EL RETORNO AL PARAISO!

Las Esquinas de San Jacinto (7)
El RETORNO Al PARAISO.

 Por Alfonso Hamburger

Mi abuelo materno terminaba de estrenar sus sentidos fumando tabaco en el patio, contemplaba la neblina mañanera que forraba los árboles, echaba sus escupitajos sobre la grama serenada por el rocio , revisaba que el burro sogueado en la orilla de la cerca de uvitos estuviera tranquilo y luego satisfecho, tomaba hojitas del palo de limón y masticaba, mientras pensaba en la explendidez del verano .

En el centro del patio recién revelado, abuelo contemplaba el horizonte, miestras percibía el aroma del café que hervía en la cocina. No tenía vecinos más allá que el Arroyo que pasaba paralelo a la carrera 45, el Callejón de Carmen Sierra y el flamante puente veinte de julio, que atravesaba El Cañito, hecho en madera, con barandas y techado en zinc.

Alberto Félix, así era su gracia, estaba absorto en su contemplación cuando vio que un campesino luchaba para que su asno atravesara el puente, resistiendose a dar un paso, como la mula cortezana  en la que habíamos llegado al pueblo. Mi abuelo, amiguero y servicial, no  esperó ni lo pensó dos veces y sin prestarle atención a la taza de café que abuela le traía , ahumeante, en un instante estuvo al frente de la situación. Tomó la rienda del animal e invitó al campesino que lo asuzara por detrás. Mi abuelo empezó a jalar la cabuya con todas sus fuerzas. Y en ese instante el burro pegó un salto sobre el puente, al recibir un varitazo, distensionando la cabuya. Mi abuelo perdió el equilibrio y se fue yendo en cámara lenta  hacia atrás, quedando al borde del precipicio.

III

Mi madre al fin  decidió que Alfonso, su quinto hijo debía terminar la primaria en el Colegio General Santander de San Jacinto ,después de cursar años irregulares en la escuela rural mixta de Bajo Grande, donde había más lúdica que planas. Mi boletín, para cursar el quinto de primaria estaba sin un solo feriado. Puro cinco. Me recibieron con euforia los profesores Clemente Castellar, de impecable peinado, Rafael Pacheco García y El mocho García . Tenía un primo, Jorge Luis Fernández, la perra, que compraba todas las peleas y de entrada se me ofreció para apoyarme en las que se me presentase , pero yo no estaba interesado en pelear, sino en huir y regresar a nuestro paraíso, a la libertad del patio, en Bajo Grande, donde lo teníamos todo.

Me enfermé. Mientras en Bajo Grande éramos ricos, en San Jacinto éramos extremadamente pobres. Mi abuelo era andariego y bebedor. Le daba la vuelta al mundo en burro. Por eso lo contemplaba con rigor en el patio. A veces se iba en corredurias con Juancho Polo Valencia dejando a mi abuela preñada y cuando regresaba ya el bebé caminaba. Entonces la casa era una fiesta. Traía de todo y gritaba, cuando se emborrachaba  que era rico, que tenía más plata que el Banco de Bogotá.

La casa era pequeña, pero con un patio grande, comprimido entre el cañito, el puente veinte de julio y el Callejón de Carmen Sierra. Cuando mi tío Nando se fue a caminar el mundo se interesó en mejorar  la situación de mis abuelos y llegamos a tener el único televisor de toda la Bajera. Alli nos vimos el primer mundial de fútbol que recuerdo, el de 1970,bajo el refunfuño de abuela, que no se imaginaba cómo podían trasmitir por aquella cajilla a veinteidos hombres en pantalones cortos tras un balón. La sala de la casa se llenaba.

Aquel rebulicio en vez de despejar el ambiente lo contaminaba, porque había dos huésped que se convirtieron en una incomodidad para todos. Uno era Manuel, hermano de abuelo, anciano, soltero sin hijos y enfermo, que había regresado después de aventurar por el mundo. El otro era  Saul , medio hermano de abuela, a quien pude entrevistar después de muerto invocando su espíritu, quien sufría depresiones y un día decidió suicidarse. Eran tiempos en que no existían las ayudas del Estado para niños especiales, que eran escondidos como viejos trastes, ni para enfermos mentales, ni programas de la tercera edad, de modo que las familias tenían que cargar con aquella calamidad.
Viviamos a una cuadra de la laguna La Bajera, de disímiles historias. Antes de ahorcarse Saul se le dio por meterse en aquella laguna con una cabuya. Cuando lo fuimos a buscar dijo que iba a enlazar a la luna.
Lo vi con dolor en el cepo donde lo tenían, atado por una pierna a un madero. Dialogamos a hurtadillas, me dijo que no estaba loco, entonces le acerqué el madero con el que reventó el amarre. Se liberó, entonces vino el problema.

La comida de mamá Tera era exquisita, especialmente los arroces de tarde, que preparaba con frijoles cabecita negra, pero la tos del tío Manuel y otras situaciones me hicieron aborrecer el lugar. Mi Tío Ramón, que vivía en el barrio La Gloria, acolitaba mis escapadas del colegio, entonces fingi que estaba enfermo y me internaron en el hospital Montecarmelo del Carmen de Bolivar con una presunta apendicitis. Fue un teatro tan perfecto que hasta yo mismo me lo creía. De allí me sacaron a los tres días,rumbo al paraíso, pero con algunas negociaciones.

Mi padre llegó una tarde a San Jacinto a buscarme, pero no fue al hospital sino que me dejó su mejor caballo, en el que a los once años cabalgue de retorno al paraíso de Bajo Grande .

No iría más al colegio, entonces me prohibieron los juegos callejeros y me matricularon a la fuerza en el bachillerato por radio de Radio Zutatenza, donde recibí, si pensarlo, las primeras lecciones de periodismo.

IV

Aquel regreso soñado a Bajo Grande fue el más feliz del mundo. Las cinco leguas de camino real, que en la cortezana se gastaba cinco horas, en el caballo chumbito de papá, un corcel que había comprado para su uso personal  a los gitanos y que le había caído encima en la Verea, sólo fueron una o dos horas. Lo recuerdo como un sueño lejano pero nítido a la vez. Y lo recuerdo con tanta fruición que sólo recuerdo el galope alegre del caballo, suelto de rienda, como el msmo viento, sin rostros en el trayecto, sin atajos y sin obstáculos. Tampoco recuerdo el paso por las palmas, que siempre era conflictivo. Nada, sólo viaje, alegría y contento.

Pero lo más extraño fue mi llegada a Bajo Grande, ya sobre los crepúsculos de la noche. Nadie me recibió ni nadie se alarmó. Cero regaño ni evaluaciones . Llegué sobre la calle amplia, arenosa. Los niños no interrumpieron su juego de pelota. Amaré el caballo al árbol de abeto, le quité la silla y volví a la vida de siempre, como si nada hubiera pasado, mi madre no interrumpió la atención a los clientes de la tienda. Mi padre llegaría por la madrugada con una carga para la tienda en un carro expreso por la vía a Zambrano, como si le hubiera dado la vuelta al Mundo.

No hubo psicólogo, ni reunión evaluativa de mi comportamiento, ni reproche, ni supe quién tomó la decisión de que regresara a Bajo Grande ni quien ordenó la prohibición de los juegos callejeros. Cuando me vi consciente estaba al pie de un transistor de baterías , escuchando el bachillerato por radio.

(Continuará)

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Previous Story

…Y Volvio la cumbia!

Next Story

EL LLANTO QUE NOS SANA POR LA MUERTE DE MAMÁ.