– El maestro Díaz, quien nació cuando El paraíso hoy Marialabaja era de San Jacinto, fue tan optimista que jamás pensó que iba a morirse tan rápido.
Por Alfonso Hamburger
Mientras viva, Félix Arrieta, más conocido como «El Gavilán Sabanero” tendrá un sobregiro con Enrique Díaz, «El Tigre de María la baja», fallecido el jueves 23 de septiembre de 2014, a sus 73 años y varios meses. Ambos se disputaban hasta entonces el privilegio de ser los dos acordeonistas más auténticos y corronchos del viejo Bolívar Grande, incluyendo datos de veredas, caseríos y corregimientos. Y digo corroncho con el mejor cariño, porque yo también lo soy. Ambos tocaban acordeón del grueso, del harinoso, pura yuca blanca mona sabanera. Ambos lucieron hasta la muerte de Kike, abarcas tres puntas, sombrero vueltiao zenú , mochila y oro macizo colgado en sus cuellos anchos y en sus manos ásperas y callosas. Pero Díaz, el más auténtico de todos, en vez de mochila, llevaba un carriel antioqueño. No era tipo de amagues. Era directo como una pedrada en ojo tuerto.
Enrique siempre fue consciente de su fama. No ensayaba para no tocar gratis. No visitaba emisoras ni concedía entrevistas largas. El tema que más le molestó de los periodistas fue cuando le recordaban el famoso duelo a pico y espuela con Rúgero Suarez, quien pese a haberlo tratado de analfabeta y de bruto, murió siendo uno de sus mejores amigos. Cuando componía una canción la silba hacia adentro, como la mujer que fuma con la candela en la boca, para que nadie se la plagiase. Su fama estuvo siempre en la calle para picar a los envidiosos, desde que grabó La Caja Negra, aquel vestido de palo, consciente de que sería el único que se llevarán al panteón aquellos ricos miserables que no le echan sal a la yuca para ahorrar dinero: hombres flacos como un carrao, verdes corno un camaleón, cuyas costillas se le pueden contar. Llevaba más de 40 años de éxitos el pasado 18 de septiembre, cuando cerró su acordeón y sus ojos para siempre, con los que regañaba a los envidiosos. Acababa de cumplir, el pasado tres de abril, 69 años campantes, en medio de ocurrencias que sólo en la gracia de él trascienden el folclor sabanero. Jamás admitió que lo llamaran vallenato, aunque manejara ese estilo cuando quería. Se dio el lujo de ser el único juglar del acordeón al que el Festival Vallenato tuvo que contratarlo para que participara en sus competencias. No ganó, pero los asustó. Díaz no cargaba con locutor para que lo presentara ni jamás utilizó asesor de imagen, jefe de prensa ni manager. El mismo arreglaba sus parrandas. Cuando mucho se asesoraba con el guacharaquero, para arreglar un toque de afán. Su escenario predilecto fueron los patios, las parrandas y las casetas de los pueblos. No aceptó nunca homenajes con medallas, solo plata sonante y de pronto algunos aplausos, pero ni siquiera éstos cuando no eran sinceros, pues consideraba que con ellos no se va al mercado. Sin embargo, aceptó, muchas veces de mal gusto, que el locutor Hugo Yepes Montes, lo presentara en sus conciertos y parrandas. Precisamente, a Hugo le confesó que tenía 78 y no 68 años y cuando éste le repreguntó, asombrado, incrédulo, Kike le abrió los ojos, advirtiéndole que buscara juicio, que se limpiara los oídos por que se estaba quedando sordo. Hasta allí llego la curiosidad del locutor.
Pocos alcanzaron a conocer su cédula de ciudadanía, porque no se la mostraba ni a la Policía. Su segundo nombre y segundo y apellido casi siempre fueron un misterio. En su sepelio, el Notario Único de San Jacinto, Alberto Vásquez, repartió una fotocopia de su Registro de nacimiento fechado en diciembre de 1952. Solo se llamaba Enrique. Y su segundo apellido, que poco usaba, era Tovar. No votaba en ninguna elección, pero cuando le preguntaron por su estado civil, respondió que era liberal.» No es eso, Enrique, no me refiero a qué si es usted, liberal o conservador, le explicó alguna vez el interlocutor, tratando de reparar el trance, entonces Kike le respondió que más que aquello: “soy gente”.
Según cuentan los anales, había nacido en El Paraíso, un corregimiento de Maríalabaja Bolívar en los Montes de María cuando pertenecía a San Jacinto, el 3 de abril de 1941. Y vivió durante muchos años en Planeta Rica, pareciéndose cada día más al negro Alejo Durán, uno de sus ídolos y maestro, al lado de Andrés Landero. De allí sustrajo su estilo, el mismo que se llevó al cementerio. Selló la fábrica. Allí estuvo un periodista de esta revista camuflado, para observar los detalles y las exageraciones que llenaron sus parrandas. A Díaz le atribuyen más de 200 cuentos exagerados, verdaderas hipérbole. Algunos suyos y otros inventados en su honor. En su última parranda estuvo sobrio, no bebió ni tuvo comportamiento excéntrico alguno, acompañado por su mujer, Elvira Peña, sus quince hijos y más de 150 invitados, entre ellos algunos de los músicos más famosos de la sabana entera. Y por supuesto Félix Arrieta, quien estaba condenado de por vida a asistir a su cumpleaños, mientras existieran ambos, porque el 13 de diciembre de 2010, el negro asistió al cumpleaños del Gavilán Sabanero, en El Mamón y aquello quedó sellado así. Díaz le dijo , usando una carambola, cuanto era su valor.
Fue en la víspera de su muerte, en diciembre de 2010, cuando estuvo en casa de Félix Arrieta del corregimiento de El Mamón, confirmándole la invitación, rogándole que no le faltara a su cumpleaños, se santiguó con un trago de Old Parr, su trago preferido, pues desde que conoció esta bebida y al oro, nada de ñeque ni de prendas de fantasía. Era un Negro fino para beber y escandaloso para vestir. No gustaba de sombrero fino, de 21 vueltas, porque este modelo es muy flexible. Usaba, en cambio, quinceno campesino, porque éste le daba la horma de su cabeza, no se quiebra con la brisa y le daba presencia ancestral de juglar auténtico.
Muchos de los cuentos que le atribuyen son inventados y aumentados de la realidad. Otros son simples expresiones de un hombre harinoso, criollo. Algunos son cuentos recogidos en la calle, partos del folclor, que le encajan perfectamente. Uno de ellos lo sacó del ala de su sombrero el 13 de diciembre de 2010 en El Mamon, corregimiento de Corozal, después de tres días de Parranda, en la celebración del cumpleaños número 58 de Félix Arrieta. Espontáneo como fue, sabedor de su fama, Díaz, se despidió de esta manera de su gran amigo:
– Bueno, Félix, con esta visita mía a tu cumpleaños, tienes que ir al mío como cincuenta años consecutivos para que termines de pagarme. Sin disimulo, Kike le dijo que era 50 veces más grande que él, y lo hizo sin desparpajo, mientras se empujaba otro trago. Y Félix, inmortalizado en esas palabras, bendecido por la presencia del negro en su casa, no tuvo más compromiso que seguir regándole la fama. Arrieta solo se ríe, reafirmando el compromiso de asistir a su cumpleaños como si se tratase de pagar una manda al Milagroso de la Villa. Supo siempre que no podía fallarle un trazo, despreciar un trago, ni pelar una nota. Tenga listo el puerco, tenga listo un pavo, que seré el primero en su cumpleaños, le respondió Félix, rememorando a Compadre Chemo. La promesa, no obstante, se rompió el pasado jueves, porque al fin y al cabo, la muerte, que fue uno de sus temas más recurrentes, acabaría adelantándose en la piquería que siempre sostuvo con ella. Pero esta vez no llegó en un caballo negro, como suponía, sino en la placidez de una clínica de Montería.
Y como no hay deuda que no se pague ni fecha que no se cumpla, Félix Arrieta y Felipe Paternina, fueron los más puntales en el último cumpleaños de Enrique Díaz. Aun estando en su casa, como anfitrión, este rey sabanero no dejaba de ser directo y altanero. Sus prácticas en la comida y en la bebida fueron exageradas. Para atender a ciento cincuenta personas, la mayoría músicos sabaneros como José Jay, el rey vallenato Fredy Sierra, Gilberto Torres, Felipe Paternina y al propio Félix Arrieta, compró tres bultos de arroz, tres quintales de ñame, dos quintales de yuca, ordenó matar dos vacas y sacrificó tres cerdos para chicharrones, amen de varía cargas whisky Old Par, cerveza y ron blanco tapa azul para la peonada. En la esquina de la sala de su casa de Planeta Rica, donde vivió más de 30 años, jamás faltó un bulto de arroz.
Esta vez la parranda se desbordó. La gente se apretujó en la sala, se enremolinó en la cocina y se apiñó en el patio, hasta que terminó abarcando al calle. Aunque el fogón de leña de tres piedras no se movió del cobertizo de palma y la hornilla milenaria siguió dorando la carne- inamovible- en la calle fueron instalados los altoparlantes y se improvisó una tarima a ras de la terraza, bajo un árbol de laurel, para que el pueblo disfrutara del cumpleaños. El ultimo, caray.
Díaz vivió para su fama, para la comida y para la música. El resto fueron añadiduras de la gente. Hace dos años estuvo en Barranquilla y al salir del hotel donde se hospedó unos tipos lo atracaron. Se llevaron un carriel de cachaco, un acordeón de tres hileras de botones y su reloj de oro macizo. Adolorido por el incidente, una vez llegó a Planeta Rica, lo primero que hizo fue reponer el reloj. Le pidieron dos millones de pesos y se lo dejaron en $1.800.000. No tuvo reparo en pagarlos de contado, uno detrás del otro, como si fuese una hilera de huevos de iguana. No le gustaba que le fiaran porque no tocaba gratis. Su estrategia fue muy simple y le dio resultados:
– Si me ven sin el reloj de oro van a decir que Enrique está arruinado.
Lo mejor de sus parrandas, aparte de la música autentica, la abundante comida y la buena bebida, fueron los chistes. El rey vallenato, Julio Rojas, sostuvo que le gustaba hablar con Díaz, porque lo divertía con su charla. Recuerda que alguna vez viajaron juntos a San Andrés Islas- donde solo se puede ir por barco o por avión- y una vez terminaron sus presentaciones salieron a dar una vuelta por la playa. Díaz se sintió demasiado fatigado con la caminata, porque era burgués, hasta que le soltó aquella recomendación propia de un hombre corroncho, inocente, prístino:
– Vea , Don Julio, la próxima vez que venga a San Andrés se viene en su camioneta para no caminar tanto.
En ese punto, Díaz desconocía que a esa isla no se puede ir en carro. Y era, el único tipo capaz de “viajar por tierra en avión”, según el duelo que sostuvo con Rugero Suarez, quien le recomendó comprar un diccionario en una de las 9 canciones que le dedicó. Suárez sostenía que Díaz las palabras que son “e” las decía con “a” y que se iba por tierra en avión cuando eso no se puede. La finca de Enrique Díaz, eran de Tolú para dentro, o sea, el mar, planteaba Rugero, en la famosa piquería, sellada cuando Julio de la Ossa los trató de payasos.
William Torres, rey sabanero del acordeón 2014, se ha especializado en los chistes del Tigre Sabanero.
Recuerda que cierto día, el personaje llegó a un hotel de Barranquilla y apenas observó que la habitación no tenía abanico llamó a la recepcionista, para decirle que él no podía dormir «sin esa jodia». Ella le explicó que las habitaciones tenían aire acondicionado, que el abanico había pasado de moda. El juglar le respondió que prefería el abanico porque no sabía maniobrar esa «vaina» . La muchacha, amablemente le explicó que era muy fácil y para ser más didáctica, le indicó comparando el clima de algunas ciudades colombianas. Si usted maestro- le dijo, tomano-, echa esta perilla un punto a la derecha, es como si estuviera en el clima de Medellín. Si la sube toda a la derecha el clima es el mismo de Bogotá. Una vez la muchacha se fue, Díaz giró toda la perilla a la derecha y se echó a dormir. En la madrugada Díaz se estaba congelando y no hallaba cómo solucionar el problema. Se echó todas las mantas, se tiró el colchón encima y nada, de modo que tuvo que pedir auxilio a la muchacha. Ella llegó a la habitación y lo halló temblando de frío, entonces casi llorando, le suplicó:
– Niña, pásemelo para Magangué.
A una de las pocas personas a las que le soportaba chanzas y habilitado para hacerle bromas era su compadre Félix Arrieta, pero aun así a veces le salía con cuatro piedras en la mano. Alguna vez, en Mampujan, Toluviejo, se acercó un hombre que venía de lejos en una bestia atravesando montes embarbascados con la misión de conocer a Díaz. El fanático, al ver a los dos juglares, preguntó cuál de los dos era Enrique Díaz, a lo que Félix se adelantó:
– ¿Cuándo has visto tu que Enrique Díaz sea blanco, mono y colorado, como yo?
Fue cuando Díaz se puso pálido de la rabia, entonces le preguntó:
-¿Compadre, Félix, usted me está ofendiendo?
Fue la única vez que Feliz se atrevió a decirle negro en su propia cara, después nunca más.
En toda su trayectoria artística Díaz sólo concedió tres entrevistas de más de 20 minutos. Una a Ernesto MC Causland, una a José Jorge Dangod, quien logró que se vistiera seis veces para el programa que le hizo y a este periodista, para el programa Vox Populi de Telecaribe. Sin embargo, durante la entrevista se levantó, cuando se le preguntó por Rúgero Suarez, con quien tuvo una disputa en versos durante algunos años. Una controversia más larga y eficiente que la de Emiliano Zuleta y Moralito. Suarez, quien murió hace tres años, se llevó en la punta de la lengua el deseo de reanudar la famosa pelea con su enemigo preferido. Le Había recomendado un diccionario para enseñarlo a hablar. Lo acusaba de viajar por tierra en avión cuando eso no se puede. Enrique lo trató de pálido, muerto de hambre y lo amenazó con darle unos tiros. Igual le advirtió, para que se enterara que le faltaba mucha disciplina. En la larga disputa, que aprovecharon las casas disqueras para enriquecerse, y de la que quedan 19 temas grabados, se inmiscuye Miguel Durán, el Pollo Caucano, quien salió disparado como una cuchareta hasta que Julio de la Ossa terminó el pique tratándolos de payasos. A Díaz todos los días, en todas las parrandas, le atribuyen un cuento que lo hace más famoso. A las torres gemelas las calificó «como ese caserío». A Osama Bell Laden lo trató de animalito atrevido «cabeza forrá» y le advirtió a ese barba de chivo que si lo hallaban los gringos le iban a “piterear” el cuero- perforar a bala- y en el peor de los caso se iba a llevar una garnatada.
Enrique Díaz, mamador de gallo como era, terminó por jugarle una broma bien pesada a su compadre Poncho Zuleta, muriéndose el día del cumpleaños de éste, el 18 de septiembre. Tradicionalmente, en ese día, para celebrar su cumpleaños, Poncho lo invitaba a su finca “Mi Salvación”. La parranda era larga y pareja. Poncho despachaba a los patos de siempre y se quedaba exclusivamente con Díaz para que le echara chistes y le tocara su acordeón grueso. Después de una semana de tocar, comer y beber, Díaz tenia los pies hinchados, entonces Poncho lo despachaba. La última vez Poncho le giró un cheque por un millón de pesos. Díaz llegó a Valledupar exhausto, con los pies hinchados y enguayabado. Nadie le quiso cambiar el cheque, porque desconfiaban de la firma, pues Poncho Zuleta tiene fama de mala paga. Díaz al fin pudo recuperar el millón de pesos porque casualmente llegó a una ferretería cuyo dueño aparece en unos de sus saludos. El tipo tomó el cheque en sus manos y lo hizo pedazos, muerto de la risa, ante el estupor del juglar, entonces se metió la mano en el bolsillo y tras darle la plata le dijo:
– Tome, vallase y no cometa el error de recibir un cheque de Poncho Zuleta, porque nadie se lo cambia.
El último cuento de su repertorio lo estrenaron en su propio cumpleaños. Cuentan que pasaba por el parque de Planeta Rica, cuando escuchó que dos hombres discutían sobre la posibilidad de que Gadafi abandonara a Libia, a lo que el negro aconsejó, tras meterse en la mitad:
– Yo le recomiendo a ese señor que no la deje, menos aun si tienen niños chiquitos.
De dónde sacas que la canción de Osama es del maestro Enrique?
Este tipo de música surge en forma espontanea, a vox populi. Quien la firma primero no es el dueño. Varios personajes le pusieron un poquito, pero al final quien le puso la impronta es el maestro Diaz, porque ese es su estilo,