron que se había metido la guerrilla.
José de la Cruz perdió la casa por varios días y no fue capaz de acudir, como ella, al matrimonio donde eran padrinos.
Adolfo Pacheco recibió la noticia en Barranquilla, donde la mona Anillo, su cuñada y socia de la Gallera, le informó el suceso. Ese otro día ya la canción estaba hecha y sin pensarlo, Adolfo había saldado la cuenta con su amigo, pero éste seguía huyendo. Es un merengue en estilo sabanero, pero con picaresca vallenata.
Según el análisis del lingüista Juan Carlos Urango, como todo un maestro en el arte de contar, Adolfo Pacheco, utiliza varias voces para narrar los hechos. Primero habla él “José de la cruz mi hermano, alista la policía”.
Después habla Adolfo: “Como fiera acorralada, dos tiros echó pa el cielo”
Responde el alcalde: “Carmen de la vida mía puedes preguntarle al negro, solo voy a gallo bueno a tomar cervezas frías”.
También habla Carmen: “Espérame allí traidor”.
José le dice que en San Jacinto como en Colombia usar armas es material subversivo y la conmina a pagar una multa de cemento.
Adolfo saldó su cuenta, inmortalizó a su amigo y Carmen aun usa gafas oscuras, sin acostumbrase aun a su partida.