N de la R. Murió en Sincelejo, a los 99 años, Camilo Cantillo, excelso guitarrista, uno de los últimos guacharacos! Publico una crónica inédita.
Camilo Cantillo,
Ante todo soy Costeño.
Por Alfonso Ramón Hamburger
– Yo me aguanto así porque me controlo.
Camilo Cantillo habla delante del periodista con esa serenidad de santo que lo ha llevado exitoso por la bohemia sucreña sin un ápice de guayabo. Son 82 años bien vividos y parrandeados como Dios manda, con los más connotados bohemios de las sabanas, convirtiéndose en un ejemplar irrepetible, ese mismo que aparece abrazado en las mejores postales de las cantinas sincelajanas, con su sombrerito panameño a lo Juancho Polo Valencia y una sonrisa debajo de sus bigotitos ralos de hormigas en hueso fresco.
Anoche se acostó a las tres de la mañana, pero a las seis y treinta ya estaba en pie. Se bañó, se cambió de ropas, sin dolor de cabeza, sin resentimientos y se fue al centro de Sincelejo. Allí existe un punto de diversión que abre sus puertas a los clientes desde las seis de la mañana. Es su hábitat natural, centro de bohemia, donde se reencuentra con sus 82 años de música, de amigos y de parrandas.
-Anoche, cuando dejé de beber creí que eran las 11, pero al indagar la hora, ya estaban cantando los gallos, eran las tres y media, entonces pedí que me llevaran a casa. La parranda estuvo tan buena que no sé en qué momento se pasó el tiempo.
– ¿Cómo se siente?
– Ahí, na más.
Camilo se ríe. Sabe que es buen bebedor, porque se controla y no se pierde jamás.
II VIDA MUSICAL.
Si Dios le diera la oportunidad de reencarnarse después de muerto y tener la potestad de escoger su nuevo modo de vida, volvería a ser músico, pero de conservatorio. Viviría nuevamente en Sincelejo, pero alternaría a estas sabanas extensas con Montería y Barranquilla.
“Lo mío es natural. Dios me privilegió con esta voz tan cristalina y versátil, con la que he cantado de todo”, dice, mientras se compone su sombrero de jipijapa, que como su voz alta y severa, ha sido como una impronta en su cabecita loca.
“En mi mejor época tenía un sombrero para cada vestido. Me los traían los amigos de Medellín o Bogotá, de regalo”, aclar, sin nosltalgia, como si nunca hubiesen existido tiempos peores ni mejores. Solo parranda y mujeres..
Ahora, cuando sus 82 años a duras penas le alcanzan para sobrevivir de la caridad de sus amigos, Camilo dice tener dos sombreros, pero del mismo color. Eso sí, no los cambia ni por un imperio. Mientras habla se ríe por dentro, burlándose de él mismo.
Visto así, en el calor de su timidez, Camilo Eduardo Pérez Cantillo, como es su verdadera gracia, parece sustraído de una película en blanco y negro, con sus bigotitos a lo cantinflas y su ropa ajustada como cascarón de maíz en cerca, formal, con sus zapatos negros bien embetunados, dispuesto al llamado de la hermandad guacharaquera.
III. Perdido en Sincelejo.
En Sincelejo, cuando se pierde una persona y no aparece, se dice que está más perdida que Camilo Cantillo. El hecho radica en que este personaje nació en Calamar, Bolívar, a la orilla del canal del Dique, el 18 de julio de 1922, pero un día, a los 20 años, se vino a Sincelejo y jamás regresó. Desde entonces allá lo dan por perdido.
Sus padres fueron Pedro Pérez Garay y Petrona Cantillo. Su padre tenía una finca en Arroyo Hondo y él vivía con su mamá y sus dos hermanas, Beatriz y Lucy, en Calamar, donde sus abuelos maternos.
Ante la separación de sus padres, Camilo, quien adoptó desde niño el apellido de su madre, se levantó al lado de sus abuelos, quienes no tuvieron nada que hacer ante los designios de sus genes. Sería músico y bohemio desde los cinco años, en que cayó en sus manos la primera guitarra, puesta donde era por un peluquero genial, Pedro Meza, quien se contentaba con un tabaco cubita como retribución. Que recuerde, su gen más cercano a la música, provenía de un tío llamado Antonio Cantillo, quien ejecutaba el bombardino en la banda 20 de julio de Calamar. El primer trío lo formó a los 14 años, con sus profesores, Pedro Meza y Arnulfo García.
Hizo una primaria irregular entre Calamar y Mompox, con profesores como el doctor Roberto Botero y Miguen Angel Pérez Meneses, pero lo suyo era la música.
“Yo me metí más bien fue en la música, desde los 14 años ya estaba mezclado con los grandes”.
El Calamar del primer tercio del siglo 20 era uno de los pueblos más pujantes de la Costa, con el río Magdalena como puerto y una línea férrea que los comunicaba con Cartagena. La música privilegiada era la que venía en formato de tríos y tangos. Se tocaban porros y paseos de los tiempos viejos. En Calamar había de todo. Personajes como Enrique J. Arrázola, Los Yances, Enrique Ochoa y José I. Tinoco, nombres que Cantillo menciona sin gran esfuerzo.
“Cuando yo me inicié, a los cinco años, el sistema de música eran canciones boleros”, dice, cruzado de piernas y con esa paz espiritual de quien ha pasado por la vida sin causarle daños a nadie. También se tocaba el bolero, el bolero son y la Guaracha. A Calamar llegaba mucha música antillana y de cuba, especialmente, y eso lo marcaría para siempre.
– ¿ Por qué se puso Cantillo y no Pérez?
Buena pregunta. Cantillo sustrae una credencial del duplicado de su cédula de ciudadanía. Camilo Enrique Pérez Cantillo. Calamar, Bolívar, 22 de Julio de 1922.
“Yo me puse así desde niño, por sonoridad”, explica.
LA PERDIDA MAS LARGA.
En aquellos tiempos los músicos salían de giras y demoraban meses y años sin reportarse a los suyos, porque no había comunicaciones. Andaban a pie, en burro y en mulos. A veces lograban el tren y un avión enclenque. Muchas veces se les regaba la muerte y les hacían varias noches de velorio. Algunos como Abel Antonio Villa, tendrían la fortuna de regresar a tiempo para levantar su propio velorio ya avanzado.
El tesoro de Camilo era el campo, pese a que se defendía con la guitarra. Así, que aquel día en que a Calamar llegó el Trio Manzanares y lo contrató a una gira por 15 días, no lo dudó. El primer pueblo fue Barrancanueva del Rey, el pueblo de Pello Torres, pero la correduría fue tan prolifera en parrandas y aventuras, que dieron la vuelta por Los Montes de María, saliendo por El Carmen de Bolívar. El trío lo dirigía Rafael Vanegas, un barranquillero. Era el año 1942. Del Carmen de Bolívar se vinieron a Sincelejo, de donde Cantillo no regresaría más, aquí se quedó para siempre.
En Sincelejo cayó como pez en el agua, pues acá se vivía para la música. Su ilusión con la ciudad de sabanas se creció al encontrarse con su paisano Adán Vega, quien andaba enrolado con la orquesta de Los Hermanos Contreras, que era la sensación de la época. Los quince días de permiso se alargaron tanto, que sólo regresó a Calamar porque a los Hermanos Contreras les salió un contrato para tocar en el Carnaval de Barranquilla. Pero ni siquiera llegó a Calamar, aunque le echó una mirada de soslayo, pues ya su familia, conformada por su madre y dos hermanas, estaban viviendo en Barranquilla. Desde entonces Camilo Cantillo se convirtió en el perdido más grande del mundo.
BOGOTA, LA PRIMERA ILUSIÓN.
Camilo Cantillo, con su versatilidad para tocar los instrumentos y poner su voz cristalina, estaba sólo para la música, así que cuando a los 21 años, lo contrataron para viajar a Bogotá, tampoco lo dudó. El músico Rafael Sabayet, director de una orquesta de Ciénaga, Magdalena, quien lo había visto actuar en Barranquilla, lo contrató con otros músicos de Sincelejo, para viajar a la capital. La orquesta se llamaba Ritmo Costeño, representada por Pedro Fernández.
Fue una de las mejores épocas de Cantillo, porque a los 21 años, con diez músicos más, actuaron tres años seguidos en los mejores escenarios de la capital, compartiendo tarima con Leo Marini Hugo Román, Celia Cruz,, Daniel Santos y La Sonora Matancera. Eran los tiempos en que el único costeño que sonaba en Bogotá era el maestro Lucho Bermúdez.
Todos los músicos de la banda vivían en la pensión Lucí ,ubicada en la séptima. Cantillo se paró a cantar en La Media Torta, en el Club Costeño, con la facilidad que lo hacía en una parranda sabanera.
HASTIADO DE MUJERES.
– ¿ Ajá, y como le fue en asuntos de mujeres?
Es la pregunta obligada. Casi todos los músicos han sido muy mujeriegos. Camilo no es la excepción, pero su respuesta no podía ser más genial.
– La misma porquería.
Camilo sostiene que se casó en Sincelejo por encimita, con Rosario Duarte Torres, con quien tuvo dos hijas y un hijo. Con una de ellas comparte su vejez, en la esperanza de que uno de sus nietos, Carlos Hoyos Cantillo, que ya toca guitarra, le salga bueno como él.
“Yo tuve muchas mujeres, por eso no me casé”, aclara.
Recuerda que una de sus aventuras famosas fue con la cantante Clarita Mena, una morenaza, que se trajo de Santa Marta y quien más tarde cantó al lado del maestro Peyo Torres
SUPERVIVIENTE.
Si ahora en que la música se ha invertido y que los medios propagan ídolos con pies de barro es difícil sobrevivir en medios tan contaminados como Sincelejo. ¿ Cómo sería antes? En que nadie poderoso económicamente asumió ese roll, más allá de los intentos de Los Guacharacos, proyecto que no pasó de la hermandad de la parranda y el hobby.
Cantillo conoció a los Guacharacos y los aplaudió, pero lo de él era más orquestado. Dios lo privilegió con ese don del canto y de la interpretación de más de ocho instrumentos, siendo un maestro en las maracas, el banyo, la ,tumbadora, la clave , la guitarra, bajo de cuerda y bangó. Pero sobre todo en el canto.
Sin ser doctor, Camilo Cantillo ha sido salvador de muchos cantantes a quienes les aseguraba el tono con la garganta.
Pese a esa calidad a toda prueba, Camilo no se preocupó por la grabación y muchas cartas de Discos Fuentes se pudrieron en su casa, porque jamás acudió al llamado. No se consideró nunca un profesional, pese al haber vivido exclusivamente de la música y la bohemia. “Yo sólo fui un aficionado bueno”, dice sin ambages.
Parco para hablar, Camilo Cantillo tiene miles de episodios que narrar, como la vez que le tocó inaugurar Radio Sincelejo, o cuando compartió enseñanzas con el padre de Juan Piña o con Juancho Zumaqué. “Lo mío es oído y solfeo, nada más, además, tuve buenos profesores, un oído de primera y una voz cristalina”.
AMIGOS A MONTÓN.
A Camilo la música le permite pasar las barreras sociales. En el barrio El Cortijo es estrato dos y sube en busetas pringa caras. Se acuesta a las tres de la mañana y se levanta a las seis y se va para la calle. En el barrio La Ford es estrato seis y viaja en carros cuatro puertas. En el centro anda con todos los estratos. Visita a Farid Haydar o a Pedro Name Quessep con la misma naturalidad que es recibido por Jorge Martínez. Su fotografía, abrazado con los doctores, enmarca sitios de bohemia y de la vieja guardia sincelejana.
La larga lista de sus amigos, con quienes comparte amenas tertulias y reuniones, la encabeza El Papi Márquez, Alfredo Vergara, Alfredo Chadid, Moncho Verbel, Pedro Name, Farid Haydar, Jaime Guerra , Primo Taborda y…
“Yo tengo mi gente, porque es que yo he enseñado a más de 40”, dice, con modestia.
Camilo Cantillo ha vivido la vida intensamente y ahora que se levanta del asiento para tomar la buseta pringa cara, caminando recto, sabe que en la música hace de todo, pero lo más importante es que jamás ha negado un secreto.
“Yo en la música hago de todo, pero lo mejor es que enseño”.
… Y ahí va serenito Camilo, Camilo Cantillo, ese que no se deja coger del trago, porque sabe controlarse.