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LOS OJOS QUE ME ENTURBIAN LA RAZON

LEYDA

Mi cuento de domingo
LEYDA NO QUIERE FOTOS.

Por Alfonso Hamburger

Pensé que Leyda me miraba cuando levanté mis ojos de la mesa, pero no. Ella lo que miraba era el plato en el que acababa de desayunar y sin detenerse caminó del mostrador a mi mesa, fue entonces cuando me percaté de que realmente no me miraba a mí, sino al plato. En tres segundos la tuve en mis narices y ella, con una agilidad felina, retiró el plato, sin mirarme, y con las mismas siguió su caminado contoneado a la cocina. Y yo, que acababa de leer en letras diminutas del celular, tenía la vista borrosa y el corazón empañado de amor. Desde hacía meses, Leyda enturbiaba mi razón. La conocí en este restaurante de cinco ventanas por donde entra la brisa del Morrosquillo, en el mismo lugar donde me enloquecí por Isabel, aquella muchacha jopo parado- podría caminar y bailar con un vaso de agua en sus nalgas protuberantes- enloquecida de amor por los moto taxistas, quienes se aglomeraban en la entrada del negocio de comidas como perros alborotados tras una perra en celos.
El día anterior, que fue sábado, alcancé a tomarle unas fotos con el celular en forma subrepticia, cuando sacudía las mesas, diligente, con sus nalguitas apretadas Ella alcanzó a sospechar.
– ¿Me estas tomando fotos?
No, le dije en forma incierta. Yo estaba tan turbado como ella y me sentí ruin, como un niño chiquito que no pide, sino que toma su regalo. Tiré la piedra y escondí la mano.
Hoy, que ha venido tan distinta y tan reina, con un conjunto de florecitas y suave de trato, no tiene el blues jean de siempre ni el suéter uniforme de las otras meseras, le he señalado la foto cuando me tomaba el pedido de huevos revueltos con cebolla, patacón- el estado más noble y comestible de la madera- y café con leche, le he mostrado el delito. Vio su foto, apretó sus bellos ojos pestañones y me dijo, pero sin fuerza, sin carácter, dejándose llevar por su simplicidad y su belleza triste.
– ¡Respete, no me tomes fotos!
No definía su vocecita tierna si reprochaba o afirmaba, mientras se perdía en el callejón de la cocina, con su culito de avispa.
La conocí uno o dos meses antes y como Isabel,Leyla se ha vuelto mi obsesión. Ahora no dejo de venir al restaurante de las cinco ventanas, desde donde se ve todo el panorama de la ciudad, incluso los accidentes de quienes se vuelan el semáforo de la esquina y aquellos que sacan plata en el cajero del frente o hacen cola en los bancos.
Todavía estaba enguayabado por la fuga de Isabel, de modo que cuando me puso el plato me quedé viendo sus ojillos. Puede tener 22 años, no sé, es tan joven…
– ¿Cómo te llamas?
– Leyda
Fue todo el diálogo, no más, porque ella tomó el pedido y siguió entre los comensales, ofreciendo el servicio. Se estrenaba apenas y vi sus deseos de ganarse el cargo. Usualmente en estos puestos todos los días salen y entran muchachas necesitadas que ofrecen sus servicios para ser menos pobres. Para pagar el curso o el colegio. Para ayudar los mermados ingresos familiares. Quien había reemplazada a Isabel solo hubo demorado una semana con el delantal. Y Leyda, como a Isabel, siempre me daba la sensación de que cualquier día ya no estaría. Sufría con el fantasma del despido o la huida de la realidad. Ya había sufrido por esas estampidas de la informalidad y de mi negro destino amoroso.
Soy liso y altanero en asuntos del amor, de modo que una vez levantaba el plato de la mesa, la detuve para pedirle que se casara conmigo, desesperado, con voz fingida de amor, enternecido. Y ella solo me dijo que no, porque era casada. Y lo dijo como si con ello pusiera un seguro, una distancia, porque sé que una niña con un cuerpo tan sano, tiene que estar soltera. Se nota que ha sido poco usada en asuntos del amor.
Desde entonces no dejo de mirarla, aunque ella solo mire mi plato. Asisto con frecuencia al restaurante de las cinco ventanas y la miro con descaro, como si quisiera gastármela a punta de ojitos.
Este domingo, fui a pagarle el desayuno antes de que ella llegara a la mesa, en el propio mostrador. Quería mirarla a los ojos de más cerca. Y cuando la estuve en frente le di el dinero del desayuno, entonces le pregunté.
– ¿Cuándo te hago un estudio fotográfico?

… y ella, dando la vuelta con su culito de avispa, me respondió:
– Nunca.

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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