!Murió Alicia Aldana!

ALICIA ALDANA

 

Foto: Alicia Aldana Fuentes, posa con Marialis, una de sus nietas favoritas.

Banner_ECA_pago(1068px150px)

 

!Murió Alicia Aldana!

Por Alfonso Hamburger

Hoy, mientras Nayro Quintana pedaleba contra el reloj, en el barrio Majagual de Sincelejo, a muchos kilómetros de Italia, Alicia Aldana Fuentes, de 84 años, luchaba contra ese mal que le quitó las piernas y la amarró a un tanque de oxígeno artificial por 12 años, y con una lucidez asombrosa, cerró sus ojos para siempre, sabiendo en qué lugar de su casa estaban las cosas perdidas.
Aun así, tullida y atada a una cama ( se movía en una silla de ruedas), tenía una claridad mental asombrosa y un sentido del humor a flor de labios, con el que apaciguó muchas veces el desánimo, las malas horas y hasta los celos de algunas de sus hijas, cuando atosigaban al pobre marido:
– Deja a ese pobre hombre tranquilo. Si ya perdieron el amor, sepárense, que no serán los últimos ni los primeros. Le aconsejaba a una de ellas, cuando prendía la cantaleta.
Su lucidez mental fue superior a la paquidermia del sistema de salud de Colombia y al pronóstico de los médicos, que hace algunos años, le recetaron tres meses de vida. No iba más.  Pero Alicia, que era más terca que una mula, le mamó gallo a los pronósticos y se aferró a la vida con estoicismo, cuando los pulmones sólo le funcionaban, desde aquellos tiempos, en un quince por ciento. Se ahogaba. Se agitaba de la sala a la cocina.
Alicia Aldana, o María Alicia como era su gracia, de los Aldana Fuentes de Sahagún, una combinación de indígena sumisa y Libanesa hermosa, siempre tuvo el mando de su hogar y de la casa, a media cuadra, bajando la lomita de la Plaza de Majagual. Allí se asentó cuando se vino de la Hacienda El Caucho, que ayudó a cultivar y a llenar de reses, con su marido Vitaliano Cárdenas Madrid, una estirpe de hermanos Sampuesanos provenientes del Carmen de Bolívar, quienes levantaron toda una fortuna como era antes: a pulso.
Con sus ocho hijos, después de descuajar montes en El Caucho- quizás una de las haciendas más grandes y productivas de Sahagún- donde cocinaba a las cuadrillas de macheteros, jornaleros y corraleros, se vino a Sincelejo. Y desde entonces esa cuadra se llenó de automóviles y de parrandas y de alegrías. Donde está Ricuras Pizza, era un solar y allí se cuajaban las parrandas con la gente de todo el barrio: Los Poneth, Los Martínez, Lo Montes, Los Mellos de Magola, Los  Villegas, Los Vergara,  todos.
En medio de las parrandas y de los sancochos- eso de criar ocho hijos es un ritual del sube y baja-, Alicia Aldana jamás se descomponía. Siempre tenía el consejo preciso, la oración para el que iba de viaje o el sentido del humor para desbaratar enojos. Era sumisa y fuerte. Cuando su marido buscó otros aleros más juveniles, simplemente dio un paso al costado y se consagró a sus hijos. Los mimó tanto que aun los más viejos, seguían siendo sus bebés hasta ayer domingo, cuando murió en la sala, donde la habían sacado para ver la claridad del día a petición suya, porque ya no resistía estar pegada a una bala de oxígeno ni en un cuarto oscuro. Le estorbaba. Era consciente de todo. Decía que se iba a ir para el barrio de los acostados en cualquier momento. Y lo decía sin enojos, con la certeza de que no sería eterna, aunque en el fondo quería que la pusieran en la puerta de la casa para ver pasar a todo el barrio Majagual a la misa de las seis. A chismosear un poco. Mientras pudo caminar no falló un domingo a la Iglesia del Carmen ni a un sepelio. Visitaba enfermos y todo el barrio, Los Sierra Perna, Las cárdenas Palencia, Los Ribons, Los Poneff, Los Villegas, la visitaban.
Murió en brazos del doctor Jaime Ponef y de Mabel Ribón, sus vecinos, mientras que su última Hija, María Angélica, que se consagró a atenderla, no supo de otra vida.
Ayer sábado por la tarde, después de varios días en que había perdido la noción del tiempo ( Se levantaba a media noche a pedir desayuno), Alicia Aldana pidió que la sacaran a la sala y desde allí no se dejó embolatar cuando llegó la visita. Desde su cama reclinada, con su bala de oxígeno al lado, recitó cada nombre de los recién llegados: Sus nietas Marialis y Orieta, quienes estaban preparando el cumpleaños de Isaac David, su último nieto. Y por supuesto, también identificó a quien esto escribe. Doña Alicia estaba comiendo con un apetito de quinceañera. Como nunca. Le dijeron que si seguía así, no se moriría por todos estos tiempos.
Su última, entre tantas recaídas, en que siempre la llevaban a una clínica, fue el diez de abril. Le dañó el cumpleaños al Chichi, su ultimo hijo varón. No hubo UCI en Sincelejo para llevarla. La única clínica disponible con UCI estaba en Valledupar, pero no se expusieron a un largo viaje. Ella quería morir en su Sincelejo del Alma y no en Valledupar, porque se trataba de una mamá “Vila” Sabanera.
Alicia Aldana Fuentes murió con la plenitud de saber que todo en su casa y en su familia funcionaba. Antes de acostarse, preguntaba si las puertas estaban bien cerradas, si el agua de su mesa estaba lista, si el baño estaba aseado, si habían comprado la leche en la tienda para el café con leche de mañana, si había fósforos, si Olimpo estaba bien, si el Dicto había comido y si Shirley se había tomado la pastilla para la gripe o había comprado el jugo California de siempre.
Para sus nietas, que ahora le cantan y la lloran, Alicia Aldana ya era una bebé que sabía en qué lugar de la casa estaba cada cosa y como no hablaba mal de nadie y rezaba por todos, sin chistar ante las cosas malas de la vida, hoy es un ángel que trepó a los cielos sin pagar peaje.
Se fue el último domingo de mayo, en el cumpleaños de su último nieto, y será sepultada mañana lunes a las tres de la tarde.
Paz en la tumba de la última guerrera, la que se adelantó a esta generación de madres solteras que pululan en el mundo- asediado por hombre inservibles que no saben amarrarse los zapatos- y que han aprendido a vivir con la doble función de ser madres y de ser padres. Claro, que Alicia era chapada a la antigua, con un sentido del humor y palabras arcaicas para interpretar el mundo. Hacer el amor para ella era “poner a remojar el bejuquito”… Y cuando decían que fulano de tal iba a dejar a tal mujer, advertía:
– ¡Dejá, jum, serán las bolas afuera!

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Previous Story

Olga Behar viene a Sincelejo

Next Story

Enfermería de Unisucre, primera en La Costa.